Para publicarse el 23 de Diciembre de 2005 en El Heraldo de Saltillo
Recorrimos primero el centro de la ciudad. En la plaza de armas admiramos el majestuoso pino navideño, la representación del nacimiento, la iluminación un tanto defectuosa de los árboles de la explanada, los adornos del palacio de gobierno y de la catedral. De ahí, a la alameda, a pesar de la cantidad de gente que acude logramos encontrar un lugar para estacionar el auto y bajar para que los niños vieran los ornamentos navideños además de los habituales atractivos de siempre. Así seguimos el ritual de año tras año para que nuestros hijos sientan el espíritu festivo de estás fechas recorriendo diversos puntos de la zona metropolitana en busca de los más creativos y sorprendentes arreglos para que los niños los observasen.
Una vez agotados los sitios públicos, decidimos buscar algunos lugares en donde las personas de forma individual se ponen a tono con los tiempos: las casas. Enfilamos hacía el norte de la ciudad, en las calles no se apreciaba el ambiente navideño ya que la mayoría de las colonias son de las llamadas privadas y están delimitadas por bardas, lo que nos hacía imposible la visibilidad de las fachadas, decidí entonces que lo mejor sería entrar en uno de aquellos fraccionamientos para seguir con el paseo. Escogí para empezar uno de los primeros en su tipo, al llegar a la caseta de vigilancia, un empleado de una compañía de seguridad salió de su lugar y sin levantar la pluma se acerco a la ventanilla. -A donde va patrón?- me interrogó
-A pasear por la colonia, mis hijos quieren ver las fachadas de las casas, les gusta ver como la gente se esmera en dejar sus jardines listos para recibir la navidad.-
-Lo siento mucho señor, pero esto es un fraccionamiento privado y no puede entrar si no es invitado por alguno de los residentes.
No hubo razón legal, moral ó religiosa que hiciera que aquel portero nos dejase pasar a la exclusiva zona residencial. Nos retiramos de aquel lugar y no pude sino sentir una gran frustración por saber que no hay argumento constitucional que me impida transitar por las calles de mi ciudad. La historia es que repetimos la experiencia en muchos fraccionamientos y terminamos por recorrer solo aquellas calles que están fuera de los limites de las zonas exclusivas.
De regresó a casa, olvidé todo el asunto navideño y solo pude reflexionar en todas las personas que viven en esos fraccionamientos. Hice un recuento y me percaté que no pude entrar a la colonia donde vive mi representante actual en el congreso del estado, tampoco a la de mi diputado electo, ni a la de mi secretario de gobierno, ni a la del copresidente del grupo de negocios más influyente de la ciudad, ni a la del alcalde, ni a la de un representante de la cámara empresarial que más se queja, ni a la de un líder sindical, ni a la de un respetado médico, ni a la de un director de negocios, ni a la de un gran altruista. Y claro, entiendo que todas estas personas prefieran vivir en una zona resguardada por una gran barda que los mantenga un poco más seguros dentro del entorno en el que vivimos, lo que no entiendo es porque vemos los mexicanos el muro que quieren levantar los gringos y no vemos las murallas ideológicas, culturales y económicas que aquí hemos construido.
¿Si Estados Unidos decidiera abrir sus fronteras a los indocumentados, usted estaría dispuesto a derrumbar la barda de su casa? De cualquier modo, feliz navidad.
Recorrimos primero el centro de la ciudad. En la plaza de armas admiramos el majestuoso pino navideño, la representación del nacimiento, la iluminación un tanto defectuosa de los árboles de la explanada, los adornos del palacio de gobierno y de la catedral. De ahí, a la alameda, a pesar de la cantidad de gente que acude logramos encontrar un lugar para estacionar el auto y bajar para que los niños vieran los ornamentos navideños además de los habituales atractivos de siempre. Así seguimos el ritual de año tras año para que nuestros hijos sientan el espíritu festivo de estás fechas recorriendo diversos puntos de la zona metropolitana en busca de los más creativos y sorprendentes arreglos para que los niños los observasen.
Una vez agotados los sitios públicos, decidimos buscar algunos lugares en donde las personas de forma individual se ponen a tono con los tiempos: las casas. Enfilamos hacía el norte de la ciudad, en las calles no se apreciaba el ambiente navideño ya que la mayoría de las colonias son de las llamadas privadas y están delimitadas por bardas, lo que nos hacía imposible la visibilidad de las fachadas, decidí entonces que lo mejor sería entrar en uno de aquellos fraccionamientos para seguir con el paseo. Escogí para empezar uno de los primeros en su tipo, al llegar a la caseta de vigilancia, un empleado de una compañía de seguridad salió de su lugar y sin levantar la pluma se acerco a la ventanilla. -A donde va patrón?- me interrogó
-A pasear por la colonia, mis hijos quieren ver las fachadas de las casas, les gusta ver como la gente se esmera en dejar sus jardines listos para recibir la navidad.-
-Lo siento mucho señor, pero esto es un fraccionamiento privado y no puede entrar si no es invitado por alguno de los residentes.
No hubo razón legal, moral ó religiosa que hiciera que aquel portero nos dejase pasar a la exclusiva zona residencial. Nos retiramos de aquel lugar y no pude sino sentir una gran frustración por saber que no hay argumento constitucional que me impida transitar por las calles de mi ciudad. La historia es que repetimos la experiencia en muchos fraccionamientos y terminamos por recorrer solo aquellas calles que están fuera de los limites de las zonas exclusivas.
De regresó a casa, olvidé todo el asunto navideño y solo pude reflexionar en todas las personas que viven en esos fraccionamientos. Hice un recuento y me percaté que no pude entrar a la colonia donde vive mi representante actual en el congreso del estado, tampoco a la de mi diputado electo, ni a la de mi secretario de gobierno, ni a la del copresidente del grupo de negocios más influyente de la ciudad, ni a la del alcalde, ni a la de un representante de la cámara empresarial que más se queja, ni a la de un líder sindical, ni a la de un respetado médico, ni a la de un director de negocios, ni a la de un gran altruista. Y claro, entiendo que todas estas personas prefieran vivir en una zona resguardada por una gran barda que los mantenga un poco más seguros dentro del entorno en el que vivimos, lo que no entiendo es porque vemos los mexicanos el muro que quieren levantar los gringos y no vemos las murallas ideológicas, culturales y económicas que aquí hemos construido.
¿Si Estados Unidos decidiera abrir sus fronteras a los indocumentados, usted estaría dispuesto a derrumbar la barda de su casa? De cualquier modo, feliz navidad.
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