Publicado el 28
de febrero de 2016 en Revista 360 Domingo, de Vanguardia.
Observó cuando el chófer se
santiguo y besó la cruz que colgaba de su cuello al tiempo que el vehículo se
ponía en movimiento. Aunque se sentía algo ingenuo y manipulado, iba feliz; aún
con los inconvenientes del viaje, disfrutaba ese tipo de salidas en dónde todos
compartían una misma doctrina y siempre, pero siempre, esos grupos terminaban
por organizar una especie de fraternidad durante el regreso a casa. No le
importó viajar en un autobús lleno hasta el tope a través de la noche invernal
seguida de lo que sería un agobiado día demencial; la posibilidad de estrechar
su mano, tomarse una foto, o simplemente estar en su presencia, bien lo valía.
La vieja promesa de una mejor vida futura, hacía que venerar religiosamente aquellos
símbolos y personajes no pareciera algo tan arcaico, tan indocto, tan
lisonjero.
A cientos
de kilómetros de ahí, una joven y acomodada estudiante de preparatoria, partiría
luego con sus amigas en un avión privado a lo que, en su inexperta e inocente lozanía,
pensaba, sería un fin de semana memorable de su vida coronado con un lunes de sentir
una llama, de sentirse encendida. Aún sin comulgar totalmente por ser cosa de
otra época, la vorágine de multitudes hacía que quisiera estar ahí, aunque un
mes más tarde pudiese olvidar todo por un concierto de Cold Play. La juventud
es sinónimo de pasión, y esta mujer que hace tan poco había dejado de ser niña,
irradiaba por cada poro de su piel una ansiedad por que llegara la tarde del lunes
para estar ahí, en primerísima fila. Había que estar ahí mero adelante, tan
cerca que incluso fuera posible alcanzar a ver los empastes en las muelas del
anciano líder. Su misma publicidad dice que no todo lo compra Master Card, pero
créeme que los mejores lugares si, son accesibles con una buena cuenta en el
banco.
Y con
diferencia de días, un atribulado padre de familia había dejado todo atrás para
traspasar fronteras con la única finalidad de estar presente cuando todo
sucediera ese mágico domingo. Se había informado de cuál sería el protocolo
antes del acontecimiento y, a diferencia de muchos otros que solo entenderían y
atenderían el platillo principal, como experto en la materia más allá de los
recientes advenedizos, anhelante, esperaba ver desfilar en ese campo vetado
para las mujeres, a casi cuatro decenas de hombres cuyos momentos de mayor luz
habían sido en un escenario similar en cuanto a pompas, ceremonias y ritos,
aunque en distintos lugares y tiempos.
Para una
pequeña parte de los mortales, son cosas de una vez en la vida, para la mayor
parte del mundo, son vivencias que jamás formarán parte de su existencia, de su
experiencia, de su interés. ¿Son nuestros personajes afortunados?, ¿o son
simples marionetas bailando ante los restirados hilos de expertos titiriteros?
No lo sé, ¿Lo sabes tú? ¿Cuántas veces y en cuantos lugares hemos podido ser
cómo aquellos que criticamos?
Porque ni
duda cabe que cada uno de nosotros ha sido dotado con un libre albedrío para
hacer lo que le venga en gana con su vida, con su conciencia, con sus recursos.
Pero, ¿qué pasa cuando, como dice Arjona, heredamos los complejos, la iglesia y
hasta el equipo de fútbol?
No
entendemos cómo es posible que a estas alturas del desarrollo de nuestra
civilización, a dos mil quinientos años de la Grecia antigua, a dos milenios de
Cristo y a tanto tiempo de la caída del imperio romano, sigamos encadenados
como individuos miembros de una especie cuyos principales atributos son el
raciocinio y la inteligencia, a creencias y pasiones tan básicas que las mismas
civilizaciones mencionadas fueron desplazadas quizás por no evolucionar en ese
criterio humano de creer sin cuestionar, de seguir sin observar, de recibir sin
pensar. De vivir sin filosofar. Y es que todo, absolutamente todo, termina por
estar fuertemente cargado de filosofía para poder entenderlo. Pero regresemos
mejor con los personajes de esta historia para poder cerrar nuestro escrito:
En ese
domingo de febrero, el atribulado padre de familia observó boquiabierto desde
su carísima butaca en el estadio a los casi cuarenta jugadores más valiosos de
los anteriores campeonatos antes de iniciado el pasado Súper Bowl; y en unos
cuantos días, la joven acaudalada estará tan cerca de Mick Jagger que podrá
verle hasta las caries en el concierto de los Rolling Stones en el Foro Sol,
para brincar treinta días después a otro concierto de distintos artistas en el
mismo escenario; y a cientos de kilómetros de ahí, hace tiempo que el
enjundioso militante del partido político regresó feliz a casa luego de viajar
por todo el estado para estrechar la mano del señor político, ese que parece
ser el mecenas que como en la fábula del burro y la zanahoria, le parece acercar
la promesa de una vida futura mejor.
Pero no te
apures por nuestros tres personajes. Gracias a Dios ellos están a salvo de ser
adoctrinados por la maldita Iglesia Católica que tanto daño le ha hecho al
mundo como las cadenas de oración, los colegios dónde millones de humanos
estudian, el vestir al desnudo, la sanación a los enfermos y la compañía al buen morir, los
voluntarios, las misiones y un sinfín de atrocidades más. Nuestros personajes
están muy lejos del fanatismo religioso.
léelo en Vanguardia:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario