Publicado el 16 de Agosto de 2006
Hace alrededor de veinte años se hicieron los esfuerzos por resucitar lo que en otras épocas fue uno de los eventos más emblemáticos de la capital coahuilense, la Feria Estatal. Pocos recordarán que antes de eso, en lo que hoy es la esquina del periférico Echeverría y bulevar Jesús Valdés Sánchez fue durante años el terreno que albergó la fiesta anual de fatal recuerdo para los voladores de Papantla.
Hace alrededor de veinte años se hicieron los esfuerzos por resucitar lo que en otras épocas fue uno de los eventos más emblemáticos de la capital coahuilense, la Feria Estatal. Pocos recordarán que antes de eso, en lo que hoy es la esquina del periférico Echeverría y bulevar Jesús Valdés Sánchez fue durante años el terreno que albergó la fiesta anual de fatal recuerdo para los voladores de Papantla.
Pero regresando a la segunda vida de la Feria, por llamarla de algún modo, en aquella mitad de la década de los ochenta tuve la oportunidad de atender durante varios años un local que me permitió conocer de cerca todo lo que la Feria representaba para miles de saltillenses y para los visitantes que viven de feria en feria.
Fueron años en que parecía que nuestra Feria volvería a tener importancia nacional con todo lo que eso representaría para nuestro Estado. Pero los años pasaron y lo que inició como una gran oportunidad se fue desvaneciendo en una lapidaria verdad que los gobernantes han endosado a las instituciones civiles: Pan y circo. Ya lo decía en corto un expresidente municipal de Saltillo, la Feria de Saltillo nunca tendrá éxito en tanto no dejen de manejarla como si fuera un convento.
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