Publicado el 13
de marzo de 2016 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia.
Me supongo que así debe ser Londres. Ante esa pesadilla
del escritor conocida como la terrible hoja en blanco, me encuentro temprano,
de madrugada, escuchando la terca lluvia golpetear sobre el tejado. Luego la
oigo caer sin pausa a borbotones por las canaletas de las paredes para
finalmente imaginarla escurriendo con lento y perene paso por la banqueta hasta
llegar a la calle, ahí donde se mezcla con la misma materia que viene corriendo
hacia abajo en nuestra caprichosa orografía saltillense pero avanzando hacia el
norte de acuerdo a la convencional cartografía acatada por la humanidad, donde
Europa se encuentra arriba y el África abajo por el simple decreto de quienes
trazaron los primeros mapas.
Amaneciendo,
miro por la ventana en busca de tema o inspiración y observo que aun estando en
pleno mes de marzo, la espesura de la blanca niebla que ha descendido hasta el suelo,
así como la parcial vista de un grisáceo cielo encapotado, cargado y amenazador,
me recuerda que también de acuerdo al calendario, el invierno no ha terminado. Cobijado
y enfundado en telas de algodón, adivino que allá afuera el clima no solo es
húmedo, sino también frío.
Me preparo
un café descafeinado porque así lo indica la maldita y opresiva dieta para que
luego mis fosas nasales busquen proustianamente ante los bordes de la taza algún olor que me
transporte a otros mundos, a otros tiempos o a distintas dimensiones para que
me ayuden en mi tarea semanal. No encuentro nada más que la nula fragancia de
lo superfluo y el inmediatismo del cual me he rodeado. Enciendo entonces mi
computadora en busca de temática y con agrado compruebo que gracias a dios no
estoy solo, que si funciona el internet.
Las notas
de los diarios electrónicos dicen, entre otras noticias más triviales como
legalizar el consumo de mariguana, más cotidianas como la falta de medicamento
en los hospitales y clínicas de seguridad social y magisterial, o más
sorprendentes como que otra demócrata y el mismo republicano lideran la carrera por
dirigir al mundo occidental, que ha nevado copiosamente en la sierra de
Arteaga, que los fuertes aires provocaron daños y pérdidas considerables en
algunas zonas del país, que en diversas partes de la ciudad se vieron grandes árboles
caer burdamente sin la artística gracia de la nieve o lo poético del viento; que
el agua rodada caída del cielo, como siempre, se abrió paso a la fuerza por la lógica
de la física ahí dónde la lógica del dinero entre el bueno, individual y noble hombre,
en contubernio con el sucio, anónimo y oscuro sistema, ha insistido en cerrar
sus cauces naturales sin entender todavía que por acciones como esas, algún día
esta especie nuestra desaparecerá, pero su madre naturaleza prevalecerá.
Y la
terrible hoja en blanco empieza a tener bosquejo. Aún sin encontrar aroma en el
insípido café, todo lo demás parece transportarme a meses atrás, a las fechas
en donde a pesar del crudo y despiadado clima del último mes del año, algo
existente en nuestra cultura que nos convierte a todos en seres más solidarios
y cálidos con los demás, quisiera brotar de mí. Quisiera tomar el teléfono para
donar dinero al teletón como hacemos los ingenuos pero bondadosos mexicanos a principios
de diciembre, quisiera salir a la calle para darle unas monedas al menesteroso
que no tiene para comer, quisiera llegar hasta los cinturones de miseria y los
ejidos más pobres para llevar alimentos y chamarras, quisiera visitar asilos
para dejarles cobijas a los ancianos y a los desamparados, quisiera ser
voluntario para apoyar a quienes sintieron caer la lluvia dentro de su casa,
quisiera darle palabras de aliento a los presos, quisiera acompañar a los enfermos en los hospitales, quisiera darle más tiempo a mi
familia, quisiera…
Pero no
funciona. Rápidamente caigo en cuenta de que la sensiblería, la compasión y el
sentimentalismo de la época navideña tienen mucho que ver con aguinaldos y
evangelios, con usos y costumbres, con tendencias y borreguismo. Descubro que soy
incapaz de hacer por mí mismo las cosas que hago movido en conjunto por
imitación, por sentido de pertenencia, por una postura social, por costumbre o
porque es lo que se espera de mí. Parecería ser que, junto con el aguinaldo y
las posadas, se me acabaron también las buenas intenciones, la solidaridad, la
piedad, el altruismo y hasta el apetito.
Todos
hemos dicho en alguna ocasión que, bueno sería que siempre fuese diciembre. Y sí,
me gustaría que durante todos los meses del año nos asistieran las fraternas emociones
de la navidad para estar más cerca de los demás, para humanizarnos más, para
dar más, para entendernos mejor. La terrible hoja ya no se encuentra vacía,
pero siento que mi alma aun lo está.
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