Publicado el 19 de Enero de 2013 en El Diario de Coahuila y El Heraldo de Saltillo
Lance Armstrong |
Virulenta en redes sociales fue la
reacción a la entrevista concedida (¿ó vendida?) por Lance Armstrong a Oprah
Winfrey. En horario triple A, Discovery Channel entregó el pasado jueves la
primera parte de la plática en la que el ciclista admite haberse dopado para
mejorar su rendimiento. Siete títulos del Tour de Francia son los laureles más
reconocidos que le han sido arrebatados en los últimos meses. Para ponerlo en
contexto, los triunfos de Lance son equivalentes en su especialidad a Wimbledon
para Roger Federer, El Masters para Tiger Woods, el Campeonato Mundial de
Pilotos de Fórmula 1 para Michael Schumacher y el Súper Bowl ó la Serie Mundial
para deportes de conjunto.
Seguidores y detractores aparecen por
doquier. Los argumentos de los primeros son básicamente dos: Luego de vencer al
cáncer hizo una impresionante fundación altruista y por el lado deportivo la
justificación es que sus contrincantes también ingerían sustancias prohibidas.
Quienes lo censuran parecen hacerlo desde el pedestal de esa moralina que es
fácil mantener cuando se carece de tentaciones: Es sencillo ser honesto ante la
caja cerrada, la fidelidad es más factible cuando no hay con quien pecar y ser
un deportista íntegro para el amateur es una finalidad, pero habremos de
conceder que para el profesional el propósito es otro.
Lo que desde mi entender estamos
atestiguando con el caso Armstrong, es la gota que derrama un vaso que a través
de los años ha sido llenado por asuntos como el de Maradona en el mundial de
1994, por la devolución del puntaje ganado en Roland Garros del 2005 por el
tenista Mariano Puerta igual que Martina Hingins tras Wimbledon 2007 luego de
salir positivos, por un salón de la fama de las grandes ligas que ante la
sospecha de dopaje decide ignorar los números de Barry Bonds, Roger Clemens y
Sammy Sosa dejándolos fuera de la inmortalidad. Y la lista es larga en cientos
de casos donde la presión por los resultados llevó a los deportistas a caer en,
no necesariamente conductas inmorales, sino simplemente fuera de las reglas.
Y en esa gota que derrama el vaso esta el
legado de Lance. Y es que el vaso deportivo fue rebasado por un torrente de líquido
llamado negocio. Si nos permitimos un poco de imaginación para comparar
disciplinas, podremos aceptar que las artes nunca han sido regidas por aspectos
que tengan que ver con la salud; de hecho, es creencia popular que las grandes
obras clásicas así como las comerciales han sido concebidas bajo los influjos
de alucinógenos, desde la pinturas rupestres de Lascaux hasta los bocetos de
Dalí, incluyendo claro está, a virtuosos como Mozart ó contemporáneos
compositores como Freddy Mercury.
Por supuesto que por su misma naturaleza,
una disciplina como el deporte deberá observar al menos en la etapa formativa y
de aficionados el cuidado del cuerpo humano, con lo que finalmente llegamos al triste
legado de Lance: En poco tiempo veremos como el deporte profesional, ante la
avasallante realidad de su lado comercial, tendrá que definir estrategias para
desligarse de las prácticas amateurs y formativas en el sentido del dopaje,
eliminando en el profesionalismo las pruebas clínicas para que cada deportista
compita bajo su propio riesgo. Porque de lo contrario, ¿Quién querrá ver una
etapa del tour de Francia pensando que más tarde le quitarán el título al
ganador? ¿Quién comprara un boleto para un partido de beisbol sabiendo que el
cuadrangular que vea podrá ser cuestionado más adelante? ¿Quién utilizará los
artículos cuya marca fue patrocinadora de su ídolo caído? ¿Quién pagará sus
lujos?
cesarelizondovaldez@prodigy.net.mx
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