Consultó su caro reloj, el de extensible de oro, le gustaba admirarlo, o admirarse al reflejarse, en fin, a pesar de su reloj, llegaba tarde de nuevo, la impuntualidad, su sello; se estacionó en su lugar, el marcado con azul, de los discapacitados, tenía una buena salud, pero consiguió una placa que le brindaba ventajas, algún día quien lo sabe, podría acompañarlo alguien con capacidades diferentes; una vez en su despacho, sentado ante su escritorio de caoba bien labrada, abrió el cajón principal, sacó su finísima pluma, recuerdo de una aventura, firmó algunos documentos, que sabía nunca honraría, buena calidad de tinta, una firma estilizada, estampadas en papel, carentes de toda valía.
Al salir de su trabajo, se fue a su club deportivo, el más exclusivo de la ciudad, el de mejores instalaciones; pasó de largo el gimnasio y se dirigió al bar, una vez estando ahí, ordenó el mejor cogñac, otro más y uno tras otro, abusó de aquel licor, al final, ni le gusto, una vez más, la cantidad vencía a la calidad. Salió bastante achispado, subió al auto deportivo, el más nuevo, el más lujoso, cruzó toda la ciudad, a toda velocidad, sin respetar las señales, sin cultura al conducir. Llego a su pequeña casa, se recostó con su amante, tras unos breves intentos, se fastidió y se marchó, ni siquiera le cumplió. De ahí fue con su familia; al llegar, todos dormidos, encendió el televisor para ver el noticiero, se enteró de lo de siempre: empresarios como Ahumada, funcionarios como Ponce, congresistas Bejaranos, candidatos sin vergüenza; entonces se preguntó, igual que otros mexicanos, ¿Por qué me tocó vivir entre tanta corrupción?
Este era otro mexicano, de otro estrato, otro linaje; limpiar era su trabajo, pisos, paredes y techos, sin olvidar papeleras, con acceso a todas partes, todo requiere de aseo. Primero, limpiar los baños, verificar los jabones, el papel y lo demás; como lo hacía desde antaño, tomaba sus provisiones, solo un rollo de papel, la pastilla del jabón, un solo aromatizante, total, para aquella inmensa empresa, no significaba nada, por otro lado, en su casa, a economizar les ayudaba. Después, limpiar oficinas, sus hijos, desde pequeños, por lápices no paraban, una pluma y unas grapas, hojas, borrador y regla; la mejor explicación: en la escuela no les daban.
Llegó la hora de comer, se dirigió al comedor, usted sabe como es eso, hoy todo está porcionado, aprovechó y se guardó unos sobres de la sal, otros tantos del azúcar, dos sobres de mayonesa, de mostaza solo uno, tres de catsup por si acaso, y claro, las servilletas, sin olvidar los cubiertos. Al fin y al cabo esos sobres, muchos otros los tiraban.
Así era un día normal, la rutina era su cruz, pero al ocultarse el sol, a su hogar por fin llegaba, vaciaba su morralito, siempre lleno de sorpresas, total, como ya dijimos, con eso a nadie afectaba. Una vez todos dormidos, tenía tiempo para él, esta vez prendió la tele, quiso ver el noticiero, se enteró de lo de siempre: empresarios como Ahumada, funcionarios como Ponce, congresistas Bejaranos, candidatos sin vergüenza; entonces se preguntó, igual que otros mexicanos, ¿Por qué me tocó vivir entre tanta corrupción?
Al salir de su trabajo, se fue a su club deportivo, el más exclusivo de la ciudad, el de mejores instalaciones; pasó de largo el gimnasio y se dirigió al bar, una vez estando ahí, ordenó el mejor cogñac, otro más y uno tras otro, abusó de aquel licor, al final, ni le gusto, una vez más, la cantidad vencía a la calidad. Salió bastante achispado, subió al auto deportivo, el más nuevo, el más lujoso, cruzó toda la ciudad, a toda velocidad, sin respetar las señales, sin cultura al conducir. Llego a su pequeña casa, se recostó con su amante, tras unos breves intentos, se fastidió y se marchó, ni siquiera le cumplió. De ahí fue con su familia; al llegar, todos dormidos, encendió el televisor para ver el noticiero, se enteró de lo de siempre: empresarios como Ahumada, funcionarios como Ponce, congresistas Bejaranos, candidatos sin vergüenza; entonces se preguntó, igual que otros mexicanos, ¿Por qué me tocó vivir entre tanta corrupción?
Este era otro mexicano, de otro estrato, otro linaje; limpiar era su trabajo, pisos, paredes y techos, sin olvidar papeleras, con acceso a todas partes, todo requiere de aseo. Primero, limpiar los baños, verificar los jabones, el papel y lo demás; como lo hacía desde antaño, tomaba sus provisiones, solo un rollo de papel, la pastilla del jabón, un solo aromatizante, total, para aquella inmensa empresa, no significaba nada, por otro lado, en su casa, a economizar les ayudaba. Después, limpiar oficinas, sus hijos, desde pequeños, por lápices no paraban, una pluma y unas grapas, hojas, borrador y regla; la mejor explicación: en la escuela no les daban.
Llegó la hora de comer, se dirigió al comedor, usted sabe como es eso, hoy todo está porcionado, aprovechó y se guardó unos sobres de la sal, otros tantos del azúcar, dos sobres de mayonesa, de mostaza solo uno, tres de catsup por si acaso, y claro, las servilletas, sin olvidar los cubiertos. Al fin y al cabo esos sobres, muchos otros los tiraban.
Así era un día normal, la rutina era su cruz, pero al ocultarse el sol, a su hogar por fin llegaba, vaciaba su morralito, siempre lleno de sorpresas, total, como ya dijimos, con eso a nadie afectaba. Una vez todos dormidos, tenía tiempo para él, esta vez prendió la tele, quiso ver el noticiero, se enteró de lo de siempre: empresarios como Ahumada, funcionarios como Ponce, congresistas Bejaranos, candidatos sin vergüenza; entonces se preguntó, igual que otros mexicanos, ¿Por qué me tocó vivir entre tanta corrupción?
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