Publicado el 03
de abril de 2016 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia
Entre vianda y vianda nos surge el tema de la
escueta y hueca forma de expresión escrita de la actualidad. Mi amigo, maestro
y compañero de página en Círculo 360 Domingo, el poeta Jesús Cedillo, me dice
que no es posible comunicar mucho en los 140 caracteres que acotan un mensaje o
post de twitter. También, entre el rompe hielos de una primera y helada cerveza
y la camaradería del cálido digestivo final, a través de copas rellenas con
vinos regionales van lloviendo tesis y contra argumentos de la validez, calidad
o profundidad de las precarias manifestaciones literarias que en las distintas
redes sociales se publican.
Llegado el
momento de reconocer que los decibeles de nuestra charla se van acrecentando
conforme las horas avanzan y los prejuicios se estancan, nos damos cada quien
en retirada a fin de dejar para ocasión posterior el veredicto de tan vital e
importante cuestión. Llego a mi hogar e, influenciado por la nebulosidad de mi
atención hacia cualquier actividad neuronal, consulto en mi lector electrónico la
colección de relatos breves que hacen llevadero cualquier momento, como diría
aquel maestro de economía en el Tec de Monterrey y también compañero editorial
en Vanguardia: cosas para leer cuando vas al baño.
Y sin saber a ciencia cierta si lo que diré
es un oxímoron, nuevamente leo El Dinosaurio, del hondureño Augusto Monterroso,
una gigantesca obra del micro cuento: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía
estaba allí”. Y tán-tán, se acabó la historia. Alrededor de cuarenta caracteres
y siete palabras para uno de los trabajos más reconocidos de la literatura
universal, según su género.
Me doy cuenta entonces, que El Dinosaurio ha significado
para mí lo que cualquier gran libro, novela o clásico hayan sido en variadas circunstancias:
diferentes perspectivas desde distintos momentos de la vida. Un dinosaurio en
la adolescencia fue el barro en la punta de la nariz que no había desaparecido esa
mañana de sábado para mi primera cita romántica, en la juventud fue regresar de
vacaciones decembrinas para descubrir que la calificación reprobatoria no había
cambiado por el espíritu navideño del hermano Víctor, fue despertar inmovilizado
en un hospital sabiendo que aquello no había sido una pesadilla, luego sería un
período que nunca llegó cuando suponíamos no poblar más este mundo ante un
incierto futuro, fue el desgraciado cobrador de piso esperando afuera de mi
trabajo puntualmente cada semana haciéndome sentir más estúpido de lo que hacía,
más tarde fue una deuda imposible de pagar; y claro que en una doble analogía, el
dinosaurio al despertar cada nuevo día es ver a la misma gente gobernando a mi
país.
Y como fan
de cuentos alargo un poco la manga para aterrizar en el concepto acuñado y
utilizado por Edgar Allan Poe: La unidad de efecto. La también llamada Unidad
de Impresión fue concebida por el poeta y cuentista de Baltimore para explicar
cómo es que un relato debe tener una corta extensión para que sea devorado en
una sola sesión, a fin de que el leyente carezca de distractores en su lectura
para no afectar la comprensión. Y si el autor de El Cuervo (breviario cultural:
de ahí toma su nombre el equipo de la NFL) hablaba de brevedad y consistencia hace
más de siglo y medio cuando la vida era tan dinámica como el denso atole, ¿Que
habríamos de esperar hoy?
Además,
tenemos que el cuento es la forma más antigua para trasmitir conocimientos
utilizada por el hombre desde la aparición del lenguaje articulado; siendo que
el cuento procura tanto entretener como enseñar, hacer reflexionar como también
emocionar, diría que pretende sacudir el corazón, tanto como la razón. Y luego tenemos
que dentro de la mínima expresión de historias como lo es el micro cuento, están
los más variados subgéneros o tipos como la tragedia, aventura, romance,
sátira, comedia, terror, filosofía, etcétera.
Para muestra te comparto algunos excelentes micro
cuentos de menos de 140 caracteres, cada uno entrecomillado y seguido de su
autor: “Mientras subía y subía, el globo lloraba al ver que se le escapaba el
niño”, Miguel Saiz; “Y
después de hacer todo lo que hacen se levantan, se bañan, se entalcan, se
perfuman, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son”,
Cortázar; “-Te devoraré -dijo la
pantera. -Peor para ti -respondió la espada”, William Ospina; “Aquel hombre era
invisible, pero nadie se percató de ello”, Jiménez Eman; “Cruzaba la calle
cuando comprendió que no le interesaba llegar al otro lado”, Pérez Reverte; “La
mujer que amé se ha convertido en fantasma, yo soy el lugar de sus
apariciones”, Juan José Arreola.
Y se sorprende uno cuando extiende la
búsqueda a lecturas más amplias sin abandonar el parámetro de la unidad de
impresión de Poe, encontrando obras cortas de escritores como Borges, García
Márquez, Kafka, Lewis Carroll, Eduardo Galeano, y por supuesto nuestro paisano,
Julio Torri. Para declarar empate entre el poeta y yo, considero que la razón
me asiste cuando digo que la falta de buenos contenidos no se debe a los
restringidos 140 caracteres de un tuit, pero como bien dice Jesús, se debe a los
limitados y pobres afanes de quienes se pasan la vida subiendo basura a las
redes sociales, despreciando la oportunidad de aprovechar bien esa ventana de
publicación. Poeta: La pelota está en su cancha.
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