“La astronomía es como una canción, que, aunque no la
entendamos, vale la pena por ser tan hermosa”.
Julieta Fierro.
Si sabía algo de ella, estaría muy escondido dentro de
mi cabeza. No recuerdo haber escuchado nada de esa mujer ni de su trabajo, vida
o pensamiento…hasta hoy.
Entre la novedad de una alerta sísmica nacional que
sonó puntual y en sincronía en cada teléfono celular de cada mexicano de cada
estrato social de cada comunidad de cada estado de cada raza de cada generación
de cada compañía telefónica de cada marca y modelo de aparato, la noticia de su
muerte me conmovió de una forma muy extraña. No diré que me avergüenza mi
ignorancia, tampoco me enorgullece, pero un sentimiento de desperdicio me
invade al enterarme de que ella se ha marchado sin haber conocido antes su paso
por este mundo, mi mundo, el reino de Chair-Fifí.
Por otro lado, no ha pasado un año desde que murió mi
madre. Al día siguiente del primer aniversario de su partida, habrán pasado
ocho años desde que perdió al primero de sus dos hijos varones. A Papá lo
venció el cáncer un mes antes de la elección presidencial de 2006; nunca supe
por quién pensaba votar, pero seguro habría tenido una opinión de lo que vino
luego de las elecciones. Y con mucha pena advierto, que, en una variación
postmodernista y mexicana de Monsieur Meursault, a la muerte de los tres no afloró
el tipo de urgencia o contrición de haber perdido la oportunidad en el decir o
escuchar, asumir o culpar, redimir o soltar, exigir o perdonar: en cada caso,
hubo tiempo y mutua voluntad para todo. Aunque sí, he de decirlo, nos faltó
mucho abrazar.
A lo que voy es que, al penar por la muerte de una
desconocida sin haberlo interiorizado igual con mis familiares, una impresión
de frivolidad, traición fraternal o especie de mala cuna me asalta. Una culpa
anidada quizá desde mi formación, religión de nacimiento o tipo de vida; una
culpa tal vez por luego cuestionar cristianismo, judaísmo, islam, o cualquier
tipo de culto, por cuestionar academias públicas o privadas y apariencias
materiales e intelectuales; una culpa por sensibilizarme ante lo lejano y
blindarme ante lo cercano; una culpa por duelar a alguien sin injerencia
directa sobre mis hijos y seres queridos mientras a mi alrededor todo parece
arrasado por un terremoto provocado por mí mismo. ¿Una culpa por vivir?
No lo sé; y no lo creo. Por ello es que hoy decido
escribir un diario. Mi psicólogo piensa que es buena idea dado que muchos de
mis problemas y fantasmas surgen de sobre pensar, y escribir puede ayudarme a
enfocarme más y pensar menos. Pero, qué difícil ha de ser lograrlo, porque eso
de sobre pensar se escucha bonito, suena a intelectualidad, como algo positivo
e incluso deseable; aunque la verdad, de imaginar lo que sucede dentro de mi
cerebro cuando pienso, quisiera imaginarlo como uno de esos anaqueles bien
ordenados que observo en las tiendas de ferretería donde encuentras todo para
construir cosas tan hermosas como los jardines de Victoria o utilitarias como
edificios que no se caen en temblores, esos grandes almacenes donde me atiendo
solo, donde todo está bien marcado, en coloridos empaques con código de barras
para la administración del negocio y código QR con indicaciones para el
comprador…pero no, mi cerebro se parece más a la vieja caja de herramientas de
lámina galvanizada que sustraje de la casa materna meses atrás mientras mis
hermanas se repartían la vajilla de porcelana, a saber: el martillo de papá, un
par de destornilladores con puntas chatas, un lápiz sin borrador enredado en la
espiral de diminuta libreta, un juego de llaves españolas, menos la de tres
octavos, un puñado de clavos, tornillos y tuercas de muchos calibres que
recuerdan el concepto de “a granel”, y unas pinzas de jardinería, esas fueron
de mamá. Y yo que ni jardín tengo.
Pero ya me estoy yendo por una tangente que seguiré
abordando a lo largo de este diario, cuando hoy solo quiero recordar a una
mujer fallecida en este día: Julieta Fierro.
A ti que lees este diario, te comento desde la primera
entrada: rara vez iré en
mucho detalle de vida y obra de quienes mencione, procuraré citar solo el
porqué de la mención sin escarbar en los cómos de esos porqués, esperando que
de resultar interesante para ti la persona en cuestión, ahondes más en las
vastas redes de divulgación y archivo digital que hoy tienes al alcance.
Más allá del apellido que nos remite a Martín en otra
realidad y latitud, así como el nombre que me recuerda a Venegas en distinta
disciplina, Julieta Fierro será a partir de hoy referencia para mí, referencia
no solo de su especialidad e intereses, sino de la manera en que compartió su
pasión de formas tan bellas y accesibles para quienes quisieron y pudieron
escucharla, esa pasión que he tenido para algunas cosas y personas. En verdad
lamento no haberla conocido antes, para haberla presenciado entonces.
Aclaro: unas horas de ver contenido en redes sociales,
páginas web y demás formas de comunicación, no dan para conocer a fondo nada ni
a nadie; pero esa vibra, energía, carisma o humanismo que brota con naturalidad
en aquellas personas que acompañan sus talentos con una humildad mayor a estos,
me hace pensar que desde el cómodo sillón del raciocinio y juicio propio, puedo
coincidir en lo que dicen o hacen. Además, tantos testimonios de quienes sí
interactuaron con ella, me dan más certeza para dejarme llevar por su
obra.
Hoy, siento
mucho no pertenecer ni seguir a la comunidad científica, porque de haber andado
por ahí, habría sabido de Julieta Fierro en vida, y seguro habría buscado
ocasión de conocerle, verle o seguirle, y con eso habría nutrido más mi
conciencia, y hubiera desenredado un poco las conexiones neuronales dentro de mi
cerebro, y me habría maravillado con todas las posibilidades que el universo
estudiado por ella ofrece, y por la forma en que Julieta lo contaba, y como un
niño ante un gran descubrimiento develado, hubiera sonreído con boca y mirada, y
habría experimentado alegría, alegría que habría abonado a mi felicidad,
felicidad que se va construyendo con cada persona que, como Julieta, penetra en
mi vida de formas que no preveo.
Una persona que alumbró con sus saberes científicos y
sus haberes humanos, que acercó a los niños la ciencia con divertidos
experimentos, que tuvo la distinción de que una especie de luciérnaga fuera llamada
en su honor. No hace falta ser poeta para hallar la poesía: al brillar una
luciérnaga, brillará Julieta Fierro.
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