Publicado el 11 de Septiembre de 2006
Iba camino a mi trabajo cuando escuche por radio a un comentarista decir que llegaba un cable con el informe de que alguien había estrellado un avión en el World Trade Center de Nueva York, fue ese tipo de noticias en que uno siempre recuerda el entorno exacto de su ser al momento de enterarse.
Iba camino a mi trabajo cuando escuche por radio a un comentarista decir que llegaba un cable con el informe de que alguien había estrellado un avión en el World Trade Center de Nueva York, fue ese tipo de noticias en que uno siempre recuerda el entorno exacto de su ser al momento de enterarse.
De la incredulidad pasamos al miedo, de ahí a la indignación y finalmente llegamos a la reflexión. Aún en conciencia de los verdaderos fines que esconden ese tipo de actos, de una u otra forma reconocimos en el simbolismo de aquellos ataques el error que cometíamos al brindarle más culto a lo material que a lo espiritual.
Han pasado cinco años desde aquella mañana que sacudió mucho más que al centro financiero del mundo. Hoy percibimos a nuestro alrededor prácticamente a la misma humanidad que antes de esa fecha, seguramente hay más personas que buscan algo que realmente trascienda de esta vida, pero en el anonimato de las masas, este mundo no ha aprendido una lección que tarde o temprano volverá a sufrir.
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