Publicado el 13 de Enero de 2007
Todos conocemos alguna persona a quien todo el mundo llama por su apodo, son personas cuyo sobrenombre ha sido tan repetido que ha pasado a ser parte de su identidad, hemos estado en la situación de no recordar el nombre de alguien porque solo estamos familiarizados con el apodo. Algo así es lo que pasa en Coahuila con la Ley de Pacto Civil de Solidaridad, mejor conocida como la Ley de Convivencia por sus antecedentes en el DF. ó como Ley de Unión entre homosexuales, como erróneamente ha sido ventilado por diversos medios y comunicadores de nuestro estado en un afán amarillista que algo les ha redituado.
Todos conocemos alguna persona a quien todo el mundo llama por su apodo, son personas cuyo sobrenombre ha sido tan repetido que ha pasado a ser parte de su identidad, hemos estado en la situación de no recordar el nombre de alguien porque solo estamos familiarizados con el apodo. Algo así es lo que pasa en Coahuila con la Ley de Pacto Civil de Solidaridad, mejor conocida como la Ley de Convivencia por sus antecedentes en el DF. ó como Ley de Unión entre homosexuales, como erróneamente ha sido ventilado por diversos medios y comunicadores de nuestro estado en un afán amarillista que algo les ha redituado.
Desde que la iniciativa fue presentada en el Congreso del Estado, por la forma en que fue divulgada, por las declaraciones que le siguieron de prominentes hombres de la política local y por el silencio, ese pariente de la complicidad que otorga todo, de los diputados que emanados de un miso partido conforman una mayoría, sabíamos que la citada ley sería aprobada sin mayores problemas, independientemente de la necesidad ó no de la figura. Así que el hecho de que la ley sea una realidad no espanta a nadie, lo que llama la atención es lo que algunos habíamos señalado en relación a la actitud de aquellas personas que se sienten destinatarios de tal reforma al código civil coahuilense: La comunidad homosexual.
Vemos que la percepción que la mayoría de la gente tiene en el sentido de que los homosexuales son personas con un alto grado de cultura y con una agudeza profesional por arriba del promedio es producto de un estereotipo fabricado desde Hollywood y no la realidad del acervo con el que generalmente cuenta este tipo de personas. Las manifestaciones de júbilo de grupos gay que hemos visto desde el jueves pasado, nos señalan el alto grado de ignorancia que muchas personas tienen en relación a la ley que le está dando vuelta al país. Lo que pocos han comprendido es que con está ley lo único que cambiará para fines prácticos será que ahora los encargados de lidiar con demandas por manutención, abandonos, repartición de bienes y quizás hasta por infidelidad, tendrán ya la variable de ver pelear a dos seres del mismo sexo cuando antes las broncas eran exclusivas para parejas convencionales.
Los abrazos y los besos que vimos ayer en los periódicos pronto se convertirán en golpes y arañazos en algún juzgado que tendrá la responsabilidad de hacerle ver a las dos partes que al firmar su Pacto de Solidaridad, lo que hacían no era gritarle al mundo que podían desafiar cualquier conservadurismo, lo que hacían era comprometerse a lo mismo que a través de los siglos nos hemos comprometido los hombres y mujeres heterosexuales que hemos decidido formar una pareja: A aceptar que vivimos bajo un régimen en el que no solo tenemos derechos, sin también obligaciones; que no podemos vivir el aquí y el ahora sin responsabilidad hacía el futuro, que nuestras acciones de hoy tendrán una repercusión mañana y que lo que decidamos hacer juntos en nombre del amor, ó aún en nombre de Dios, siempre será sancionado por las leyes terrenales, nos guste ó no nos guste.
Solo como pronóstico, podría apostar a que un porcentaje muy bajo de parejas homosexuales tendrán la madurez de acogerse al Pacto, y la proporción de demandas será mayor a la de parejas convencionales. Al tiempo.
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