Publicado el 11 de Octubre de 2015 en 360 Domingo, de Vanguardia
“No preguntes que puede hacer el país por ti,
pregúntate mejor que puedes hacer tu por el país.” Esa frase matona (como diría
mi tocayo) le dio al discurso de toma de posesión de John Kennedy como
Presidente de Estados Unidos un lugar preponderante en los anales del mundo de
la oratoria. Después de haber terminado en las urnas con un empate técnico en
el voto popular dos meses antes y por lo tanto con mucha opinión pública en
contra, la retórica de su mensaje fue el catalizador para el inició perfecto de
una administración que terminó de la forma más imperfecta que pudo haber sido.
Para los estudiosos de la imagen, la
política y la televisión, la campaña presidencial de Kennedy ha sido objeto de
diversos y profundos análisis debido a la forma en que este se impuso al
entonces vicepresidente Richard Nixon. Y los vendedores de la imagen y la
televisión han sabido explotar el fenómeno desde hace más de medio siglo; y los
simples mortales hemos caído en la creencia de lo que nos dictan desde su
perspectiva.
En una rápida googleada, podemos encontrar
lo que siempre nos han presentado como el punto de quiebre o decisivo de aquella
contienda política: el primer debate televisado en la historia. El fresco y
juvenil senador de Massachusetts se impuso al agrio y experimentado candidato
del partido republicano frente a un público ávido de conocer a través de la
magia de la televisión el futuro no solo de un país engrandecido tras la
segunda guerra, sino también el de un angustiado mundo por la tensión implícita
de la guerra fría. Como reguero de pólvora en todos los ámbitos de
comunicación, corrió el borrego de que la imagen física de Kennedy había sido
el factor decisivo para ganar el debate y luego la presidencia. Y de ahí hasta
nuestros días, el culto a la imagen ha ido al alza sin contrapeso que lo
detenga.
Difícil sería hoy, calcular un porcentaje
de importancia a la imagen de esos candidatos con relación a los votos
recibidos, porcentaje que sin duda existe. Pero por esa atractiva ventana de
porcentajes cuando hablamos de cómo se conforma un todo, es por dónde, desde
mínimos porcientos, se cuelan imprecisas teorías que luego se maquillan como
tendencias y que al paso del tiempo se les asignan más y más importancias de las
que realmente tienen.
Y todo podría quedar en el simple y vago
anecdotario de las cosas y personas públicas…. de no ser porque ciegamente nos
llevamos la premisa a casa, y educamos a nuestros hijos poniendo más énfasis en
el culto a las formas (imagen) que en la importancia del fondo (contenido). Cuando
se ejemplifica con un tipo como el de Kennedy, es fácil caer en el cándido
error de atribuirle más carisma que capacidad.
Tú sabes lo que pasó más adelante. Primero fue
muerto Kennedy y años más tarde Nixon llegó a ser Presidente. Y lo que nos
interesa de sus vidas, es aquello por lo que la historia los ha juzgado: Una
vez en el poder, las formas de Nixon provocaron que sus compatriotas conocieran
el fondo de sus intenciones y ese fue el acabose como servidor público;
mientras que a Kennedy, ni toda su buena y arrolladora imagen y personalidad le
fueron suficientes para evitar que la amenaza contra ciertos intereses representada
en el fondo de sus políticas, fuese la razón por la que sus enemigos terminaron
con él.
Quizás nuestros hijos piensen que la sola imagen
es suficiente para encumbrarlos como los publicistas y asesores han hecho creer
que pasó con Kennedy, pero mejor harían en creer que el máximo legado de ese
hombre fue reflejado en aquel discurso inaugural donde supo conectar su pensar
con el verdadero sentir y anhelar de su pueblo que había recogido de ellos en
campaña. Los estudiosos de la política (no de la grilla), saben que los
factores determinantes de aquellas elecciones fueron la mayor cercanía de
Kennedy con los ciudadanos tanto corporal como ideológicamente ante un Nixon distante
y ausente. Y los que saben de oratoria, entienden que la magistral pieza pronunciada
en ese frío enero de 1961 tuvo que ver más con el conocimiento y la preparación
que recogió de saber escuchar y entender a la gente en sus comunidades, que con
los ademanes, tonos de voz y arreglos que hubo puesto en su persona y sus
palabras a través de la televisión. El pecado o el fondo que finalmente tumbó a
Nixon fue descubierto por la sucia forma de hacer las cosas, la mala imagen solo
lo sepultó; el legado de Kennedy no tuvo que ver con su imagen física y el
impacto de esto ante públicos masivos, sino con su cercano trato con la gente y
la empatía que existía por afinidades humanas, no estéticas.
Por supuesto que la imagen y la forma son
importantes, pero, ¿En cuánto porcentaje con relación al contenido y el fondo?
cesarelizondov@gmail.com
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