Brownies, munchies, dealer y vapes son palabras que te pedí preguntaras a qué se
referían en el léxico cotidiano del siglo veintiuno, es cultura general.
Sigamos pues con la crónica de la redada en el campus.
Para ello, habremos de repasar a nuestros personajes,
a saber: el muchacho emprendedor, el escuadrón de policía, maestros, alumnos y
mirones de la universidad. Y hablando de universidades, debo omitir aquí, por
no venir al caso, la frustración que sentí meses atrás cuando un alto (más por
el físico que por su desempeño) funcionario de la UAdeC intentó explicarme cómo
es que los aspirantes a cursar ahí una carrera, son unos genios que sacan cien
limpio en sus pruebas de admisión, sin responder a la interrogante de cómo es
que se blindan de transas en esos exámenes aplicados en línea, porque, a decir
verdad, se me hace muy increíble que solo puedan ingresar auténticos sabios omniscientes,
ni Harvard, caray. Así la máxima casa de estudios (con minúsculas, por favor). Por
supuesto, debí utilizar algunas influencias escalones más arriba si de verdad
quería lograr algo, ya que ese gris funcionario no pudo arreglar ni un nescafé.
Pero ya me desvié del relato, amén de revivir el encabronamiento.
Volviendo a la historia inspirada en hechos reales, tenemos
a un estudiante arrestado por la policía. Sucede que semanas atrás, apretando
tuercas sin poner tornillos, llegó a oídos de los altos mandos policiacos que
dentro de cierta universidad, existía un alto índice de consumo de mariguana en
las presentaciones que, dicen, no dejan el ambiente oliendo a concierto de Guns
N´ Roses. Sin esperar respuestas para averiguar si el asunto era de competencia
privada, de salubridad, de legalidad o académica, el operativo para cazar a un presunto
dealer se activó.
Sin duda puedes visualizar un escenario: enormes
camionetas para todo terreno irrumpiendo en el campus, con sirenas a todo
volumen y luces estrambóticas por torretas, patrullas blindadas brincoteando
entre los topes del estacionamiento, oficiales con uniforme, chalecos
blindados, armas automáticas y rodilleras de guerra. Por otro lado, maestros
suspendiendo clases, un director saliendo del sanitario sin lavarse las manos,
la asistente del director llorando, el conserje divertido por una fisura en la
cotidianidad, estudiantes compartiendo todo por redes sociales en vivo, alumnos
deshaciéndose de sus vapes o pens con THC en jardineras, techos y
retretes…y nuestro protagonista, paralizado a medio jardín con su caja de
pastel bajo el brazo, con los brownies que le quedan.
Complicado. No me taches de loco hasta el final,
porque sí me pareció injusta la forma en que a ese alumno le cortaron las alas
de emprendimiento. Ya te lo había platicado: no llegaron al cuartel,
comandancia o cómo se llame todos los brownies (con la receta de la
dulce abuelita) que estaban en la caja.
Más tarde por la noche, el director de la escuela
discutía con su homólogo de la corporación policiaca, no por levantar al chico,
sino por invadir su universidad. Los reporteros estaban listos para una
nota sensacionalista al haberse generado dentro de un plantel privado, abogados
por doquier, jóvenes de todas partes, mirones al por mayor… y nuestro
protagonista rindiendo declaración.
Casi a la media noche, un confundido agente salió de
la sala de interrogatorio con la declaración más inocente que se pudo haber
imaginado para el caso: resulta que nuestro protagonista emprendedor, observó
durante meses una marcada necesidad de sus compañeros que utilizan los famosos vapes
o plumas de mariguana. Se dio cuenta del insaciable apetito que en los
consumidores se despierta, munchies es cómo le llaman a esa reacción o a
lo necesario para aplacarla, y vio la oportunidad de sacar algo de dinero
atendiendo esa demanda. Por desgracia para las autoridades, alguien pensó que
sus brownies eran la droga, cuando simplemente los cocinaba para venderlos
cuando los munchies se hicieran presentes en el metabolismo de otros
estudiantes. La receta de la abuela no podría ser de otra forma…¿o sí?.