Publicado el 30 de Agosto de 2015 en Revista Círculo 360 Domingo, de Vanguradia
Estimado Chuy:
Es difícil hacer de una historia dónde no exista la tragedia algo que pueda ser interesante. Y tú sabes bien que en esta historia quizás encontremos un poco de drama o desgracias, pero sin llegar a la tragedia. Por lo pronto, aquí estoy por tu culpa dónde dije que jamás regresaría, haciendo lo que algún día te dije que en mi opinión era incorrecto, sufriendo innecesariamente por honrar una amistad.
Sabes que me gusta la bohemia mucho más que la trotada, que siempre preferiría un buen corte de carne roja antes que atiborrarme de pastas y otros carbohidratos; que disfruto más del humo que despide un Marlboro a los olores que uno se fuma en las carreras; que entre el caballito de tequila y la botella del Gatorade, me brota lo tapatío. Que me considero más amante de la almohada a que amigo del despertador.
Lo había dicho desde que la adversidad (que no tragedia) me había impedido correr contigo lo que fue tu primer maratón: No volvería a prepararme para participar en algo así porque para mí significaba un enorme sacrificio que no estaba dispuesto a repetir. Jamás regresé, y hoy no sé a ciencia cierta si mi decisión fue por el duro golpe a mi estado moral o por lo pesado de los entrenamientos físicos y mentales para afrontar el titánico, colosal e irracional reto de andar cuarenta y dos kilómetros con la única esperanza y orgullo de ganarse el mote de maratonista.
Y hablando de preparación, diré que somos muchos los que hemos escuchado de ti decir aquello de que los premios se ganan en los entrenamientos, que el día de la carrera todo es cuestión de trámite y que solo vamos a recoger la medalla porque ya hemos cumplido con lo más complicado. Así es, cualquiera que haya competido en una carrera de fondo, o que haya alcanzado algún otro logro deportivo o académico, cultural, social o profesional, sabe que en el largo y pesado trayecto de la preparación y constancia es donde se ganan las cosas, y que al final solo debemos estirar la mano para obtenerlas.
Pero te sobrevino la desgracia. Y el médico te recomendó alejarte de este deporte en el cual tantas cosas positivas has encontrado. Y tus amigos hemos sido testigos de tu desilusión. Y te has sentido terrible porque te ha quedado truncada la palabra MEXICO, palabra que formarías con seis medallas en forma de letras que acumularías durante igual número de años corriendo el maratón más importante de nuestro país. Pero…
Cuando estés leyendo esto, estimado amigo, mis piernas llevarán un rato corriendo sobre el asfalto de la ciudad de México. Atado a cada uno de mis zapatos tenis tendré un chip: uno tuyo, el otro mío; mi camiseta llevará dos números sujetos con seguros, uno tuyo, el otro mío; y espero que por esta vez, mi pequeño y duro corazón pueda parecerse un poco al grande y noble corazón que Dios te ha dado para así aguantar de cualquier forma hasta el final.
Estaré corriendo por las avenidas y parques de la ciudad más grandiosa de nuestra civilización. Por Reforma buscaré ver en lo alto del Castillo de Chapultepec los aposentos de Carlota y Maximiliano, luego pasaré por el museo Soumaya tratando de que mi mente adivine que piensa la perfecta reproducción de “El Pensador” de Rodín que ahí exhiben; de ahí a Masarik para después cruzar por el Bosque de Chapultepec y de ahí a La Condesa para enfilar por Insurgentes hacia el último tramo. Y finalmente, espero me queden fuerzas para una entrada triunfal al estadio de Ciudad Universitaria; ahí donde Bob Beamon realizó el increíble salto de casi nueve metros en México ´68, dónde Hugo Sánchez se coronó con los Pumas al despedirse de México para (vaya ironía), ir a la conquista de España; dónde Maradona inició su impresionante periplo durante el Mundial ´86.
Entonces cruzaré la meta con el cuerpo deshidratado, las piernas entumecidas y las rodillas deshechas, pero siempre con el alma radiante y el espíritu indomable; y por esta ocasión recogeré dos medallas. Si, ya sé que alguna vez te dije que en mi opinión una carrera la podíamos dedicar a quien quisiéramos pero que regalar una medalla era un falso valor porque quien la recibía no habría tenido mérito en ello, que era incorrecto; en eso estuvimos de acuerdo. Pero luego tú me enseñaste algo más: Y entonces, si es cierto que las medallas las ganamos a lo largo de la preparación y el sacrificio, de la constancia y la entrega, y que los domingos solo vamos a recogerlas, entonces hoy no hago más que venir a reclamar una medalla que te pertenece, una medalla que te has ganado a pulso por tu gran aportación a la comunidad de corredores de nuestro Saltillo, una medalla cuyo mérito es haber sido innumerables veces guía de corredores invidentes, una medalla que tú nos has regalado a los miles que hemos participado en la carrera que lleva tu nombre y que año tras año organizas, una medalla que nadie te escatimará por ese gran testimonio sobre cómo apreciar la vida, testimonio que durante mucho tiempo nos has dado a tus familiares y amigos. Te llevo, mi estimado Chuy, la más merecida de las medallas.
Tienes tres letras y aún faltan otras tres, espero que la vida nos dé tiempo, salud y amigos para terminar de ver formado ese MEXICO que nos merecemos, y con el que soñamos.
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