Otras formas
de herencia poco tienen que ver con identificarse entre personas y son más bien
bienes prácticos. Y así es que a varios años de la muerte de mi padre, las
únicas cosas tangibles que conservo para acercarme a él son los libros de su
biblioteca. De cuando en cuando, al regresar a lecturas pasadas de moda pero
con temáticas vigentes (vaya paradoja, lo vigente no pasa de moda) como el célebre
libro del Doctor Viktor Frankl, me encuentro con pasajes subrayados que me
indican pensamientos, conceptos, ideas o creencias que me revelan más de la
persona ausente que los mismos testimonios de quienes lo conocieron.
E
irremediablemente paso a la reflexión de los tiempos modernos. Vivimos una época en la que las pequeñísimas y desapercibidas costumbres de consumo que vamos
adquiriendo devalúan esa valiosa herencia que antes recibíamos: Objetos depreciados
económicamente pero que nos develaban mucho de los individuos a quienes habían
pertenecido.
Empezando
con los libros, pasando por las películas, para llegar finalmente a los discos,
era una buena forma de intentar trasmitir algo a través de cosas físicas dejadas
en un estante para ser tomadas por las próximas generaciones cuando fuese el
tiempo correcto. Ya hablemos de Cien Años de Soledad, de El Ciudadano Kane o
Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, son obras para digerirse en un momento dado
de la vida, no necesariamente cuando lo impongan los planes de estudio.
Y he aquí
que los hijos de mi generación recibirán por herencia un nombre de usuario y
una contraseña. Y bueno, no es que esto sea malo, es solo que refleja
perfectamente la despersonalizada manera de vivir que demandan los hábitos de
consumo actuales. Amazon, Apple Store, Netflix y un sin número de empresas acercan
a un click de distancia lo mejor de la literatura, la música y el séptimo arte,
pero también parecería que alejan a años de luz de nosotros el poder transferir
a las próximas generaciones la esencia de nuestros pensamientos, gustos,
filosofías, creencias, miedos y demás características y rasgos de personalidad
que a menudo ni siquiera quienes conviven con nosotros conocen.
Y aunque
quienes venden archivos digitales llevan puntual registro de nuestros consumos
y tienen intrincados algoritmos para conocernos mejor, evidentemente sus fines
van por el lado comercial más que fraternal.
Pero… Me niego a ser pesimista.
Quiero creer
más bien que la herencia en forma de archivos digitales donde también se
incluyen las fotografías, serán mejores referentes de lo que fuimos en nuestro
paso por el mundo que las cosas del pasado; y es que, al no existir un objeto
de adoración o nostalgia como lo son el libro o el disco en su entidad,
nuestros deudos habrán de encontrar en el contenido de los mismos esas
particularidades de nuestra personalidad que no siempre pudieron conocer. Si
creemos verdad que somos lo que comemos, habremos de admitir que nos nutrimos
de lo que leemos, de lo que escuchamos y de lo que vemos.
cesarelizondov@gmail.com
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