Publicado el 05 de Octubre de 2014 en 360 La Revista, de Vanguardia.
A los doce años era
como si ahí resolviera mi destino y la decisión estaba tomada…Pero no contaba
con una cosa. Era un niño entrando a la adolescencia a quien le apasionaba el
fútbol americano y durante la mitad de mi vida había sido el jugador consentido
del equipo en que jugaba, mi gran entusiasmo por ese deporte era fielmente
reflejado durante las prácticas y los entrenadores premiaban mi dedicación
dándome múltiples opciones para jugar. Pero nunca había alcanzado un campeonato
y eso me hacía sentir mal. Pensaba que un cambio de equipo me vendría bien en
la búsqueda del tan elusivo primer lugar. Elegí la escuadra que dominaba la
liga con el solo pensamiento de poder levantar el trofeo.
Aquella era una escuadra plagada de
excelentes deportistas y poder jugar entre tanto talento era cosa poco menos
que imposible. Llegué al primer entrenamiento pidiendo la posición de mariscal
de campo que venía jugando desde la primer vez que me calé casco y hombreras.
En tres minutos el entrenador evalúo mis limitadas capacidades para ese trabajo
y me despachó al área que más luce pero que peor castigo recibe: Corredor de
balón, o running back. Estuve ahí las
primeras semanas del año para llenar el hueco de formidables atletas que aún no
se habían reportado al campo de entrenamiento, alguien era necesario para practicar
y correr las jugadas mientras los seguros titulares se integraban al equipo.
No era un joven tonto, y me daba cuenta que
sería cuestión de tiempo para ser relegado a la banca. Decidí hablar con mi
entrenador y le hice ver el gran error que había cometido al haber cambiado de
equipo en pos de un título sin haber tomado en cuenta que no sabría a lo mismo
ser campeón viendo los partidos desde las laterales. El me respondió que así
era la vida, que tenía que elegir entre dos muy buenas cosas: Jugar como
siempre lo había hecho o ganar un campeonato que jamás había alcanzado.
Poco antes de iniciar la temporada,
excelentes jugadores se integraron al equipo y en una ocasión el entrenador me
llamo aparte para preguntarme que había pensado de lo que habíamos hablado.
Respondí que tristemente concluía que era preferible perder luchando hasta el
desmayo a ser campeón sin despeinarme, pero entendía que ya era imposible
regresar a mi antiguo equipo. Me dijo entonces que sería el titular para
iniciar la temporada, y que si mantenía una estricta ética de trabajo el puesto
sería mío hasta el final.
Tuve una temporada que en lo individual fue
la mejor de mis años de practicar ese deporte. Perdimos un solo juego en el cual
mi viejo equipo me maltrató como se castiga a un desertor; tuvimos que llegar
al último partido para decidir al campeón. Y ahí, luego de una decena de juegos
en dónde había brillado anotando cualquier cantidad de puntos, fui frenado por
la defensa contraria sin yardas ni puntos y nuestra defensiva tuvo que sacar la
casta haciendo la única anotación del juego para que finalmente yo conociera el
sabor de un campeonato.
Luego durante el festejo me diría mi Coach que él había medido las
posibilidades del equipo desde el inicio de los entrenamientos y me explicó que
una buena actuación del corredor de balón se debe más a quienes le abren brechas
protegiéndolo de los rivales que a sus propias habilidades, y que él siempre
supo que con el material humano que teníamos, todo era cuestión de cohesión
para que algunos luciéramos gracias al trabajo de otros, siempre que todos
fuésemos tras el mismo objetivo: Hacer las cosas bien.
Más tarde durante
mi juventud, cosas como el método científico, la separación de los poderes, las
teorías de Einstein, las odiosas matemáticas y la intrigante filosofía me
fueron presentadas dentro de las aulas, pero ningún postulado pudo igualar a lo
que aprendí de mi entrenador José Inés Hernández: El arduo trabajo combinado
con algo de conocimiento y bastante ética, rinde frutos independientemente del
dilema que nos presente la vida, y en algunas raras ocasiones, podemos incluso
salir por ambas vías de una disyuntiva para continuar jugando y encima,
resultar campeones.
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