Publicado el 18 de Octubre de 2015 en 360 Domingo, de Vanguardia
No ha sido escuchando
los estirados monólogos de aquellos que se autodenominan intelectuales, ni ha
sido recibiendo información de los que viven de la política, tampoco ha sido por
los análisis de mis amigos periodistas y menos en las organizaciones gremiales,
sociales o no gubernamentales de las que he sido miembro activo o invitado. No,
el saber quién resultará ganador de las contiendas electorales lo he
descubierto sentado mientras bolean mis zapatos en la Plaza Acuña de Saltillo,
también conocida coloquialmente como la plaza de los huevones.
Ahí supe que Los Amigos de Fox, el movimiento
de finales del siglo pasado y principios de este que rompió con la hegemonía priista,
era una cruzada que había rebasado las estructuras del PAN, y que por esa razón
la propaganda y recursos estaban llegando más rápido y mejor a un mayor
público. Me enteré ahí que el PRI no metería ni las manos en 2006 y que en mi
ciudad el PRD recibiría una copiosa votación porque alguna importante
estructura local se movía en favor del Peje más que de Madrazo. Entendí que a
un gobernador, en su eterno afán de preservar su nombre e imagen institucional aunque
se pierda todo para los demás, se le alborotó muy temprano la sucesión y la
misma estructura que antes lo apoyo ahora le daba la espalda. Supe que el poder
se heredaría entre hermanos sin mayores contratiempos y ahí tuve conocimiento
de que en busca de una alcaldía, el candidato con nombre de bulevar terminaría
por imponerse a alguien que si bien no era popular en algunos círculos, en
otras partes había tejido fino y además nunca había perdido una elección.
¿Es que la gente que acude a la plaza tiene
poderes sobrenaturales? ¿Poseen algún tipo de oráculo? ¿O tendrán información
privilegiada que nadie más conoce? Nada de eso. Algo de lo que pasa es que ahí
concurren las personas que son representativos del grueso del voto popular:
Obreros, campesinos, albañiles, microempresarios, servidumbre doméstica, choferes,
desempleados y trabajadores en general. Además que esas personas llegamos desde
de cada punto cardinal de la ciudad, desde cada colonia y asentamiento humano
de la capital coahuilense. Y siendo que el bolero es una especie de peluquero,
cantinero o taxista en cuestiones de comunicación, ahí obtiene uno toda la
información que los demás clientes y paseantes dejaron antes con el lustrador
de calzado.
Pero no te confundas, no es un termómetro del
sentir ciudadano lo que uno capta en esa plaza mientras conversa con los
boleros, porque para eso están las redes sociales e iluso sería pensar que ese
sentir es el que decide las elecciones. De lo que uno se entera ahí es de cómo
y por quién están llegando los recursos (léase despensas, cemento, tinacos,
etc.) a las bases partidistas, o más que el cómo, es el cuanto y que tan
seguido. Y hasta ahí llegaron los Amigos de Fox; y ahí los sindicatos se fueron
por uno de los suyos para gobernador, y luego por su hermano; y ahí, alguien
con mucho poder local operó para el PRD en 2006; y ahí fue notoria la falta de
mucho aceite a la maquinaría para dejar el camino libre permitiendo que otro
ganara la alcaldía, aún desde una endeble plataforma política cuyo único
ofrecimiento era un cambio de siglas y la promesa de portarse bien (él, no sus
colaboradores).
Y ahí tienes que al día de hoy, la apatía
hacia la política es lo que reina en el ambiente de la Plaza Acuña. No hay
buenos, no hay malos, ni hay mesías, ni bronco, ni indómito, ni dama, ni nada.
Hay desosiego ante la vida, eso sí; y entre paréntesis diré que a veces pienso
que los estragos de las políticas económicas que ya no sabemos a cuál doctrina
endosarle, finalmente han acabado con el espíritu de realización entre los
coahuilenses al seguir siendo tierra fértil para ser los reyes de la mano de
obra, que si bien es cierto permite al trabajador llevarse algunos centavos en
los bolsillos, no le permite ascender en la pirámide de Maslow. Pero ese es tema para otra ocasión.
Volviendo a la Plaza Acuña, buscando en
ese reducto de información de lo que pasa en las colonias desde las
organizaciones territoriales, mientras bolean mis zapatos le pregunto a quién
hace el trabajo que es lo que ha escuchado de Riquelme o de Guerrero, de
Guadiana o de Noé, o de Lenín y de Isidro, la Senadora y el Diputado, y el
bolero se encoge de hombros para simple y lacónicamente decir: no patrón, ahora
sí pienso que estamos bien jodidos, de todos los que usted dijo, ninguno ha
traído ni sal pa´l aguacate.
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