publicado el 26 de
febrero de 2017 en Círculo 360, de Vanguardia
Por César Elizondo Valdez
¿Por qué están
destinados al fracaso los sistemas de economía socialista? Porque en sus afanes
de igualdad no entienden el concepto de valor agregado. Ya has escuchado
bastantes veces el supuesto: Sí el día de hoy, los medios de producción y el
dinero se repartieran equitativamente entre todas las personas que habitan este
planeta, para mañana por la mañana ya habría nuevamente desigualdad económica
debido a la forma y ganas de trabajar entre unos y otros seres humanos. Eso es
darle valor agregado a lo que hacemos.
Por supuesto
y hay que decirlo, existen otros sistemas o híbridos económicos abiertos que
ponen muy cuesta arriba las cosas para quienes no han tenido la suerte de nacer
con ventajas económicas o que la oportunidad nunca ha cruzado a su camino. Pero
volvamos al asunto del valor agregado.
Luego nos
parece sospechoso y como que negativo el concepto de valor agregado porque lo
asociamos al impuesto por consumo con que está gravado casi todo en nuestro
país, el IVA, pues. Y si, el Impuesto al Valor Agregado es el dieciséis por
ciento que se aumenta al precio que el proveedor le asigna a sus productos o
servicios. Nunca he entendido por que mezclar el concepto de valor agregado con
impuestos, un impuesto al consumo sería eso, gravar lo que adquirimos para
tributar al gobierno, pero, ¿Por qué gravar (en el concepto) la productividad
que implica darle un valor agregado a lo que hacemos?
Ejemplos: el médico hace una consulta y
expide un recibo dónde se cargan sus honorarios y el IVA. Ahí entendemos
claramente que el valor agregado a una charla entre personas, radica en los
conocimientos que el medico trasmite al paciente. El industrial toma un montón
de piezas, las organiza, las arma y... Pumm!!, aparece un producto terminado;
entendemos que el precio de venta no va a ser la suma de sus partes, porque el
valor agregado es la forma, diseño y calidad de ensamblado que el señor
industrial le ha dado a esas piezas sueltas. O el restaurantero que cocina el
pollo con una receta secreta que nadie puede igualar, fija su precio en función
del valor agregado que su receta le da al mismo pollo e ingredientes que otros
compran. Igual es el conocido caso del escritor: toma el accesible y
democrático abecedario para después entregar al editor los irrepetibles Cien
Años de Soledad, la saga de Harry Potter o Matar un Ruiseñor, enorme valor
agregado a los alfabetos iniciados por los egipcios cuando tienes el libro en
tus manos. Entonces, ¿Por qué gravar el conocimiento del médico? ¿Por qué
gravar la calidad en la manufactura del industrial? ¿Por qué gravar la
propiedad intelectual de una receta, de un proceso único o la comercialización de
una obra de arte?
Claro y
para no parecer candidatazo de partidazo populista hablando de impuestos, no
hablo aquí ternuritamente de eliminar un impuesto necesario para el
sostenimiento de las labores de los gobiernos, hablo del error por la forma en
que se le llama. Llamarlo Impuesto al Consumo sería lo más apropiado desde el
aspecto psicológico, esto para no dar un mensaje de inhibición a la
productividad por estar gravada. En la forma o el nombre, se habría de gravar
al consumo, no a la productividad; aún y cuando en el fondo, sea un mismo fin
recaudatorio o de tributación.
Pequeños
temas y debates que parecen no tener importancia como el nombre de un impuesto,
los colores de un partido político, la caduca letra de un himno nacional, el
centralismo y tantas cosas con las que nacemos los mexicanos y jamás
cuestionamos, son lo que nos puede tener imantados al piso porque no vemos la necesidad
de hacer las cosas diferentes, de hacer cosas inteligentes, de darle valor
agregado a todo lo que hacemos.
cesarelizondov@gmail.com
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