Publicado el 17 de junio de 2018 en Círculo, de Vanguardia
Por César Elizondo
Valdez
Si has visto la serie de Luis Miguel por Netflix y
piensas en Luisito Rey como el legítimo cabrón, te recomiendo leer Open, las
memorias del tenista André Agassi. Ahí descubrirás a papá Agassi, para él no
existe retador dentro de nuestra civilización cuando se trata de hacer
miserable la vida del hijo.
Toda proporción guardada en cuanto a rigor científico
o temática, en alguna forma Open me parece un libro semejante a El hombre en
busca de sentido, del Doctor Viktor Frankl, como una obra complicada para su
clasificación: primero te lo presentan en la estantería como autobiográfico y
así lo compras; después lo lees como una trepidante novela, de las llamadas de
crecimiento o aprendizaje del protagonista; al final, además del buen sabor de
boca por los atinados recursos literarios de un coautor con un premio Pulitzer
en su haber, te queda la sensación de haber leído algo catalogado en la sección
de autoayuda, porque ya esperas que sea mañana para salir a darle de raquetazos
a la vida.
¿Y sabes una cosa? Resulta que el rebelde de Agassi,
luego de odiar y renegar durante niñez, juventud y buena parte de la edad
adulta de un deporte impuesto y heredado de su padre con mucha sangre y
sufrimiento en lugar de buen ejemplo y alegría, termina por abrazar un
inexorable ¿destino?, futuro más bien, resultado de todo lo bueno, malo,
regular, dulce, acido y amargo que le sucedió en la vida. Alberga en su
interior la incertidumbre de haber sido poeta porque en alguna ocasión la
maestra advirtió cierta sensibilidad y ritmo; pero en su oficio, fue un Vargas
Llosa de las canchas, ¿habría sido el Maradona de las letras de seguir otro
camino? Lo dudo. Igual, la historia del extraordinario cantante mexicano que
tiene a Latinoamérica pegada al televisor como en los mejores tiempos de Cuna
de Lobos, sugiere que Luis Miguel se quedó con las ganas de jugar fútbol junto
a sus vecinos de la infancia, ¿habría sido él quien metiera los penales
fallados por García Aspe, Hugo Sánchez y compañía para llevarnos al anhelado y
negado quinto partido de un mundial? También lo dudo.
Papá Mozart, el padre de Tiger Woods, Joe Jackson, y el
del yankee Mickey Mantle, son otros casos de jefes de familia llevando a sus
hijos por una pesada senda donde la formación o disciplina se confunde con el
abuso, la codicia y la explotación. Y también, claro está, tenemos a los que
hicieron de sus hijos algo bueno aun sin tener conciencia de aspirar a hacerlo,
como un señor Kafka, menospreciando y ridiculizando a su hijo, como a una
cucaracha. Apelamos al imaginario y dilatamos aún más la ética y la moral para
pensar en Vito Corleone, orillado a meter a Michael en los turbios negocios
familiares truncando una carrera de servicio público, a José Arcadio Buendía amarrado
de por vida a un castaño al tiempo que el mundo rueda mientras un hijo emprende
la guerra para liberar al país y el otro caciquea al Macondo fundado por su
padre; o al inefable Darth Vader, luego de muchas vueltas de tuerca, termina
por ser la caricatura de aquel temible villano de mi infancia.
Si, pobrecitos ellos… ¿y tú, y yo? La verdad, poca
diferencia encuentras entre cantar por obligación y pasar lista en el salón de
clases aprendiendo la tabla del siete, pero El Sol alternaba con bellas modelos,
eso sí. No sufrió más Tiger Woods golpenado pelotas de golf, andando de gira y
guardando una imagen impecable a lo que enfrentas día a día llenando reportes,
contestando el teléfono y vistiendo esa ridícula corbata; el relojito de acero
que te regaló la empresa no se compara al disco de platino que cuelga de una
pared en Neverland o al Oscar en la repisa de Beverly Hills. Entonces, ¿Cuál es
problema con estos famo-exitosos cuando además de su oficio, solo saben de
desdicha?
Quizá la respuesta no está en el padre asignado a cada
uno por sorteo divino, sino en la clase de hombre en que se convirtió cada
quien por voluntad propia. Ahí la gran diferencia entre Agassi y todos los
demás. Por lo anterior, te invito hoy a celebrar también a los papás tipo
Luisito Rey, porque nunca será culpa de ellos nuestra transformación para mal, pero
siempre será gracias a ellos todo lo alcanzado para bien.
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