SAN JUAN DE LA VAQUERÍA

léelo en Vanguardia:  https://vanguardia.pressreader.com/article/281921662782705

Una expectativa complicada: entusiasta consumidor de los productos locales por su calidad y no por regionalista, pensaba que lo había visto todo.  No era así.

De esas veces que un estimado amigo convoca a los demás para escapar a uno de los viñedos más reconocidos de la región. Y pues a uno le dicen rana, y uno salta. ¿Quién en su sano juicio deja pasar la ocasión de palomear, como niño con álbum de estampas, las distintas vinaterías que componen la ruta local de vinos y dinos?  Así que busqué, sin éxito, el sombrero Panamá, las botas de suela lisa y una camisa casual, debieron perderse en otra vida; llegué con el fedora de Indiana Jones, la camisa de cuadritos y unos Skechers pull on.

Es probable que conozcas este tipo de experiencias: con algunas variaciones, lo mismo en Jalisco con las tequileras que en Oaxaca con mezcales, en la Rioja, Napa o Mendoza, las bodegas adoptan un exitoso guion que incluye una charla donde se da conocer la historia de marca y producto, visita a los plantíos, el proceso de elaboración, envasado, etiquetado y empaque, para finalizar con una degustación y maridaje de los productos ahí elaborados.

Y pues, siendo mi amigo uno de esos tipos que por el lado materno son parientes de un tercio de la población saltillense, por la casa paterna de otro tanto y por sus relaciones personales tienen amistad con el resto, fue que tuvimos la fortuna de ser guiados por el fundador de la marca y por su hija.

Por la confianza y apertura que los anfitriones nos brindaron desde la llegada, acordamos vivir la experiencia de manera informal, es decir platicadito, no recitado. De manera que todo fue visto desde diferente perspectiva por mí.

Por espacio y por no redundar en lo que algunos de mis lectores ya conocen, obviaré detalles de recorrido y procesos, así tampoco spoileo a quienes piensan visitar San Juan de la Vaquería en el futuro.

Entonces, si la intención no es publicitaria o de divulgación, de qué demonios va esta columna, te preguntarás. Te respondo: va de conocer uno de esos proyectos que ven más allá del negocio, que son socialmente empáticos, que buscan dar valor agregado y diferenciación, que se apoyan en la ciencia para lograr mejores productos preservando la naturaleza, que entienden la importancia de la convivencia así cómo de resguardar patrimonio cultural e histórico-inmobiliario.

Unas viñetas para explicarme mejor: una hacienda que data de hace 400 años, restaurada con respeto, tino y buen gusto a decir de los arquitectos del grupo, así como una bodega equipada con la más alta tecnología e ideada para ser escalable en producción, rodeadas por hectáreas de vides, parras o como sea que se llamen las plantas, fueron el marco perfecto para escuchar la visión y misión de un emprendimiento que, entre otras cosas, pretende ser un espacio de convivencia para sus visitantes y de desarrollo para sus colaboradores, esto desde la interesante plática de Sofy, quien transmite su conocimiento, entusiasmo y compromiso de manera concisa, natural y suficiente, y también desde su padre, Gerardo, con la modulación de la gente que se hace escuchar por contenido más que por volumen y armado con la paciencia de quienes aman el campo.

Para cerrar te platico de tres bonos: uno, la innovadora propuesta de maridar con productos accesibles tanto en lo geográfico como en lo económico para hacer del consumo de vinos de mesa algo más cotidiano, esto sin dejar de lado el suculento cabrito que nos hizo sentir como Marqueses de Aguayo; dos, la indiscutible calidad de vinos blancos, rosados y tintos que hacen justicia a la buena fama de lo que se produce en la región; y tres, el enterarme (por terceras personas) que la comunidad de San Juan de la Vaquería ha sido beneficiada por esta familia no solo con trabajos dignos, honrados y productivos, sino por recibir, en forma de donación, las escrituras de las viviendas que habitan, las que antes fueron territorio y propiedad de la hacienda. 

Con emprendimientos así, qué orgullo ser de esta tierra.

cesarelizondov@gmail.com


versión digital en 360 de Vanguardia: https://vanguardia.pressreader.com/article/281921662782705



Al estudiante se le atiende, no se le consiente.

 contexto: cierre de blvd Carranza por estudiantes en septiembre de 2023

El mismo gobernante que en su primer día de mandato aplacó con sendas bofetadas a aquel agitador-paracaidista cuyo cadáver apareció embolsado sexenios más tarde, nunca pudo controlar al estudiantado. Claro, su compadre y principal señalado de la masacre del ´68 había doblado las manos en aras de la “gobernabilidad”, esa palabrita que nos remite más a índices de aprobación política que al bienestar de los gobernados.

Así es, desde hace más de cincuenta años es una regla no escrita de la política mexicana el hacerse de la vista gorda cuando surgen problemas estudiantiles que afectan a la sociedad. Se entiende esa actitud keynesiana (sí, estoy revolviendo guajolotes con manzanas con ese término) de dejar hacer y dejar pasar al asumir la supuesta autonomía de universidades y tecnológicos.

Respetar la expresión, no solo de los estudiantes sino de cualquier grupo o persona es siempre un gesto aplaudible. El problema viene cuando la libertad de manifestarse de los estudiantes trastoca la vida de los demás miembros de la sociedad, muchos de los cuáles pagan impuestos que en un porcentaje van a caer en la educación, es decir, en su escuela. Aclaro para quien lea esto fuera de contexto: al día 27 de septiembre de 2023, un grupo estudiantil lleva diez días bloqueando un tramo importante del bulevar que distribuye la circulación de Saltillo.

Hago un paréntesis para desechar el sospechosismo de movimientos políticos externos involucrados, que si bien pueden acercarse para llevar agua a su molino como todos hacemos ante el río revuelto, es obvio por observación que nada tienen que ver en el génesis de esta historia: las revueltas estudiantiles que se generaron mundialmente en el verano de 1968, así como las revoluciones de principios del siglo pasado, obedecieron sí, a intereses políticos globales que plantaron, financiaron y adoctrinaron movimientos aprovechando el descontento de buena parte de la población. Este no es el caso, de lo contrario, ya estuvieran los estudiantes en Nuevo León manifestándose por la falta de agua, los de Oaxaca por exceso de pigmentación, y los de Puebla por pipopes.

De ahí que el movimiento sea genuino. No hace falta ahondar en los porqués, basta con entender que el pliego petitorio que presentan tiene puntos varios. El asunto aquí es la incapacidad de salir de la caja de pensamiento para resolver el caso. Entiendo la imposibilidad de los gobiernos locales para desenmarañar problemas internos para los cuales no tienen responsabilidad legal ni atribuciones. Pero los estudiantes los dejan muy mal parados ante la sociedad con el cierre de tan importante vialidad.

Entonces, ¿cómo abordar un problema así? ¿cómo salir de la caja para encontrar una solución? Lo primero es entender quién tiene la facultad para dar o negar a los estudiantes lo que quieren. Bueno, pues ese alguien, o ese organismo, tiene su despacho en la ciudad de México, no en el bulevar Carranza, ni en bulevar Coss, ni frente a la catedral.

Si me concedes que el principal problema de México es que todo se politiza pero nada se contabiliza, estarás de acuerdo conmigo en que de la gran pérdida económica, social, académica y humana que las horas-hombre (o mujer, binario, trans o felino) desperdiciadas entre ausencias, tránsito varado, inaccesibilidad y demás efectos colaterales de un bloqueo de calles, podría salir la solución del problema. Me explico:

Ya dijo algún empresario que las pérdidas económicas para la iniciativa privada rondan los doce millones de pesos, nadie sabe de dónde sacan esos números con más celeridad que los concursantes de Cien mexicanos dijeron, pero igual se los publican, así que los daremos por ciertos. ¿Qué pasaría si, en aras de que no continúen esas pérdidas financieras calculadas por los empresarios y otras incalculables como lo es la pérdida social y académica, les fletamos un autobús a los estudiantes para que hagan su manifestación en donde están quienes les pueden escuchar y arreglar las cosas, es decir, en CDMX? Considero que el gasto de un autobús es suficiente para eso, ni una despensa habrá que darles, para que su movimiento suene más fuerte, habrá de ser acompañado por una huelga de hambre.

Si lo piensas bien, allá en la capital, los que pueden resolver esto, no están siendo señalados ni perjudicados como lo están siendo acá nuestros gobernantes y nuestros coterráneos. Considero que una huelguita en sus explanadas y oficinas, financiadas por el empresariado afectado y por los gobiernos señalados, podría dar la imagen de un pueblo saltillense unido con sus estudiantes, así sea que el fondo del problema tenga que ver más con cantinas, que con academias.

cesarelizondov@gmail.com

BordoTown: una alternativa impopular

léelo en Saltillo 360, de Vanguardia: BORDO TOWN: UNA ALTERNATIVA IMPOPULAR - Saltillo360


No seré yo quién señale con autoridad moral a los jóvenes que, sincronizados con la naturaleza del ser humano, corren riesgos innecesarios poniendo en peligro su integridad física y la de los demás al conducir a exceso de velocidad o en estado inconveniente: soy la envidia de un cementerio de gatos que no llegaron a la séptima vida, habiendo salido ileso de múltiples accidentes sin saber dar una respuesta mejor al clásico “no se” que se utiliza cuándo te sucede algo por simple estupidez.

Pero, la manera de abordar el problema por parte de las autoridades sí es un tema en el cual debemos involucrarnos.

Seguro lo has notado: proliferan los bordos reductores de velocidad en cualquier tipo de arteria por toda la ciudad. No puedo presumir de haber viajado mucho por el mundo para decir con total conocimiento de causa lo siguiente, pero le batallo para recordar en dónde he visto estos topes más allá de zonas escolares o sitios dónde las personas bajan de los autos para ingresar como lo son hospitales, aeropuertos y demás lugares donde los reductores de velocidad sirven para proteger al peatón de los coches, no para resguardar al automovilista de si mismo. No recuerdo haber visto esto sobre bulevares. Sólo en Saltillo.

Me pregunto el porqué de esto. Y claro, el reduccionismo simplón nos dice que es una cuestión de cultura. Más o menos de acuerdo. Pero… siempre habrá un pero para que un conceptito se convierta en dilema. Me explico:

La cultura (o falta de), no es privativa del ciudadano. Y así como cada individuo ha de tener su propia filosofía de la vida y de las cosas, también los gobiernos se acogen a filosofías políticas, económicas, sociales y así una por cada titular del gabinete. Podríamos decir que la filosofía de una administración es su ideología…sus conceptos…su cultura.

Es muy conocido que los servidores públicos tienen un ojo en sus representados y otro en la futurología, de ahí que toda acción sea minuciosamente calculada para medir el número de likes y hates que arrojará, y la cultura de una administración se desnuda al actuar en consecuencia.

De ahí que, cuando surgen tragedias como las registradas en los distintos bulevares de Saltillo, las autoridades deban reaccionar ante la demanda ciudadana de minimizar la frecuencia y alcances de esos lamentables accidentes. Y aquí es dónde, por una disyuntiva política, se abre una ventana de oportunidad para que los saltillenses entremos en esa cultura de las ciudades donde se transita pian-pianito sin necesidad de ir brincoteando e incrementando la cartera de fabricantes llanteros y de amortiguadores.

Esta disyuntiva política, tan llevada y traída en los círculos del poder de cara a las elecciones del próximo año, indica que la actual administración municipal va de transición, es decir, que en su horizonte no aparece la reelección. Y no hay nada que beneficie más a un pueblo que un gobierno de transición por la posibilidad de implementar medidas poco populares, pero necesarias.

Ya lo vimos en el Centro Histórico: obras y parquímetros que trastocan de inicio la actividad económica, pero a la larga se espera que repercutan en más visitantes al código postal veinticinco mil. Son acciones impopulares, pero que al paso del tiempo forman cultura.

Aterrizando en el tema, considero que, dadas las condiciones políticas y sociales de Saltillo, es tiempo de abrir un debate serio, libre de filias y fobias, para aprovechar la recta final de una administración transitoria, en el sentido de instarlos a implementar y desechar lo que sea necesario para que nuestra ciudad sea más fácil y segura de transitar. Eliminar los bordos e implementar las foto-multas parece una buena forma de transitar hacia una mejor cultura al volante y menos accidentes que lamentar. 


cesarelizondov@gmail.com

BORDO TOWN: UNA ALTERNATIVA IMPOPULAR - Saltillo360






Redada en el campus (2 de 2)

 

Brownies, munchies, dealer y vapes son palabras que te pedí preguntaras a qué se referían en el léxico cotidiano del siglo veintiuno, es cultura general. Sigamos pues con la crónica de la redada en el campus.

Para ello, habremos de repasar a nuestros personajes, a saber: el muchacho emprendedor, el escuadrón de policía, maestros, alumnos y mirones de la universidad. Y hablando de universidades, debo omitir aquí, por no venir al caso, la frustración que sentí meses atrás cuando un alto (más por el físico que por su desempeño) funcionario de la UAdeC intentó explicarme cómo es que los aspirantes a cursar ahí una carrera, son unos genios que sacan cien limpio en sus pruebas de admisión, sin responder a la interrogante de cómo es que se blindan de transas en esos exámenes aplicados en línea, porque, a decir verdad, se me hace muy increíble que solo puedan ingresar auténticos sabios omniscientes, ni Harvard, caray. Así la máxima casa de estudios (con minúsculas, por favor). Por supuesto, debí utilizar algunas influencias escalones más arriba si de verdad quería lograr algo, ya que ese gris funcionario no pudo arreglar ni un nescafé. Pero ya me desvié del relato, amén de revivir el encabronamiento.   

Volviendo a la historia inspirada en hechos reales, tenemos a un estudiante arrestado por la policía. Sucede que semanas atrás, apretando tuercas sin poner tornillos, llegó a oídos de los altos mandos policiacos que dentro de cierta universidad, existía un alto índice de consumo de mariguana en las presentaciones que, dicen, no dejan el ambiente oliendo a concierto de Guns N´ Roses. Sin esperar respuestas para averiguar si el asunto era de competencia privada, de salubridad, de legalidad o académica, el operativo para cazar a un presunto dealer se activó.

Sin duda puedes visualizar un escenario: enormes camionetas para todo terreno irrumpiendo en el campus, con sirenas a todo volumen y luces estrambóticas por torretas, patrullas blindadas brincoteando entre los topes del estacionamiento, oficiales con uniforme, chalecos blindados, armas automáticas y rodilleras de guerra. Por otro lado, maestros suspendiendo clases, un director saliendo del sanitario sin lavarse las manos, la asistente del director llorando, el conserje divertido por una fisura en la cotidianidad, estudiantes compartiendo todo por redes sociales en vivo, alumnos deshaciéndose de sus vapes o pens con THC en jardineras, techos y retretes…y nuestro protagonista, paralizado a medio jardín con su caja de pastel bajo el brazo, con los brownies que le quedan.

Complicado. No me taches de loco hasta el final, porque sí me pareció injusta la forma en que a ese alumno le cortaron las alas de emprendimiento. Ya te lo había platicado: no llegaron al cuartel, comandancia o cómo se llame todos los brownies (con la receta de la dulce abuelita) que estaban en la caja.

Más tarde por la noche, el director de la escuela discutía con su homólogo de la corporación policiaca, no por levantar al chico, sino por invadir su universidad. Los reporteros estaban listos para una nota sensacionalista al haberse generado dentro de un plantel privado, abogados por doquier, jóvenes de todas partes, mirones al por mayor… y nuestro protagonista rindiendo declaración.

Casi a la media noche, un confundido agente salió de la sala de interrogatorio con la declaración más inocente que se pudo haber imaginado para el caso: resulta que nuestro protagonista emprendedor, observó durante meses una marcada necesidad de sus compañeros que utilizan los famosos vapes o plumas de mariguana. Se dio cuenta del insaciable apetito que en los consumidores se despierta, munchies es cómo le llaman a esa reacción o a lo necesario para aplacarla, y vio la oportunidad de sacar algo de dinero atendiendo esa demanda. Por desgracia para las autoridades, alguien pensó que sus brownies eran la droga, cuando simplemente los cocinaba para venderlos cuando los munchies se hicieran presentes en el metabolismo de otros estudiantes. La receta de la abuela no podría ser de otra forma…¿o sí?.














Redada en el Campus (1 de 2)

 

Poco falta para que Disney, Marvel o Pixar digan que sus películas están inspiradas en hechos reales: claro, un hecho real es que los periódicos existen y en ellos trabajan hombres inseguros con cierta nobleza adentro, pero de ahí a que un Clark Kent se convierta en Superman, Estaca Brown, como decía el cronista. Lo mismo pasa en los libros de historia, de contabilidad o hasta en los tomos del registro público de la propiedad: se basan en hechos reales, pero quienes los editan podrían llevarse un Oscar por maquillaje.  

Entonces, de ahí que todos nos tomemos licencia para adornar las historias, desde el número y atributos de las pretendientas que tenía el abuelo, hasta el chiste del único ser que continúa creciendo después de muerto: el pez, pues cada vez que el pescador cuenta la historia, lo agranda un par de pulgadas. Pero ya fue mucha introducción y nada de especulación. Vuelve a leer la última línea, que no te engañe el subconsciente. En fin, ahí va la historia de hoy, por supuesto, inspirada en hechos reales:

Antes, un paréntesis. Entre las muchas técnicas para iniciar un relato, se puede escoger por hacerlo de manera cronológica, es decir, algo así como empezar con Lucy (la australopithecus más célebre) para alargar el cuento hasta nuestros días, pasando por el arca de Noé y el arco del triunfo, por el machismo y el feminismo, por los Beatles y el Volkswagen, por el PRI y los dinosaurios, aunque parezcan pleonasmos; pero esa forma es harto aburrida. Por eso, en la actualidad muchos escritores prefieren iniciar la historia “in media res”, que no tiene que ver con cortes de carne vacuna ni nada por el estilo, sino que significa más o menos “en medio del asunto”. Cierto que la Biblia sería más atrapante para leer si empieza con un tipo todo madreado cargando una cruz por las peatonales aledañas al mercado Juárez mientras los demás le arrojan piedras, en lugar de la anestesia literaria llamada génesis o el primer episodio del nuevo testamento, ese que da origen a Santa Claus.

Dicho todo lo anterior, suprimiré los pormenores de nuestro protagonista y cómo fue que la vida lo llevó, junto con toda su mercancía, a ser levantado por un impecable operativo policial dentro de las instalaciones de la universidad. Mejor iniciamos con un soleado día en los jardines del campus.

Voy a obviar también, el juicio ético-moral que deriva de comercializar cosas por debajo del agua en un espacio dónde, se supone, solo aquellos que han obtenido una concesión para vender, pueden hacerlo. Tampoco hablaré de la ventana de oportunidad que dichos concesionarios dejan abierta cuando no tienen la libertad o visión para ofrecer a sus clientes distintos bienes en diferentes horarios, sitios y situaciones. Dejemos la moralina atrás y centrémonos en los hechos, pues.

Imagina entonces, a un muchacho de unos veinte años, esposado, rodeado de policías armados, ante la atónita mirada de maestros, compañeros y mirones. A su lado, sobre una banca del campus, está una caja para pasteles, y adentro, quedan todavía algunos brownies que él preparó la noche anterior con una receta aprendida nada más y nada menos que…de su abuela.

Spoiler: no llegarán a los separos de la policía la totalidad de los brownies que estaban en la caja, alguien o algunos tomarán una muestra con quién sabe qué fines, lo que, al final del día, terminará en una terrible discusión y acusaciones de la familia del imputado hacia las autoridades. Vaya desfachatez.

Por este domingo, se acabó el espacio. La próxima semana entrego la conclusión de esta historia inspirada en hechos reales, te garantizo un final al estilo no-lo-vi-venir. Por lo pronto, te dejo una tarea para que te familiarices más con el tema y tengas un mejor contexto para el desenlace: pregunta por ahí con tus hijos o tus padres, amigos y familiares, por las distintas recetas de los brownies, el significado de munchies, vapes, y demás terminología bastante extendida en nuestros círculos y días.  














El Súper Bowl y la señora Kelce

 

Igual a cada domingo de Súper Bowl, independientemente de tu comprensión de este deporte, te daré algunos datos interesantes para atender durante la transmisión. También hallarás aquí un pronóstico infalible para el final del partido, una predicción que al cumplirse, tendrás la oportunidad de ver un fenómeno del cual ni siquiera tienes conocimiento. Ahhh, y te plantearé una duda, un pequeño dilema moral. Por lo pronto, lo único seguro es que al final del día, un equipo celebrará el campeonato entre pirotecnia y canciones con familiares y amigos, y el otro se dispersará para curar sus heridas, en medio de esa penumbra y silencio tan necesarios para templar el carácter.

No te voy a estafar con una historia que ya conoces si eres seguidor de la NFL o que escucharás hasta el cansancio, por primera vez hoy, si perteneces a quienes ven el Súper Bowl porque de lo contrario se quedan en solitario este domingo: es la primera vez que dos hermanos jugarán en equipos contrarios en esta instancia.

Te digo, eso sí, que antes se han enfrentado hermanos como entrenadores en jefe, que otro par de hermanos resultaron campeones en un mismo equipo, y que un ex jugador de esta liga tuvo dos hijos que fueron reconocidos como el jugador más valioso en distintas ediciones. Todo eso lo puedes googlear, pues aquí solo va como nota de color. No, no es discriminatorio, así se le llama a cierta forma de información.

En lo técnico y aburrido, pero al final acertado, ahí te va lo que debes saber: en el fútbol americano, igual a la mayoría de los deportes, la mejor defensa es la que termina ganando los campeonatos. Sí, los goles, las canastas y los knock outs hacen el negocio, pero aguantar la embestida de los rivales es lo que consigue trofeos. También, todo competidor sabe que no se debe disparar en su propio pie, traducción: castigos y perder la posesión del balón son suicidios deportivos. Y muy importante por el desgaste físico: tener la posesión del balón más tiempo que el contrario deshace a las defensivas, es más demandante reaccionar que accionar. Y en todo lo anterior, las águilas de Filadelfia tienen mejores números que los jefes de Kansas City. En el papel, ganan las águilas. Pero…siempre hay un pero:

Además de que el director de este periódico es seguidor de Kansas City, tengo un par de argumentos para pensar que pueden ser campeones: primero, algo que los gringos llaman Strength of Schedule Power Rating, que habla del nivel de los contrarios a los que cada equipo enfrentó, y ahí encontramos que los jefes tuvieron un calendario muy difícil y las águilas uno muy cómodo, lo que origina los números del párrafo anterior. Segundo, ese intangible que en toda competición existe, y que se llama jerarquía; y en este último lustro, Kansas City es el equipo jerárquico de la NFL. Es como Beyoncé a los Grammys, Spielberg al Oscar, o Chumel al Twitter. 

Pero en fin, una sola jugada puede destruir desde el principio un plan de juego o una genialidad definir el partido más allá de las estadísticas; además de que se acaba el espacio y te debo una profecía.

Mi pronóstico infalible para el final del partido dice que verás a la señora Kelce llorando, y presenciarás ahí un raro fenómeno: por uno de sus ojos brotarán lágrimas de alegría por un hijo que será campeón, y por el otro derramará lágrimas de tristeza, por el hijo que no será. Dilema: si tu fueras la señora Kelce, ¿con cuál de tus hijos te irías a cenar hoy?




Con unos kilos de más



Ya sea que nos conozcamos personalmente o que a través de mis columnas tengas una opinión de mí, te habrás enterado de que modestia, vergüenza y buen gusto son cualidades que no me acompañan. Dicho lo anterior para no sorprenderte con mi colaboración de hoy, te cuento de qué se trata. 



Luego de exprimir la vida en gerundios desde siempre, toca el tiempo de visitar a un montón de profesionistas cuyas especialidades terminan su etimología con la palabra logo. Un examen médico de rutina se convierte en un minucioso tour por todas las áreas del hospital, y la interminable sucesión de cuestionarios lo hacen a uno sentir ante el confesionario de Fátima o los separos de la policía judicial.



Más o menos salgo bien librado de mi encuentro con cada especialista, todo aparece en orden dada mi edad y entorno de vida. Cardiólogo, neurólogo y andrólogo se explayan un poco más conmigo debido a los temores que me acechan de padecer enfermedades en esos órganos o músculos gracias a una genética implacable con mi ascendencia.



Al último, un médico general saca una tabla comparativa y me informa que, lo único por atender de momento, es un ligero sobrepeso. Le explico que desde hace tiempo asisto con regularidad al gimnasio, con largas calcetas blancas y anteojeras de caballo Budweiser por no parecer sugar daddy, silver fox o simple viejo rabo verde. Le digo que tras muchos meses de andar en la caminadora a velocidad burocracia, y de levantar en peso la barra con unos disquitos que me recuerdan a aquellos de 45 revoluciones por minuto de las tornamesas de mi niñez, apenas perdí un par de kilos.



Él responde con una letanía de términos y causas, lo único que medio entiendo es que, además de alojar entre mis intestinos pastel de mi primera comunión sin digerir y media pizza Giovanni, dependiendo de la edad, hay músculos, órganos y huesos que se van endureciendo o agrandando con el paso de los años, y por lo tanto, ahí se ganan kilos que no tienen mucho que ver con obesidad. Me despide con la sugerencia de alimentarme con más pastura, bajarle un poco a la carne, al tabaco y destilados. Por supuesto, le digo que lo haré, pero en mi interior ya lo estoy mandando a la shingada y antes de salir de la clínica me deshago de la hoja con recomendaciones.



Regreso a casa y repaso mis entrevistas con andrólogo, neurólogo y cardiólogo. Recurro a mi concepto favorito en cosas de pensamiento y sentimiento, ese donde corazón y cerebro son los tangibles de postulados científicos y religiosos, para llegar al híbrido intangible que da la razón a ambos: la conciencia.



Concluyo que para perder ese pequeño sobrepeso acumulado por lustros, habría de sacrificar tamaño de los órganos y músculos que atienden los tres doctores. Lo tengo tan claro como un niño que decide entre brócolis o caramelos, y resuelvo que ni por error sacrificaría algo de eso. Dios, la naturaleza o la vida me dotaron con dos de esos tres órganos muy grandes y cumplidores, grandes en realidad. Y el otro de ellos, pues me parece que debe estar en el promedio mundial, incluyendo pigmeos, negros, santos, científicos y delincuentes; sería estúpido reducirlo.



Así que, no pienso achicar mis cosas, me quedo con sobrepeso.




Cuidado con lo que deseas

Dicen que si lo visualizas, sucede; aunque no siempre ocurre como lo soñaste. También, en otro tema, alguien dijo alguna vez que todo el que se mete de empresario es por hambre vieja. Y en edad próxima a dónde otros se jubilan, aún no distingo si escogí ser autoempleado por demostrar no-sé-qué cosa, o por ese inmaduro recelo a rendir cuentas, o temor a ser incompetente, o de plano porque había aprendido un noble oficio.

El asunto es que siendo muy joven, gracias al crecimiento industrial de Saltillo y una competencia mundial que aún no llegaba a la ciudad, aunado a mi situación sin compromisos, y sí, con un hambre vieja de tiburón encaletado, las cosas se me acomodaron bien en el ámbito empresarial.

Cosa común entre los aventureros, tomé como referencia a la empresa que en ese entonces se encaminaba a ser líder nacional de mi giro. Una compañía nacida en Monterrey, cuyo fundador había tenido la sabiduría de, además de adecuar a la época un modelo de negocio exitoso, saber abandonar a tiempo un barco llamado Confía que hacía agua sin que nadie más lo notara, esto último con la opinión de “los expertos” en contra.

Esa hambre del empresario es distinta en cada caso, ya sabes: cada cabeza es otra barbacoa. Facturación, posición en el mercado, número de empleados, metros cuadrados, influencia política o social, rendimientos… en fin, un listado interminable de factores son los que pueden mover a una persona de negocios.

Entre mi hambre vieja y la referencia del líder en mi gremio, en algún momento cuadré una ambiciosa estrategia desde mis condiciones y análisis con miras a medirme en el futuro con ese líder tan respetado tanto por competidores, como por clientes, proveedores y prestadores de servicios.

Luego vinieron candidatos a la presidencia asesinados, devaluaciones, cambios de régimen, crisis económicas recurrentes, narcoviolencia, competencia lava-dinero y competencia lava-nombres, nulo gasto gubernamental, pandemias, y un sinnúmero de pendejeces más propias que ajenas. Total, que a través de los años, igual a cualquier empresario, tanto ese líder como yo, tuvimos que ajustarnos a las circunstancias para seguir trabajando. En el inter de tantas vueltas de la vida, en distintas ocasiones tuve la oportunidad de convivir con el fundador, socios y trabajadores de esa empresa, quedándome siempre con lecciones y aprendizajes no solo aplicables a la empresa, sino también a mi persona.

Para cuándo acordé, pasaron treinta años de haber tomado como referencia a una empresa fundada y operada por gente trabajadora y visionaria, inteligente y arriesgada. En el transcurso de esas tres décadas, otros proyectos y múltiples problemas alejaron mi atención de esa meta por medirme en metros cuadrados con esa corporación que nos enseñó tantos caminos alternos y variados enfoques a sus competidores. Si me diera por quejarme, diría que mis sueños de grandeza terminaron en pesadilla, pero tampoco es verdad.

Y en estos días de enero, con profunda tristeza me entero de la liquidación de ese negocio que fue punta de lanza para lo que hoy es el mercado nacional. Y no puedo sino sentirme incómodo y burlado por la vida, porque al final, esa estúpida meta de medirme con el más grande será rebasada al continuar operando desde mi modesto nivel mientras ellos desaparecen; pero ese no era el plan, no es agradable ver a tu inspiración morir, no es edificante ver un árbol caído. No tiene gracia ni mérito elevarse ante la desventura de otros.





La prueba de los boleros

 

Malo para las ciencias exactas, lo que no aprendí de perspectiva en las aburridas aulas, lo asimilé sin metodología en los vericuetos de Saltillo. Por supuesto, ya no fue una perspectiva de rigor arquitectónico, fue mi libre interpretación del mundo.

Procurando una visión aterrizada situándome en punto medio, en algún momento escuché que, así como el más pudiente de esta ciudad capital se convierte en uno más cuando abandona el terruño, igual, al rey del baile canchero le salen dos pies izquierdos al danzar sobre parquet.

Por ello, crecer en una zona urbana con menos de la mitad de habitantes de los que hoy la hacinamos, en una época en la que subir por el bulevar pedaleando mi Bimex roja no era un riesgo a la salud, o cuando tomar la ruta Cinsa o el Águila de oro era un viaje entretenido, a muchos privilegiados nos dio la oportunidad de experimentar lo mejor de dos mundos: la seguridad de un hogar con las necesidades cubiertas, y la libertad de explorar cada punto cardinal de un pueblo que negaba ser ciudad.

Así fue que hace unas semanas, para variar en velorio, un amigo recordó cómo una temprana y lírica comprensión de la inutilidad de perseguir una zanahoria que nunca apacigua el hambre, nos alejaba de la norma social en busca de experiencias mundanas. Bueno, mi amigo lo expresó en palabras más llanas, dijo algo así como que todo nos valía madre.

Reflexionamos entonces que desde la comodidad de solo tener que sacar adelante los estudios, pero también desde la independencia que teníamos al provenir de familias típicas del siglo veintiuno viviendo en el siglo veinte (ambos padres trabajando), nos era sencillo encontrar tiempo y lugares para idear estupideces. Una, quizá la más divertida de todas, fue La prueba de los boleros. No, no se trataba de cantar o componer cosas bonitas, nada que ver con Armando Manzanero y esos autores.

En esos bíblicos tiempos, el cauce y riberas respetadas del arroyo de “Los Ojitos” eran más amplios a lo que son hoy. Y ahí, colgando estratégicamente de las ramas de sauces, álamos y olmos, teníamos unas cuerdas de cáñamo que nos permitían hacer piruetas al estilo Tarzán para cruzar de un lado al otro el arroyo, en eso consistía “la prueba”. Algo curioso en lo que no reparamos al inaugurar dicha iniciación y que después resultó evidente, fue que, independientemente del clima y estación del año, el arroyo siempre llevaba agua: era un drenaje al aire libre. Literalmente, debíamos volar sobre la mierda. En aras de salvar la dignidad de mis amigos, tampoco voy a exagerar tanto, por eso diré que éramos entendidos del proceso de filtración en el agua rodada, y nuestro sitio estaba en el norte de Saltillo, es decir, en zona de baja densidad poblacional.

El asunto es que pasamos largas horas de nuestra niñez aferrados a una liana para cruzar de un lado a otro sobre un arroyo de aguas negras, con el punto máximo de diversión viendo caer a alguien dentro del cauce… y en honor a la verdad, tarde o temprano todos terminábamos metidos en el arroyo, chapoteando entre residuos de una esencia saltillense.

En ese período de la vida de pureza colectiva, solo éramos un grupo de niños limpios, sin miedo a ensuciarnos mucho. Al despedirme en ese velorio, alguno de los amigos me dijo que, para él, fue algo muy positivo ensuciarse así de niño, para no hacerlo de adulto.



Para lo que sirve un padre

 

—Y... ¿ganaste la pelea?,¿cuándo fue eso?— preguntó mi padre al no poder esconder los nudillos desgarrados cuando hundí mi cuchara en el plato pozolero.

Quise sumergir la cara dentro del puchero de res. A muy corta edad uno aprende que papá ni cuenta se da de los fiascos del amor y mamá jamás sospecha que peleaste en el recreo, al tiempo que la madre ve desde lejos la herida en el corazón y el padre reconoce las cicatrices externas porque parecen herencia.

Unos meses antes, sucedió algo que desembocó en esa charla.  

Lo bonito de ser opinador y no analista, es que tomas los hechos con el fin de conceptualizar, sin la necesidad del rigor en nombres y números, fechas y lugares para puntualizar o demostrar. Es posible que algunas cosas sean inexactas de lo que viene a continuación, pero la idea es esa, diría el Chapulín Colorado.

Era la época en la que, si de las clases de sexualidad que eran nuestro genuino interés no habíamos aprendido nada, menos entendidos éramos para otras cosas relacionadas con biología, pero nos apasionaba el deporte. Velasco era quien organizaba toda la cuestión deportiva en mi escuela. Aunque de mi generación salieron hasta unos campeones nacionales, supongo que la finalidad de Velasco era la formación humana más que la excelencia deportiva, porque cualquier entrenador actualizado dirá que si mezclas avanzados con principiantes, la tendencia será que los malos contagien a los buenos, nunca al revés.

Pero Velasco nos ponía a competir a niños de primero de secundaria sin cabello en las axilas, con bigotones alumnos a punto de entrar al bachillerato. Y bueno, siempre se me dio eso de ser como un cachorro chihuahua ladrándole a los rottweilers.  

Total, que ahí estaba yo, chaparro de nacimiento, con desarrollo tardío y doce años de edad, ganando un rebote perdido en el basquetbol ante un equipo de los mayores. Escuché a mis espaldas, a lo lejos, el grito de alguien pidiéndome el balón. Adiviné que estaba al otro extremo de la cancha, así que hice un movimiento como si fuera un atleta olímpico de lanzamiento de disco, y al voltear hacia el frente con la pelota saliendo de mi brazo con toda la inercia del cuerpo, me encontré con Moy (al día de hoy no sé si ese era su nombre, apellido o apodo), el alumno más alto de toda la secundaria, con los brazos en alto, listo para bloquear mi pase. Él era tan alto, y yo tan bajito, que estrellé el balón a la altura de sus costillas. Hasta aquí lo sucedido en la duela (es un decir elegante, jugábamos sobre asfalto).

Semanas más tarde, una de esas noticias que recuerdas toda la vida en que lugar y con quién estabas cuándo te enteraste, sacudió a toda la escuela: Moy había fallecido. Recuerdo a alguien decir que murió de cáncer pulmonar.

De regreso a la mesa con mi padre:

—No voy a hablar de eso Papá.

—No importa hijo, solo quiero saber si te defendiste bien. No te he enseñado a agredir, pero sí a defenderte.

—Es que no peleé con nadie. Yo solo le di de puñetazos a la pared. — y un torrente de lágrimas apareció.

A trompicones, llorando como cuando se carga una culpa, le expliqué lo que había pasado aquel día en la cancha de basquetbol, y cómo tiempo después Moy había muerto por lo que yo entendí que era una complicación en los pulmones.

Mi padre entendió a lo que me refería, me miró con esa expresión que parece exclusiva de las madres, me abrazó y me dijo algo más o menos así: No, hijo, estás muy equivocado, el cáncer de pulmón no se origina por un golpe en las costillas, la tragedia de Moy no tiene nada que ver contigo, no sé por qué, ni desde cuando vienes culpándote por eso, pero ya es tiempo de que lo sueltes.

No recuerdo haber jugado basquet o fútbol con mi papá, ni me enseñó a andar en bici o a calcular derivadas. Viví en aquella cultura, él cumplió con su papel al tiempo que mis amigos y primos, mis hermanos y vecinos, cubrieron esas necesidades. Tampoco lo recuerdo ahí durante adolescencia y juventud al surgir ciertas heridas, pero siempre supo estar, cuando vio las cicatrices.