Para publicarse el 18 de Mayo de 2014 en Revista 360 de Vanguardia
Alguien me dijo que cuando escribía asemejaba
a mal aprendiz de cocinero: Que metía todo en una licuadora y al final sacaba
un batido de cosas incongruentes que en nada se parecían a su estado original. Pues
bueno, me vale madre parecer aprendiz de cocinero porque ahí voy de nuevo a
revolver peras con manzanas para intentar sacar un digestivo:
Para muchos de nosotros el versero Arjona
con todo y su modesta voz nos parece un mejor cantante que compositor, y es que
al encapricharse en sacar algo que se pueda comercializar siempre termina por
caer en la trampa de olvidar la poesía en su afán de hacer la rima. Y entonces
sus canciones, en lugar de evocarnos a Neruda o Benedetti nos recuerdan al
portero que caracterizaba Derbez metiendo con calzador palabras que versan en
vez de vocablos que den una idea clara.
Pero hace más de veinticinco años y antes de
que en México supiéramos de él, compuso la canción que más tarde sería su
entrada triunfal al escaparate mexicano: Jesús Verbo, no sustantivo. Y sí, tú
dirás que ese es el mejor ejemplo de cómo alguien puede descomponer su mejor
idea en una especie de Frankestein (¿Doña Carlota, mil pelotas?), pero la
esencia de su composición es lo que traigo a cuento. Cuanta verdad y filosofía
en una frase tan sencilla.
Y como señor en domingo por la noche frente
al televisor, hacemos zapping (cambio de canal) y para variar lucramos con la
memoria de Gabriel García Márquez para no desentonar con lo que todo aquel que
tiene una pluma o micrófono hace en la actualidad.
Del Gabo se escribió mucho en las semanas
pasadas y volvió a salir a flote una vieja controversia entre el prolífico y
laureado escritor contra los teóricos intelectualoides que pretenden erigirse
en dueños de la lengua y la verdad. Allá por el tiempo en que se preparaba la
incursión de Arjona en nuestro país, García Márquez dio un polémico discurso en
Zacatecas durante la inauguración del Congreso Internacional de Lengua
Española: Botella al mar para el dios de las palabras.
En su ponencia, el Nobel de literatura decía
que habíamos de jubilar a la ortografía antes de que ella nos jubile a
nosotros. Más de quince años se adelantó al debate que hoy se da entre
generaciones cuando hablamos de escritura: Los jóvenes saben entenderse con su
ortografía y por supuesto que para fines prácticos quienes no sabemos textear
en lenguaje rápido hemos sido jubilados en ese sentido. Y puedes estar seguro
de que cuando esos jóvenes sean quienes dirijan las cosas, términos o símbolos como
hbd, xox, hlp, y tantos más que usan serán plenamente aceptados dentro de la
Real Academia Española. Habrán de entender los refinados que la escritura y el
lenguaje, así como la cultura en general, son producto y patrimonio de las
masas y nunca de los estirados e iluminados.
Cito a García Márquez: “…asimilemos pronto
y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin
digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques
endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo presente el
esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de
cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la
ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches
rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más
uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer
lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver…” (ahora pensarán
que fue GGM quien dijo que la diferencia entre lastima y lástima no es un
acento, sino una pulgada)
Y bueno, fiel al estilo licuadora de
escribir y robándome la irreverencia del discurso del Gabo para ponerla junto a
la poesía de Arjona yo agregaría: Quitarle el acento a esa universal palabra
con la que concluimos nuestras oraciones, porque mejor que terminar con la
hebrea voz del Amén, sería finalizar con el imperativo de un verbo: Amen.
cesarelizondov@gmail.com
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