Publicado el 21 de Abril de 2006 en El Diario de Coahuila y El Heraldo de Saltillo
“Cuando sea grande quiero ser policía”, es una de las frases más escuchadas por los padres cuando hablamos con nuestros niños acerca de lo que les gustaría ser cuando crezcan. Las niñas dicen que su ilusión es ser bailarinas en la mayoría de los casos. El varón generalmente dice preferir ocupaciones que tienen que ver con la autoridad, la habilidad atlética y la fuerza mientras las mujeres se inclinan por las artes, las responsabilidades del hogar y la naturaleza; es una cuestión de género, lo que no quiere decir que unas u otras actividades sean exclusivas de un sexo, aunque si podría sugerir que un argumento esgrimido por los defensores del movimiento gay está errado, pero ese es tema para otra ocasión.
Muchos adultos sonríen incrédulos ante la inocente idea de los menores de convertirse en guardianes del orden, quizás por una subconsciente percepción de lo que nos han hecho creer que son los encargados de velar por nuestra seguridad. Desde temprana edad los padres amenazamos a nuestros hijos con decirle “al policía” si no se comportan correctamente en los lugares públicos dándole a los guardias una imagen de tiranos que nos vigilan en vez de lo correcto que es que están ahí para protegernos; también aludimos al agente de tránsito como medida para usar el cinturón de seguridad en lugar de optar por la explicación de la forma en que el citado artefacto preserva la vida en los casos de accidente y que lo único que hace el agente es obligarnos a cuidar de nosotros mismos. Con ejemplos similares, conforme la edad avanza la impresión que la gente tiene de lo que es un policía se degrada en la misma proporción en la que se comprende que tantos niveles abarca el término.
El día de ayer, en la ciudad de Acapulco, en Guerreo, fueron exhibidas las cabezas degolladas de un recién renunciado Comandante de la Policía Preventiva Municipal de aquel puerto junto con la de otro miembro hasta ayer activo de la misma corporación. Este tipo de noticias nos pone a ver las cosas desde otra perspectiva cuando uno de nuestros hijos dice querer ser policía cuando tenga edad para ello. Cuando un pequeño expresa su deseo de ser el encargado de cuidar la seguridad de sus semejantes la respuesta debería ir acompañada con una explicación de cómo es que existen diferentes ámbitos de acción para llevar a cabo sus anhelos, desde ser portero en una modesta organización hasta ser Procurador de la República, la realidad desgraciadamente es que si algún pequeño insiste en lo que durante siglos han querido ser los niños, debemos coartar de tajo sus aspiraciones para no caer en la posibilidad de que aquello se materialice.
Las ejecuciones que han sesgado la vida de tantos elementos policíacos en los últimos meses en nuestro país apuntan decididamente hacía el narco como autor de los mismos. Desde Nuevo Laredo hasta el océano pacífico, desde Tijuana hasta el Caribe, el poder de los narcotraficantes ha rebasado a las autoridades en la guerra de unos por ganar mercado y de otros por tratar de cumplir con su deber con el Caballo de Troya infiltrado en ellos. Vuelve a ser escuchada la alternativa de legalizar el consumo y distribución de drogas para restar poder a los cárteles, a lo que muchos insisten que es abrirle la puerta al consumo masivo de los enervantes y a lo que otros pensamos es la posibilidad de regresarle a las instituciones policíacas la credibilidad que tanto necesitan para combatir otros problemas.
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