Publicado el 10
de febrero de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia
Por César Elizondo Valdez
Con el primer sueldo compré un boleto para el Súper
Bowl. El siguiente mes conseguí el pasaje de avión para California y al tercer
mes, según las escrituras, me hice de dólares suficientes para pagar el resto
del viaje que incluía visitar Disney y otras atracciones cercanas a Pasadena.
No, no fui un joven prodigio con oportunidades
especiales en mi trabajo inicial, tampoco tuve el puesto mejor renumerado de mi
generación, y nunca he sido un vendedor fuera de serie. Ese tipo de gastos
superfluos eran más baratos y accesibles. O menos caros, si quieres verlo así.
En noventa días, con ingresos de mexicano clase mediero y sin más compromiso
que comerse el mundo antes de ser tragado por tiburones, podías estar en el
mismo sitio dónde hoy, solo los millonarios de primer mundo se dan el lujo de
pagar de su propio bolsillo.
El ticket para el partido, donde venía impresa la
cantidad de 175 dólares, mi tío Eros pudo conseguirlo en un centro de boletaje
de Santa Mónica por 500; sin dudar, le pedí comprarlo y prometí poner de
inmediato un giro postal con el dinero. Entrar a cualquier parque de
diversiones tenía un costo de 35 dólares y la cerveza, maldito vicio, me pareció
un robo tener que consumirla por dos con cincuenta centavos, vaso conmemorativo
incluido. Los viajes en avión si tenían un precio similar al actual.
Paradoja: A 25 años de distancia, en un país dónde
presumen de tener la inflación más baja del planeta, así como una economía
estable durante casi un siglo, ¿Porqué se volvió prohibitivo asistir al evento
más televisado de nuestra civilización? ¿Porqué en los dominios del ratón Miguelito
(allá también existe) los precios se han disparado muy por encima de la
inflación? No es necesario ser Nobel de economía para entender leyes de oferta
y demanda, pero… lo notable es que la demanda no aumentó al ritmo del desarrollo
económico ni al crecimiento demográfico, esta aumentó por motivaciones
psicológicas, una cuestión aspiracional.
Y si, ya lo menos que vemos en un partido de la NFL
son aficionados al fútbol americano; con suma habilidad, los malvados
capitalistas convirtieron un evento deportivo para aficionados, practicantes y
conocedores, en una celebración social de alcances internacionales. Igual pasa
con los conciertos de AC/DC, la Fórmula 1, la industria cinematográfica, el
rodeo. Vaya, hasta el café se volvió símbolo de estatus. Imaginas quizás un
montón de cosas materiales como teléfonos celulares y automóviles, ropa,
zapatos y accesorios; también van en ese consumo aspiracional del que hablo,
pero mi intención hoy es hablar de los intangibles.
Es verdad que esos gringos tan listos, han encontrado
una forma de ganar dinero sin necesidad de darte productos. Te venden una
experiencia, una ilusión, un evento. ¿Cuánto cuesta la voz de Lady Gaga o el
talento de Jay-Z? ¿Cuánto le cuesta a Jennifer Lawrence interpretar a una
prostituta? ¿Y a una aristócrata? ¿Cuánto cuesta una cucharada de buen café, un
vaso y agua caliente? No cuesta nada, pero le saben dar un valor muy por encima
de lo que las necesidades básicas pagan. Se pueden dar el lujo de olvidar
fábricas como General Motors, de tiendas como Sears y de negocios como
BlockBuster; mientras en cada continente y país paguemos un sistema de cable
para ver el Súper Bowl, consumamos una cheve que patrocina al Súper Bowl, y
veamos por Netflix una película que se anuncia durante el Súper Bowl, la economía
norteamericana seguirá avanzando firme y decidida hacía un mercado futuro de
menos tangibles y más sensoriales. No es queja, es alabanza a una bien
cimentada filosofía empresarial que se vale de las necesidades superiores del
hombre, una vez que otros países se ocupan de cubrir las necesidades básicas.
En México, en Coahuila, en nuestro Saltillo, ¿tendremos
la visión y el empuje para conquistar ese mercado mundial que ocupa algo más
que autos, peltre y macetas?
cesarelizondov@gmail.com
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