Para publicarse el 03 de Noviembre de 2006
El ícono, es esa palabra que la mayor parte de nosotros conocimos con la entrada de las computadoras en el quehacer cotidiano. Fue de gran ayuda en nuestros años de aprendizaje en el mundo cibernético saber que el dibujo de una carpeta representaba lo mismo que una carpeta real: Un lugar donde archivar documentos relacionados entre si.
Al igual que con la carpeta, nos familiarizamos rápidamente con los símbolos de los programas que nuestros equipos tienen como son el procesador de textos que utilizo para escribir esta columna ó el de la hoja de cálculo tan necesario en todos los trabajos que necesitan organizar los datos que manejan. Así mismo, vemos a diario el ícono que nos transporta por el ciberespacio a millones de páginas electrónicas con solo escribir alguna palabra relacionada con el tema que queremos investigar. Estas facilidades son con la obvia finalidad de hacer posible el manejo de la tecnología para el común de la gente, cómo lograr que esto fuera tan accesible en términos de capacitación fue lo que puso en la cima de la lista de Forbes a Bill Gates.
Tal como sucede con las computadoras, este mundo cada vez más complejo y con más historias lo concebimos de alguna manera estructurado por medio de símbolos que nos representan toda una gama de variantes sin tenerlas todas a la vista, de forma que nuestro razonamiento se empieza a acostumbrar a pensar en íconos para no volvernos locos con el torrente de información, compromisos y demás cosas que atendemos cotidianamente. Así, llamamos en íconos a nuestras amistades como “del trabajo”, “de la prepa”, “de la escuela de los hijos”, “de toda la vida”, “de los Sábados”. También funciona de esa manera cuando pensamos en cuestiones muy arraigadas de la cultura como son los refrescos, que los imaginamos como Coca Cola, la comida rápida, que es McDonald´s, ó los autos compactos, que son representados por el Volkswagen Sedán, que ya ni siquiera existe.
Pues bien, el hecho que para casi toda la gente la comida rápida sea asociada con el restaurante de los dos arcos, no quiere decir que este sea el único que existe; vaya, esto ni siquiera debe sugerir que sea el de mejor calidad, mejores precios, más antigüedad ó el que mayor número de establecimientos tenga abiertos al público. Lo que si significa es que es el caso más identificado en la percepción que las personas tienen con respecto a comer fuera de casa.
Igualmente, cuando hablamos de corrupción, vienen a nuestra mente las imágenes de René Bejarano llenándose las bolsas del traje con fajos de billetes, la imagen de Gustavo Ponce con cara de aburrido apostando en El Bellaggio más dinero del que pudiera justificar. Cuando hablamos de delincuentes de cuello blanco recordamos el caso de Banca Confía y Jorge Lankenau, de Enron y sus altos ejecutivos. Cuando en los deportes nos enfocamos, salta a la vista el caso de Barry Bonds y los asteriscos que el número de cuadrangulares tiene, se viene a la mente el caso de Ben Johnson en los cien metros planos de las olimpíadas de Seúl en 1988.
Pero lo que en ocasiones olvidamos, es que estos personajes son los íconos de lo que despreciamos, no son los únicos. Y recordamos entonces que por cada Bejarano que vemos por televisión existen miles de políticos menores enriqueciéndose a costa del pueblo; que por cada Lankenau que pisa la cárcel hay miles de empresarios que escudados en el Fobaproa desfalcaron a la nación sin recibir ningún castigo; que por cada deportista profesional que utiliza sustancias prohibidas existen millones de jóvenes tomando é inyectándose tantas cosas que su cuerpo tarde ó temprano les cobrará.
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