Publicado el 21 de Agosto de 2010
Por alguna extraña razón coincidimos en un evento al que fuimos invitados por diferentes personas y motivos, por un más grande misterio fue que a la hora del banquete nuestros lugares quedaron uno junto al otro. Luego de la típica charla rompehielos acerca del clima, la economía y el tráfico vehicular pasamos a la siguiente fase del parloteo: ¿A que te dedicas?
De mi ordinaria exposición de cómo es que me ganaba los pesos pasamos a su extravagante forma de obtener sus dólares. En cuanto supe que estaba hablando con un jugador profesional de béisbol me di cuenta que la conversación había dejado de ser trivial al convertirse en una experiencia de vida para un aficionado regular de la novena saltillense.
Aquel reciente jugador de los Saraperos se percató muy tarde de su error. Ser una persona pública ó famosa y hacérselo saber a un simple mortal puede resultar tan entretenido como ser un vaso de agua y que alguien lo encuentre en el desierto. El pobre pelotero fingió estar interesado en lo que seguramente fue una simple variación de lo que escuchan cuando les habla un villamelón: La clásica disertación de lo que significa el equipo para la ciudad y que es lo que se debe hacer para lograr el campeonato.
El largo monologo que soportó aquel beisbolista estuvo salpicado de cifras, anécdotas, nombres, lugares y una que otra exageración que presencié, escuche ó viví durante mi niñez en relación al equipo de casa. Conforme avanzaba el dialogo poco a poco me fui dando cuenta que los nombres de Guadalupe Chávez, Gregorio Luque, “Carretas” Perez y Juan Navarrete apenas eran reconocidos por mi interlocutor como leyendas locales pero sin llegar a distinguir la aportación de unos y otros a la historia del conjunto; de cuestiones más particulares como las proezas de Harold King, Antonio Pollorena, Henry Cruz y Norberto Burke fue como si le estuviese hablando en otro idioma.
Pero el colmo fue comprobar que no conocía el nombre del alcalde, al Santo Cristo de la capilla, el Ojo de Agua, no sabía quien era Catón ni dónde estaban las gorditas de Doña Pola, sabía que Armillita fue torero pero no que era oriundo de aquí, jamás había probado el arroz huérfano y menos leído un poema de Manuel Acuña. Entonces comprendí que en aquella conversación solo había un deportista profesional y solo había un Sarapero de Saltillo. Uno era él, el otro era yo.
Pasaron los años y aquel jugador emigró a otra ciudad con un mejor contrato. Tiempo después lo vi en una foto del periódico sonriendo mientras sostenía el trofeo que tantas veces se nos negó a los Saraperos y me dio gusto verlo campeón aunque vistiera otro uniforme, mientras tanto aquí en Saltillo seguíamos esperando el título.
Seguí pagando mis boletos y mal siguiendo al equipo año tras año. Finalmente la temporada anterior pude disfrutar el primer campeonato sin asterisco de nuestros Saraperos. No quise que mis hijos esperasen otros 40 años para ver a su equipo coronado y por eso fue que los lleve el lunes pasado al estadio Francisco I Madero. Presenciamos un pésimo partido de béisbol, pero una gran fiesta para los saltillenses.
Durante los siguientes días no me canse de hojear los periódicos locales observando las fotos de los aficionados saltillenses que festejaron de todas formas y en todo lugar el bicampeonato, y, ¿Sabe usted una cosa?, las sonrisas en esos rostros me parecieron más orgullosas que la de aquel jugador con quien una vez hace mucho tiempo compartí el pan y la sal.
cesarelizondovaldez@prodigy.net.mx
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