Publicado el 31 de enero de 2016 en Revista Domingo 360, de Vanguardia
¿Quién no lo ha escuchado? Al padre de
familia acomodada decirle a su hijo que si sale mal en sus calificaciones lo
enviará a una escuela pública. Es como
decirle que viene el coco, es una torpe amenaza. El ultimátum es siempre
entendido por padres e hijos como el fantasma de un castigo de índole emocional
más que académico. No entienden la injusticia social de enviar a un junior a
ocupar el lugar de alguien con más ganas y necesidades.
Por otro lado, hemos visto pasar aceite a
nuestros políticos y líderes magisteriales cuando se les cuestiona sobre la
escuela a la que acuden sus hijos. Los reporteros y entrevistadores les
preguntan que si sostienen que el Estado es tan buen educador, porque tienen a
sus hijos en escuelas privadas. Y los vemos de mil colores y sin una respuesta
inteligente, coherente o pensada. Aun cuando enarbolan la bandera de la
igualdad, la ausencia de un argumento en consecuencia te dice que tampoco
entienden la injusticia social.
Pienso que ambas cosas (las amenazas de un
padre y la ausencia de respuestas de los políticos) denotan una pobre cultura
en materia educativa. Pero esa miseria cultural no es de tipo oficial o
general, sino más bien individual, particular de esos individuos.
Luego tenemos que, como en toda sociedad,
Estado, o cualquier tipo de organización humana, la pirámide dicta que la
mierda de los de arriba salpica siempre a los de más abajo; y en el caso de la
educación mexicana, tenemos que las decisiones, filosofías, introyectos,
filiaciones, complejos, carencias y culpas de los que manejan este pobre país
desde la política, la economía y la cultura, terminan por afectar las
oportunidades de los que menos tienen de una forma que ni siquiera hemos
pensado. El círculo vicioso donde el sistema educativo gratuito ha estado
durante décadas secuestrado por un mal entendido y manejado sindicalismo siempre
contando con la anuencia de los demás poderes fácticos del país como partidos
políticos, medios de comunicación electrónicos, cámaras empresariales y a veces
hasta asociaciones civiles, termina por dejar a todos los pudientes en un
pedestal de ciega suficiencia que no les permite responder inteligentemente al
porqué de tener a sus hijos en colegios privados cuando se es político, o a presionar
a los hijos con estúpidas y jamás cumplidas amenazas de cambio de escuela
cuando se vive en ese error llamado fuera del presupuesto.
Pasa que, sin darnos cuenta, esos políticos
sin respuesta y esos jefes de familia autosuficientes, tácitamente están siendo
cómplices de los vicios en la educación de los mexicanos cuando montan a sus
hijos en la tabla de la formación privada con el único y pobre argumento de que
debe ser mejor que la gratuita porque hay que pagar más, sin mediar
convicciones y razones de igualdad, humanitarismo, patriotismo o bien común.
Y es que, en un México utópico, tanto para el
político cuestionado como para el hombre acaudalado, la razón de no enviar a
sus hijos a las escuelas públicas debería primero descansar en un sentido
social más que de supuesta calidad educativa, en la teoría de un mismo nivel
académico en lo público como en lo privado. La razón debería ser la de ceder un
espacio gratuito a personas que carezcan de los medios para acceder a las
instituciones privadas, de no ocupar un lugar que le corresponde a quienes, por
las condiciones de su país, les han sido negadas mejores posibilidades
económicas. Es lo que desde las perspectivas humanitarias, patrióticas y
sociales sería los más correcto, aunque políticamente pudiera no ser así.
La certeza del saber que sus hijos jamás
tomarán la educación gratuita, ha llevado a un estado de complacencia a
políticos y contrapesos del gobierno que prefieren hacerse de la vista gorda (cuando
no cómplices) ante los abusos del sindicalismo mal encausado. Por lo anterior
parecería que no hay forma de cambiar las cosas cuando se trata de exigirles
también a los maestros.
Pero quizás, si nuestros hijos hoy perciben
que la educación gratuita no puede ser una opción para ellos por cuestiones de
justicia social e igualdad de oportunidades, el día de mañana como mexicanos
con mejor cultura social que nosotros, serán solidarios con aquellos que no
tengan medios para pagar educación privada y en consecuencia tendrán solvencia
moral para saber exigir al sistema educativo mejores condiciones no solo para
los maestros, sino también para los alumnos. Algo que, en nuestra generación,
no hemos sabido hacer.
cesarelizondov@gmail.com
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