Publicado el 15 de
julio de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia
¿A quién le va?
Finalizado el tiempo
reglamentario igualados y la prórroga de media hora para desempatar sin que
resultase un ganador, han llegado a la ronda de penales. Un duelo de
pistoleros.
Una instancia familiar para el
equipo croata, disputó tres alargues de partidos en la fase final del torneo y
dos de ellas se definieron por penaltis. Su entrenador, fiel y orgulloso
católico, en alguna brecha del subconsciente neuronal, hace recuento de
memorables momentos en esta vía a lo largo de la historia del fútbol: el
italiano Baggio enviando el balón a las tribunas dándole la copa a Brasil en
1994, los casi 50 penales cobrados en algún país del áfrica para definir un ganador,
los mexicanos jugando bien pero ejecutando mal para cargar un estigma tan
pesado como la conquista, el loco Abreu en el quinto y definitivo tiro, con una
frialdad de sociópata asesino, haciendo un pique, un globito pues, para llevar
a Uruguay a semifinales… y más interesantes casos de yerros y aciertos en esos
momentos de máxima presión profesional en dónde la única verdad y por tanto,
juicio, viene de un aforismo futbolero: penal atajado, penal mal ejecutado.
Pero en conciencia, el
entrenador tiene toda su atención, conocimientos y energía en el orden en que
sus jugadores desfilaran ante un portero francés, ante más de 80 mil
espectadores presenciales y un montón de millones de televidentes, cibernautas,
radioescuchas, futbolistas y periodistas diseminados por el orbe, fieles al
eslogan del México ´86: el mundo unido por un balón. ¿La suerte importa? En
este momento, se invoca a la diosa fortuna y cualquier tipo de cábala, hechizo
o cálculo estadístico es sacado del costal: atinar a escoger cara o cruz para
ver quien inicia tirando es relevante; acertar primero, entendiendo el aforismo
citado arriba, traslada toda la presión al adversario.
Tras el lanzamiento de la
moneda, el capitán de Croacia decide empezar con la primera tanda de cinco
fusilamientos por escuadra. Se agotan los diez cobros y el partido continúa
empatado. Lo siguiente es muerte súbita para definir al campeón, entonces
tenemos que esto, aunado a aquello del penal fallado es igual a mala ejecución,
ha pasado de ser una estridente balacera de gatilleros, a una sórdida ruleta
rusa. Nadie quiere la pistola en su poder.
Pero el entrenador croata permea
en sus pupilos una vasta tranquilidad, y su primer tirador complementario ha
marcado el gol. Si su arquero logra detener el siguiente, se convertirán en
campeones del mundo. Y ahí tienes al entrenador, con la cabeza en el juego y
una mano en el bolsillo, soba que soba un rosario que siempre le acompaña en
todo lugar y en todo momento, en ese espacio y el tiempo tan estudiados por la
ciencia. ¿Confía tanto en su oración o como en la preparación? ¿Es religioso
para ganar o para saber jugar? Él sigue
tranquilo, el cree en algo; observa al futbolista francés aproximarse al
manchón penal para acertar o fallar, para vivir o morir. Y un instante después,
su vista se cruza con algo que sale por el cuello de la camiseta del francés: pendiente
de una cadena, un dorado crucifijo.
cesarelizondov@gmail.com