publicado el 12 de octubre de 2025
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Como lanzar una botella al mar con la esperanza de que a alguien llegue el mensaje, envío de vez en cuando algo que me parece interesante, cómico, profundo o inspirador al grupo de whatsapp que comparto con mis bendiciones, beneficiarios o personas favoritas; hasta ahí las pistas de la gente en cuestión para conservar el misterio que según los sabios, todo escrito debe guardar para tensionar la trama.
Así fue que por la necesidad de levantar la mano para
decir “aky toy”, o porque quise presumir de cultura general, o nomás porque
traía saldo en el celular, les envíe la crítica que apareció en mi cuasi senil
algoritmo de redes sociales sobre el último libro (último-último) de Gabriel
García Márquez, “En agosto nos vemos”.
A decir de sus deudos, un texto inacabado por el que se
obligaron a sopesar entre la voluntad del difunto nobel -con b- de no publicarlo
por desmerecer a su arte, o la generosa contribución a la humanidad por parte
de los herederos para dar a conocer la última novela por él tecleada. No lo sé
Rick, parece falso este último argumento. Pero en fin, ese no es el asunto.
La cosa es que el dichoso libro me llamó la atención
por tener un adendum facsimilar con las correcciones hechas por el autor sobre
el texto original, es decir, fotografías de páginas corregidas por puño y letra
de García Márquez. Cualquier persona que haya tenido intención de presentar un
escrito decente, sabe cuántas ediciones, borrones, anotaciones, equivalencias,
puntuaciones y demás cambios se realizan de una idea para mandar a impresión el
producto final; para quienes gustamos de escribir mentiras completas o medias
verdades, verdades ficcionadas o crónicas emperifolladas, las últimas páginas
de ese póstumo libro resultan ser una especie de muestra operativa del gran
maestro.
No hay que devanarse mucho los sesos para adivinar que
alguno de los destinatarios de aquel mensaje de whatsapp interpretó que el
volumen sería un buen regalo para mí. Entonces, aquí lo tengo gracias al
patrocinio del Kiwi. Pero, tampoco ese es el tema. A lo que voy:
Para variar y no perder el estilo o voz narrativa de
este columnista, había de hacer algo de escritura autoetnográfica, ese rollo
ensimismado de hacer que todo trate de uno como adolescente incomprendido, pero
queriendo aterrizarlo a puntos de vista comunes para conectar el concepto con
el lector.
De ahí nace la reflexión sobre la novedad que presenta
el formato del libro con eso de las notas del autor: más
allá de la novela en sí, echar un vistazo a las correcciones, anotaciones,
referencias y demás que uno de los mejores escritores hizo sobre un relato
inacabado, me hace imaginar no solo al inmortal genio trabajando sobre su
escritorio, sino también metaforizar sobre la vida misma, que en el trayecto
nos orilla a enderezar e inventar, aprender, desaprender, considerar y
entender, recortar y pegar, corregir o copiar, y una infinita lista de verbos
que nos permiten construir un manuscrito legible, aún cuando el documento
original parezca un borrador mil veces editado, pero donde la esencia de una
historia no extravía el rumbo, si acaso, termina siendo escrita con diferentes
palabras, frases, ritmos y puntuaciones, pero el alma o espíritu que mueve al
relato continúa siendo el mismo.
Gran
diferencia eso de andar por la vida poniéndole punto final a todo, siendo tan
intrigantes y llenos de posibilidades los puntos suspensivos…



