DIARIO 19 SEPTIEMBRE DE 2025


“La astronomía es como una canción, que, aunque no la entendamos, vale la pena por ser tan hermosa”.  Julieta Fierro.

Si sabía algo de ella, estaría muy escondido dentro de mi cabeza. No recuerdo haber escuchado nada de esa mujer ni de su trabajo, vida o pensamiento…hasta hoy.

Entre la novedad de una alerta sísmica nacional que sonó puntual y en sincronía en cada teléfono celular de cada mexicano de cada estrato social de cada comunidad de cada estado de cada raza de cada generación de cada compañía telefónica de cada marca y modelo de aparato, la noticia de su muerte me conmovió de una forma muy extraña. No diré que me avergüenza mi ignorancia, tampoco me enorgullece, pero un sentimiento de desperdicio me invade al enterarme de que ella se ha marchado sin haber conocido antes su paso por este mundo, mi mundo, el reino de Chair-Fifí.

Por otro lado, no ha pasado un año desde que murió mi madre. Al día siguiente del primer aniversario de su partida, habrán pasado ocho años desde que perdió al primero de sus dos hijos varones. A Papá lo venció el cáncer un mes antes de la elección presidencial de 2006; nunca supe por quién pensaba votar, pero seguro habría tenido una opinión de lo que vino luego de las elecciones. Y con mucha pena advierto, que, en una variación postmodernista y mexicana de Monsieur Meursault, a la muerte de los tres no afloró el tipo de urgencia o contrición de haber perdido la oportunidad en el decir o escuchar, asumir o culpar, redimir o soltar, exigir o perdonar: en cada caso, hubo tiempo y mutua voluntad para todo. Aunque sí, he de decirlo, nos faltó mucho abrazar.

A lo que voy es que, al penar por la muerte de una desconocida sin haberlo interiorizado igual con mis familiares, una impresión de frivolidad, traición fraternal o especie de mala cuna me asalta. Una culpa anidada quizá desde mi formación, religión de nacimiento o tipo de vida; una culpa tal vez por luego cuestionar cristianismo, judaísmo, islam, o cualquier tipo de culto, por cuestionar academias públicas o privadas y apariencias materiales e intelectuales; una culpa por sensibilizarme ante lo lejano y blindarme ante lo cercano; una culpa por duelar a alguien sin injerencia directa sobre mis hijos y seres queridos mientras a mi alrededor todo parece arrasado por un terremoto provocado por mí mismo. ¿Una culpa por vivir?

No lo sé; y no lo creo. Por ello es que hoy decido escribir un diario. Mi psicólogo piensa que es buena idea dado que muchos de mis problemas y fantasmas surgen de sobre pensar, y escribir puede ayudarme a enfocarme más y pensar menos. Pero, qué difícil ha de ser lograrlo, porque eso de sobre pensar se escucha bonito, suena a intelectualidad, como algo positivo e incluso deseable; aunque la verdad, de imaginar lo que sucede dentro de mi cerebro cuando pienso, quisiera imaginarlo como uno de esos anaqueles bien ordenados que observo en las tiendas de ferretería donde encuentras todo para construir cosas tan hermosas como los jardines de Victoria o utilitarias como edificios que no se caen en temblores, esos grandes almacenes donde me atiendo solo, donde todo está bien marcado, en coloridos empaques con código de barras para la administración del negocio y código QR con indicaciones para el comprador…pero no, mi cerebro se parece más a la vieja caja de herramientas de lámina galvanizada que sustraje de la casa materna meses atrás mientras mis hermanas se repartían la vajilla de porcelana, a saber: el martillo de papá, un par de destornilladores con puntas chatas, un lápiz sin borrador enredado en la espiral de diminuta libreta, un juego de llaves españolas, menos la de tres octavos, un puñado de clavos, tornillos y tuercas de muchos calibres que recuerdan el concepto de “a granel”, y unas pinzas de jardinería, esas fueron de mamá. Y yo que ni jardín tengo.

Pero ya me estoy yendo por una tangente que seguiré abordando a lo largo de este diario, cuando hoy solo quiero recordar a una mujer fallecida en este día: Julieta Fierro.

A ti que lees este diario, te comento desde la primera entrada: rara vez iré en mucho detalle de vida y obra de quienes mencione, procuraré citar solo el porqué de la mención sin escarbar en los cómos de esos porqués, esperando que de resultar interesante para ti la persona en cuestión, ahondes más en las vastas redes de divulgación y archivo digital que hoy tienes al alcance.

Más allá del apellido que nos remite a Martín en otra realidad y latitud, así como el nombre que me recuerda a Venegas en distinta disciplina, Julieta Fierro será a partir de hoy referencia para mí, referencia no solo de su especialidad e intereses, sino de la manera en que compartió su pasión de formas tan bellas y accesibles para quienes quisieron y pudieron escucharla, esa pasión que he tenido para algunas cosas y personas. En verdad lamento no haberla conocido antes, para haberla presenciado entonces.

Aclaro: unas horas de ver contenido en redes sociales, páginas web y demás formas de comunicación, no dan para conocer a fondo nada ni a nadie; pero esa vibra, energía, carisma o humanismo que brota con naturalidad en aquellas personas que acompañan sus talentos con una humildad mayor a estos, me hace pensar que desde el cómodo sillón del raciocinio y juicio propio, puedo coincidir en lo que dicen o hacen. Además, tantos testimonios de quienes sí interactuaron con ella, me dan más certeza para dejarme llevar por su obra. 

 Hoy, siento mucho no pertenecer ni seguir a la comunidad científica, porque de haber andado por ahí, habría sabido de Julieta Fierro en vida, y seguro habría buscado ocasión de conocerle, verle o seguirle, y con eso habría nutrido más mi conciencia, y hubiera desenredado un poco las conexiones neuronales dentro de mi cerebro, y me habría maravillado con todas las posibilidades que el universo estudiado por ella ofrece, y por la forma en que Julieta lo contaba, y como un niño ante un gran descubrimiento develado, hubiera sonreído con boca y mirada, y habría experimentado alegría, alegría que habría abonado a mi felicidad, felicidad que se va construyendo con cada persona que, como Julieta, penetra en mi vida de formas que no preveo.

Una persona que alumbró con sus saberes científicos y sus haberes humanos, que acercó a los niños la ciencia con divertidos experimentos, que tuvo la distinción de que una especie de luciérnaga fuera llamada en su honor. No hace falta ser poeta para hallar la poesía: al brillar una luciérnaga, brillará Julieta Fierro.

 

 

 

 

 

 

 

Breve guía para ver "Las Muertas" de Netflix

Publicado el 19 de septiembre de 2025 en INFONOR

 https://www.infonor.com.mx/articulo/entry/breve-guia-para-ver-las-muertas-de-netflix


De un jalón y en día festivo, pude ver los seis capítulos de “Las muertas”, la adaptación de la novela de Jorge Ibargüengoitia realizada por Luis Estrada para Netflix.

Aclaro para bien o para mal: no es mi negocio recibir dinero ni pagos en especie de productoras, plataformas o redes sociales por comentador, la opinión va por el puro gusto de haber apreciado (la corrección política por lo espinoso del tema me impide decir disfrutado) y compartir una serie que hace una crítica actualizada desde los hechos que inspiraron a Ibargüengoitia para novelar el mediático caso de aquellas hermanas que terminaron acusadas de asesinato luego de lustros de bonanza posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Contexto general: en 1977 se publica la novela “Las muertas” en un formato literario que nos recuerda la obra fundacional del género de novela-reportaje, “A sangre fría”, de Truman Capote. Basada en el caso de las Poquianchis, la novela repite el tono utilizado por Ibargüengoitia en su truncada carrera literaria: crónica y denuncia social envuelta en humor negro, con un estilo crítico, irreverente y directo, sarcástico y libre de florituras innecesarias, algo así cómo lo hecho por Luis Estrada en nuestro tiempo y distinto arte: el cine.

Independientemente del valor artístico de su obra, que para mi gusto es enorme, ambos creadores logran a su manera algo muy difícil de alcanzar: abordar temas muy, pero muy oscuros y dolorosos, con una narrativa ágil y divertida, algo que por la naturaleza de sus historias parecería imposible de lograr. Es seguro que la voz (estilo) en la crítica política y social de ambos no sea bien recibida por personas y colectivos afectados por los crímenes relatados en sus novelas o largometrajes, pero resulta una buena forma de hacer conciencia en aquellos que no hemos atravesado por el mismo infierno.

Si Estrada pretendió homenajear a Ibargüengoitia retratando una tragedia socializada y compartida, vaya que lo ha logrado con los mismos tintes de parodia e ironía de la obra original. Entre paréntesis y otras referencias y guiños, también percibí un enorme tributo a la memoria de Pedro Infante, no solo por un par de menciones, sino por el lenguaje corporal de quien, por boca de una de las protagonistas, tendría parecido con el máximo ídolo del cine mexicano.

Seis capítulos que, como en un libro de cuentos, pudieran ser historias independientes con su propio arco dramático de introducción, nudo y desenlace en cada entrega, pero que te dejan con una sensación de urgencia por saber qué viene a continuación, algo llamado cliffhanger. Con diferentes ritmos y atmosferas en cada episodio que van desde el romance hasta el horror; con subtramas donde personajes secundarios cargan con buena parte del capítulo alrededor de los protagonistas, pero donde consecuencias aparentemente superficiales e inconexas, van llenando vacíos y terminan por cerrar con perfección el círculo de toda la historia, hasta la última escena.

La serie cuenta con un tratamiento del tiempo tan bien construido que nunca nos extraviamos cronológicamente de lo que acontece; con precisas reinserciones de escenas que impiden al relato deshilacharse entre los íres y vénires de diferentes épocas dentro de la historia, todo mantiene una coherencia que se agradece como espectador.

Poco qué decir desde mi ignorancia en lo relacionado a actuación, fotografía, locaciones, música, y tantas otras cosas que elevan la industria del cine y televisión al grado de arte, solo hacer notar que todo debió ser tan profesional y bueno como la adaptación, ya que nada cansó, nada faltó, nada sobró…todo fluyó con cierta belleza natural. Dentro de este párrafo cabe una anotación al margen: el fiel retrato de un México que, tanto en lo social como en lo comercial, lo estructural, cultural y hasta en la moda, se parece mucho a los países desarrollados de la época.  

Total, que el genio de Estrada e Ibargüengoitia nos lega un dúo de obras que no caducan, en donde atestiguamos a través de su atemporalidad, que como individuos podemos cambiar de vicio, pero lo enviciado de una identidad nacional nos sigue afectando tanto, que ya ni el dolor nos duele.