Publicado el 16 de Noviembre de 2014 en 360 La Revista, de VANGUARDIA
Triste semana. Una coincidencia en la muerte
por la truncada vida de jóvenes personas, muchas diferencias en la oportunidad
para afrontar un duelo.
A principios de semana acompañé a un buen
amigo en una misa. Su hermano, un hombre joven, fue prematuramente llamado por
Dios cuando media vida le quedaba por delante. Siempre es muy duro ver a una familia
encabezada por madre y padre avanzar por el pasillo central del templo con las
cenizas del hijo.
También durante la semana, estuvimos
escuchando la repetición de las tristes, desafortunadas y en ocasiones frívolas declaraciones de
funcionarios mexicanos en torno al caso de los normalistas desaparecidos/muertos
de Ayotzinapa. Sacos de cenizas recuperados del supuesto lugar de los
asesinatos (a decir de algunos detenidos) fueron enviados hasta Austria para
intentar relacionarlas con los nombres de los desaparecidos.
Aun cuando originalmente fue presentado
para entender el proceso de aceptación cuando se sufre de una enfermedad
terminal, el modelo de cinco pasos propuesto por la psiquiatría es hoy
extendido para entender todo tipo de pérdidas, desde quedar sin empleo hasta
perder a un ser querido. Iniciando por
la negación, experimentar y superar la ira, intentar una negociación con Dios o
lo que entendamos por poder supremo u orden del universo, y dejarse caer en la
inevitable depresión; todo esto nos conduce finalmente hasta la quinta y última
etapa: Aceptación.
Pero
grandes diferencias encontramos cuando el modelo de cinco etapas es manipulado
mañosa y marrulleramente desde las instancias o dependencias que, si bien es
cierto no las podemos culpar por apretar el gatillo, tampoco las debemos exonerar
como responsables por no apretar a tiempo los tornillos y tuercas flojos que
todo México señalaba a lo largo y ancho de la república antes de la masacre.
Y es que resulta burdo, obvio y hasta
maquiavélico la forma cómo, con una precisión de relojeros suizos (timing es el
término anglosajón que lo define perfecto pero que no tiene equivalente en
castellano), nuestros gobernantes esperaron largos días mientras el país pasaba
de la negación –aunque ya nada nos sorprende- a la ira. La infinita paciencia y
seguro cansancio de la burocracia esperó sin muchos resultados a que el enojo
atemperara, para salir entonces con su atuendo de dios o amos del universo para
negociar la pérdida: No los hayamos, es probable que estén muertos pero no lo
podemos asegurar porque no tenemos evidencia. Y sabemos que nunca la tendrán.
¿Qué sigue? La depresión, el hastío, la
indiferencia. Y, cayendo simplistamente en las teorías de manipulación
mediática, de pronto nos encontramos con nuevos escándalos o buenas noticias
que nos hacen más llevadera u ocultan la depresión: Que se cayó la licitación del tren, que si la casa de la
primera dama aguanta una auditoría, que se consumó la venganza por el penal inexistente
ante Holanda, que se llegó el tiempo del Buen Fin…. Y ahí la podemos llevar
ante la fácil salida que siempre nos han propuesto e invariablemente hemos
aceptado: La vida sigue. Y es entonces que vendrá la aceptación. Y entra ahí la
gran diferencia entre las formas de afrontar el duelo ante la pérdida.
Por más que duela, como seres humanos podemos
voltear hacia arriba e intentar comprender los designios en el llamado de Dios
para llevarse prematuramente a un joven hombre como el hermano de mi amigo,
dándole a la familia la oportunidad de vivir los cinco pasos para llegar a la
aceptación por una irreparable pérdida, esto ante unas cenizas que nos remiten
a las creencias religiosas de la mayor parte de los mexicanos.
Pero por ningún motivo, podemos como país aceptar
que la pérdida de los normalistas se vuelva otro hecho más sin consecuencias
para la clase política en la historia de una nación. Nación dónde no hemos
querido entender que se nos agota el tiempo, la paciencia y las instancias como
ciudadanía para tomar una de dos disyuntivas que nos llevarán a distintos
futuros: O tomamos en nuestras propias manos las cenizas de los normalistas y de
los niños de la guardería ABC para poner casos representativos de la
incapacidad y/o complicidad gubernamental, para desde ahí, desde las mismas
cenizas resurgir como el Ave Fénix; o, dejamos vivas las brasas aún calientes de
tanta impunidad para que otros vientos reaviven el fuego, para que esta vez sea
todo México el que quede reducido a cenizas.
cesarelizondov@gmail.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario