En memoria de Jesús Saade Charur (1943-2010)
Verano de 1982. En plena adolescencia y habiendo dejado años atrás la fantasía de las navidades carecíamos de personajes ficticios a quienes pedir las cosas. Repentinamente uno se topa en la vida con una rara sensación al descubrir que su padre ha sido el ser bonachón que ha cumplido algunos caprichos, así que a mi hermano y a mí nos pareció lo más normal del mundo unirnos en aquella petición: Viviendo en una zona alejada de la ciudad era necesario tener una motocicleta. El argumento era que necesitábamos un medio de transporte para ir a la ciudad, la realidad era que queríamos experimentar la adrenalina del motocross.
Con la misma lógica mi padre nos respondió que ahí estaba la ruta de autobuses Saltillo-Ramos Arizpe para trasladarnos a la ciudad, y con la misma experiencia de saber que había en el trasfondo nos dijo que él no pondría en nuestras manos un vehículo motorizado que entrañaba grandes riesgos, pero que tampoco podría oponerse a que nosotros lo comprásemos. Nos prometió encontrar un empleo para que cumpliéramos nuestro sueño.
No fue difícil para mi padre hablar con algunos amigos y rápidamente obtuvimos un trabajo, así que antes de darme cuenta ya estaba laborando con mi tío Chuy Saade en la zapatería más prestigiosa de Saltillo. Aquel verano solo me concentraba en hacer matemáticas básicas para calcular cuanto ahorraríamos para poder adquirir el caballo de hierro. Termino el verano y tristemente vimos que a pesar de la buena paga el dinero no era suficiente para comprar una moto usada que ya habíamos acordado con su dueño. Luego de mucho lamentar la situación decidimos cambiar nuestros pesos a dólares para que no perdieran su valor y esperar un año más para volver a trabajar en vacaciones. Días más tarde José López Portillo daba el cerrojazo a su gestión devaluando el peso frente al dólar. Sé que no es algo que deba enorgullecerme, pero en aquel momento vimos como una simple transacción hizo que nuestros ahorros se multiplicaran. Prácticamente corrimos con el vendedor y obtuvimos por 38 mil devaluados y viejos pesos una Kawasaki KX 80cc modelo 1978 con la polvera trasera sostenida con alambres.
A partir de esa fecha, no perdí oportunidad de acudir con mi tío Chuy cada verano, en cada Semana Mayor y cada Diciembre buscando trabajo para acceder a los deseos que no estaban incluidos en el contrato de obligaciones Padre-Hijo que supongo suscribimos al escoger familia antes de venir al mundo. Durante toda mi juventud tuve la suerte de aprender de mi tío el economista lo que ponía en práctica como comerciante. Y año tras año, más y más jóvenes inquietos y ambiciosos se sumaban a esa especie de escuela de negocios en que se convirtió para nosotros la zapatería.
Conocí de mi tío la importancia de separar un conveniente bajo perfil personal de un necesario alto perfil profesional-empresarial. Entendí que el patrón tiene la obligación y el deber social de saber manejar los negocios ya que estos son fuente de trabajo constante, me enseño el gran sacrificio que implica estar con el ojo en el caballo, aprendí que las relaciones a largo plazo siempre serán mejores que las rápidas conveniencias, comprendí que el dinero puede a veces ser un medio pero nunca un fin, supe por sus enseñanzas que en cualquier negociación el que más habla es quien más cede. Observé de primera mano que el comercio tiene que ver con personas más que con mercancías.
Hoy que mi tío ha dejado este mundo, no puedo dejar pasar la ocasión de reconocer su valor y el de mi tía Rima al poner en riesgo su fuente de ingresos permitiendo que un grupo de jóvenes con menos virtudes que ganas aprendieran el oficio de empresarios. Pocas cosas en la vida hay más gratificantes que ofrecer la dignidad de un empleo productivo a la gente, mi tío Chuy debe sentirse muy orgulloso de haberle dado tantas oportunidades a tantas personas.
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