Publicado el 03 de Mayo de 2015 en Revista 360 Domingo, de Vanguardia
¿Se pueden construir
amistades sobre la crítica de la obra y legado de otros? Pues de alguna forma
fue algo que me sucedió en días pasados. Me gustaría decir que invité a un
colega a cenar, pero la verdad es que tengo la suerte de compartir página
editorial en esta publicación con el Poeta y escritor Jesús R. Cedillo, lo que
quizás nos hace compañeros de plana dominical, pero disto mucho de considerarme
colega de un reconocido bardo y periodista profesional en distintos
medios.
Llegando a dónde
cenaríamos, aires de renovación nos invadieron cuando veíamos que cientos de
niños salían alegres y con juguetes y dulces del edificio luego de haber sido
festejados por su día; llevaban dentro de su ser el abstracto de la felicidad,
representado en sus manos con lo material de sus regalos. Tenía la impresión de
que Cedillo era una especie de Ebenezer Scrooge pero rápidamente cayeron mis
prejuicios al escuchar lo maravillado que estaba de ver tanta alegría en tantos
niños.
Aún no llegaba la primera
cerveza cuando se unió a nuestro grupo Luis H. C., de quien también me gustaría
considerarme similar pero cuyo altruismo y entrega a causas y organismos nobles
nos hace parecer inhumanos a los demás. Y ya sabes, el inicio de una plática
entre gente de distintos perfiles nunca es sencillo, así que metafóricamente
hablando, rápidamente nos encontramos con un árbol frondoso, grande y saludable
para tumbarlo y hacer leña de ello una vez caído. Villamelón de todos los temas
y experto en venderme bien, pude salpicar la charla con algunas ocurrencias.
De ahí, fue fácil seguir
la plática por disímbolos derroteros que fueron de la anécdota de ir en motocicleta
a 250 kilómetros por hora en la carretera Saltillo-Zacatecas con un Federal
cada vez más rezagado, a la poética muerte del lagunero Valente Arellano que a
los pocos días de haber recibido la alternativa moría en los cuernos como
siempre fue su deseo, decía él que serían los cuernos de un toro o de una
motocicleta, y fueron en estos últimos dónde murió. Hablamos del Padre
Usabiaga, impulsor del Instituto Seglar de Estudios Religiosos y cuyo libro
aterriza los porqués de los dóndes, de los cuándos y de los cómos de la
religión católica que tanta picazón provocan entre la comunidad intelectual no
creyente; y concluimos que en bastantes ocasiones, el agnóstico y el ateo caen
en lo mismo que critican porque al elegir lo que son, lo hacen por seguir una
corriente de apariencias e ignorancia, más que por un razonamiento propio.
Hablamos de los partidos de
fútbol de Tigres, Rayados y Santos; y de nuestros Saraperos en el parque
Madero; también de los conciertos a los que fuimos y resultó que hace un cuarto
de siglo, sin arrugas y sin canas, y una gran expectativa, los tres asistimos
al estadio del Tecnológico de Monterrey a rendirle tributo a Bon Jovi.
Ya para cenar pasamos de la
cerveza al vino tinto. La segunda botella la abrimos aún con esa mirada de
complicidad que ponemos cuando todavía pesa más el manual de Carreño que el
manual de la felicidad; para la tercer botella de 3V, todas la barreras de
comunicación estaban por el suelo. Es a la par de las copas que uno pasa del
educado y político “discúlpenme un momento” al honesto y directo “voy al baño”,
para caer al irreverente y campechano “voy a mear”.
Y así fue como de aquel
inicio de plática dónde criticamos la pequeñez de Frida Kahlo en cuanto al
tamaño de sus cuadros, la cantidad de sus obras, pero sobre todo la calidad artística
de las mismas, brincamos a cuestiones de mercadotecnia que nos dicen como se le
da valor comercial a lo que se quiere impulsar, en este caso desde una
plataforma llamada Diego Rivera. Entre lo comentado párrafos arriba, también
pasamos a comparar las letras de José Alfredo Jimenez con una filosofía de la
vida entendida igual por diferentes artistas en distintas culturas; comparamos
el carisma de Pedro Infante con el arrastre de algún ex gobernador y fue
imposible dejar de lado la analogía de como la temeridad truncó ambas carreras.
Todavía hubo tiempo, estómago y ganas para tomar un digestivo, y ahí accedió el
poeta a abrir una cuenta en alguna red social; aún estoy esperando la
invitación.
Finalmente, cuando la hora oficial dictaba
que era tiempo de retirarnos, abandonábamos el edificio ya desértico de la
gente de ese día pero pletórico de vivencias de muchas personas y años. Y me
pareció que al igual que unas horas antes, seguían saliendo niños de ahí; y es
que llevaba conmigo además del abstracto de buenas y divertidas historias, de
sabios puntos de vista e interesantes creencias, lo material de una cosa que
representa las vivencias de un pasado y que promete un futuro: Un corcho con
una fecha y tres firmas.
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