publicado el 14 de Enero de 2005 en El Heraldo de Saltillo
Por César Elizondo Valdés
Mis pecados y mi fracaso
Ayer por la mañana, al despertar, lo primero que vi fue al segundo de mis hijos mirándome fijamente, esperaba que abriera los ojos para anunciarme triunfalmente que se le había caído un diente, me lo enseño y me dijo que por la noche lo pondría debajo de la almohada, que con seguridad el famoso ratón le traería algo.
Después, durante el día tuve muchas ocasiones de elegir mi estado de ánimo. Lo primero que uno ve cuando sale de su casa es algún vehículo de reciente modelo que difícilmente podría pagar, surge la envidia, luego, como cualquier clase mediero me digo que soy afortunado por saber como moverme, que la finalidad de cualquier vehículo es transportarnos, escojo sentirme bien, no me siento fracasado.
En el trabajo, fui víctima de la avaricia, esta me lleva a hacer cosas a favor del capital, aún en contra de la integridad, para eso recibo un sueldo; en el mismo horario de trabajo, me persiguió la pereza disfrazada de virtud, buscando siempre la manera de hacer más rápido las cosas, no en un afán positivo de avanzar más, en realidad buscando la manera de terminar más temprano. Con todo y eso, nunca me sentí fracasado, soy de naturaleza humana.
Durante el almuerzo, casi sin darme cuenta, me rendí a otros dos pecados, a pesar de estar excedido en peso, y de hacer un pacto para mejorar, el antojo me ganó, no solo llene mis necesidades, me excedí como ninguno, sucumbiendo ante la gula; ahí mismo, hojeando el periódico me enteré de más ejecuciones de inocentes por todo el mundo perpetradas en nombre de la libertad, la religión ó la política, fue entonces que experimenté ira. No soy culpable directo de lo que pasa en el mundo, ese es fracaso global y unos kilitos de más no me hacen un fracasado.
Por la noche, antes de dormir rezamos en familia, cada quien pidiendo por lo que necesita y cada uno agradeciendo por lo que se tiene; mi hijo, por supuesto, rogándole a Dios para que el ratón pasará por nuestra casa y le dejase algún regalo.
Al ir a la cama, justo antes de quedar dormido, reflexioné sobre mis acciones de ese día, como cada noche, no pude dejar de sentirme bien por creer haber hecho todos mis deberes, apareció por supuesto, la soberbia. Y fue tanta la soberbia, que fui incapaz de prever el fracaso.
Si usted realizó las cuentas, sabe que aún falta un pecado, ese detalle lo guardo porque soy un caballero, pero debe usted saber que probablemente lo hice, claro esta, con mucho amor, con eso salvo el pecado.
Hoy por la mañana, al despertar, lo primero que vi fue al segundo de mis hijos mirándome fijamente, esperaba que abriera los ojos para anunciarme decepcionado que el ratón olvido pasar a dejarle algo a él. En ese momento, me pregunté, ¿Cómo nombró a ese pecado?, entonces también, pude sentir el fracaso. mjoly@terra.com.mx
Por César Elizondo Valdés
Mis pecados y mi fracaso
Ayer por la mañana, al despertar, lo primero que vi fue al segundo de mis hijos mirándome fijamente, esperaba que abriera los ojos para anunciarme triunfalmente que se le había caído un diente, me lo enseño y me dijo que por la noche lo pondría debajo de la almohada, que con seguridad el famoso ratón le traería algo.
Después, durante el día tuve muchas ocasiones de elegir mi estado de ánimo. Lo primero que uno ve cuando sale de su casa es algún vehículo de reciente modelo que difícilmente podría pagar, surge la envidia, luego, como cualquier clase mediero me digo que soy afortunado por saber como moverme, que la finalidad de cualquier vehículo es transportarnos, escojo sentirme bien, no me siento fracasado.
En el trabajo, fui víctima de la avaricia, esta me lleva a hacer cosas a favor del capital, aún en contra de la integridad, para eso recibo un sueldo; en el mismo horario de trabajo, me persiguió la pereza disfrazada de virtud, buscando siempre la manera de hacer más rápido las cosas, no en un afán positivo de avanzar más, en realidad buscando la manera de terminar más temprano. Con todo y eso, nunca me sentí fracasado, soy de naturaleza humana.
Durante el almuerzo, casi sin darme cuenta, me rendí a otros dos pecados, a pesar de estar excedido en peso, y de hacer un pacto para mejorar, el antojo me ganó, no solo llene mis necesidades, me excedí como ninguno, sucumbiendo ante la gula; ahí mismo, hojeando el periódico me enteré de más ejecuciones de inocentes por todo el mundo perpetradas en nombre de la libertad, la religión ó la política, fue entonces que experimenté ira. No soy culpable directo de lo que pasa en el mundo, ese es fracaso global y unos kilitos de más no me hacen un fracasado.
Por la noche, antes de dormir rezamos en familia, cada quien pidiendo por lo que necesita y cada uno agradeciendo por lo que se tiene; mi hijo, por supuesto, rogándole a Dios para que el ratón pasará por nuestra casa y le dejase algún regalo.
Al ir a la cama, justo antes de quedar dormido, reflexioné sobre mis acciones de ese día, como cada noche, no pude dejar de sentirme bien por creer haber hecho todos mis deberes, apareció por supuesto, la soberbia. Y fue tanta la soberbia, que fui incapaz de prever el fracaso.
Si usted realizó las cuentas, sabe que aún falta un pecado, ese detalle lo guardo porque soy un caballero, pero debe usted saber que probablemente lo hice, claro esta, con mucho amor, con eso salvo el pecado.
Hoy por la mañana, al despertar, lo primero que vi fue al segundo de mis hijos mirándome fijamente, esperaba que abriera los ojos para anunciarme decepcionado que el ratón olvido pasar a dejarle algo a él. En ese momento, me pregunté, ¿Cómo nombró a ese pecado?, entonces también, pude sentir el fracaso. mjoly@terra.com.mx
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