Publicado el 14
de febrero de 2016 en Revista Domingo 360, de Vanguardia.
Habemos quienes frecuentemente nos metemos en
honduras y perdemos credibilidad, simpatías y la buena voluntad de algunos por
querer reducir todo a parámetros medibles. Nos casamos con el concepto aquel de
que lo que no medimos, no podemos mejorar. Es una forma un tanto calculadora,
deshumanizada y fría de calificar todo, y si bien aplica perfectamente para
cuestiones administrativas, procesales y productivas, en el aspecto social es
algo sumamente crudo y burdo para tomarlo seriamente en cuenta, pero, ¿Qué le
vamos a hacer?, es nuestra naturaleza.
Y en
ocasiones, nos resulta chocante la forma en la que un valor tan preciado,
atesorado y respetado por muchos como lo es la amistad, es devaluado a simples
conveniencias, circunstancias, frivolidades o poses: toda la vida nos dijo el
entrenador del fútbol que mantenía una amistad con Gerónimo Barbadillo, pero cuando el peruano vino a
Saltillo a jugar una cascarita, ni siquiera volteó a ver a nuestro admirado
maestro. Aquel familiar presumía de gran cercanía con el respetado médico, y
cuando hubo apremiante necesidad, el galeno se volvió más capitalista que Adam
Smith; alguien nos platicó que era amigo del alcalde desde la primaria y este nunca
lo recibió en su oficina mientras duró su mandato. Pero claro, estamos de
acuerdo en que la amistad no habría de ser medida por las cosas materiales o
las atenciones personales que uno recibe a cambio, sino por algo todavía más
abstracto.
Un caso claro, sonado y reciente de lo que
muchos pensamos que deprecia el concepto de amistad (a bote pronto, llenos de
prejuicios, aunque bien cimentados, y sin conocer la verdadera relación humana
entre ambos), fue lo que leímos hace pocas semanas en diversos medios impresos
del país cuando el editorialista más leído de México se dijo amigo del político
más señalado de nuestro estado. Nadie puede juzgar que alguien se considere amigo
de un tercero, pero la definición de amistad de cada quien sí que puede ser
ampliamente discutida. Más allá de toda la tinta, saliva y bilis que ha sido
derramada desde entonces, me sigo preguntando cuales son los valores sobre los
que se finca una amistad.
Y quizás, jamás acabaríamos de enumerar
valores que sumados y por definición resultan en un valor mayor como lo es la
amistad: respeto, lealtad, solidaridad, honestidad, afinidad, gratitud,
generosidad, dignidad, tolerancia, y en un largo etcétera podemos pasar la vida
buscando sinónimos, sustantivos abstractos y más y más palabras que retraten la
buena convivencia e identificación entre personas para reunirlas en ese solo y
corto vocablo que tanto abarca como lo es amigo. Y por eso busqué una fórmula
para poder sintetizar lo que para mí es ser amigo.
Al hablar
de fórmulas, es inevitable imaginar una ecuación matemática con el signo de
igual (=) entre dos cosas. ¿A que es igual la amistad? Rápidamente viene a
nosotros la trillada frase que dice algo así como que la familia son los amigos
que dios te propone mientras que los amigos son la familia que tu escoges.
Metemos pues, la familia en la ecuación. ¿Podemos poner un signo de igualdad
entre familia y amistad? Pienso que solamente podríamos hacer eso si ambas
variables se reconocen entre sí. Y ahí está una caprichosa fórmula doble: no tienes
familia si tus amigos no la conocen, y no tienes amigos si tu familia no los
conoce.
Piénsalo un
poco, a mí me parece bastante claro: ¿Quiénes conocen a tu pareja? ¿Quién ha
convivido con tus hijos? ¿Quién sabe el nombre de tus padres? ¿Quiénes de los
que frecuentas conocen a tus hermanos? ¿A quién llevarías a conocer a tu esposa
y a tus hijas? Si la familia es el ente más importante de nuestras vidas,
cualquier relación que valga la pena tiene que estar estrechamente ligada a
ella.
¿Cuadrado?,
puede ser; pero cierto también lo es. Quizás por eso nunca dejamos de considerar
amigos a aquellos que nos acompañaron en la niñez o a quienes acudían al mismo
servicio religioso en familia, ni de los que frecuentamos en pareja o con
quienes nos unen las actividades de nuestros hijos, incluso existe verdadera
amistad con los hijos de los amigos de nuestros padres. Y quizás sea por eso mismo
que no entendemos el porqué de buscar incesantemente la forma de que los
caminos de nuestras relaciones humanas se crucen por donde pasan nuestras
sendas familiares, quizás sea para que eso tan devaluado y que se define tan
ambiguo y plural como la simple y vaga amistad, se logre convertir en eso tan
codiciado, indivisible y único que es un amigo. Así, sin más adjetivos: Amigo
léelo en Vanguardia:
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