Publicado el 12 de agosto de 2018 en Página Siete, de Vanguardia.
Por César Elizondo Valdez
Estoy preparado para todo cliente y este no ha de ser
tan especial. Me enoja cuando piensan que soy un improvisado. He visto de todo,
me ha tocado trabajar para cualquier tipo de gente; ninguna labor me espanta. Llegaron
con gran misterio a exigir por mis servicios, cuando el misterio soy yo.
No espero que lo comprendas, pero personas como yo
viajamos de una época a otra, desde un espacio hasta otro, de lo real a lo
ficticio. Confórmate con saber que existimos, no esperes saber el método
utilizado para nuestra teletransportación, es secreto bien guardado. Piénsalo
un momento: en tu era, con siete mil millones de personas vivas en el mundo y
con una población literaria, paranormal, mitológica y celestial incalculable,
toda profesión debería estar saturada de clientela para los mortales; pero no
es así, porque existimos personas como yo, robando el trabajo a los
incompetentes.
Somos una cofradía que reúne a los mejores de diferentes
oficios, y aquellos agraciados con suficientes medios, nos mueven a través del
tiempo y del espacio, por distintas dimensiones. Imagina el tipo de personajes
que tienen acceso a contratarnos. En mi caso, peluquero, he servido a reyes
como Jacobo II de Inglaterra y a princesas como Diana, actrices como Sophia
Loren y faraonas como Cleopatra, a guerreros de la talla de Leónidas y
deportistas como David Beckham.
No me enorgullece, pero le hice pelo y bigote a Hitler
en más de tres ocasiones. Me buscó una vez Dalila, pero no me contrató. Busqué
por mi parte a Cristo, se negó diciendo que tenía una cena muy importante. A un
ranchero adinerado le trasquilé a sus ovejas, pues al cliente lo que pida.
Antes de bajar en Dallas, le arreglé un tocado a Jackie, es mi trabajo más
visto.
Siempre acostumbrado a todo, por muy extravagante de
una petición o cliente cumplo con lo que me piden: Corta mucho pero no los
rizos, quítale solo las canas, así pero un poco más largo, trabaja sin que te
note, has una reverencia al verle, no le mires a los ojos ni entables
conversación, ponle aceite de unicornio, un corte a pura navaja, o píntale el
pelo azul. ¿Qué me puede a mi asustar?
“El peluquero
de Mozart”, “El barbero del Quijote”, “El estilista del Oscar”, “El peluquero
de Evita”, son algunos de los motes con los que he sido llamado. Claro, también
he sufrido entre cabellos con piojos, con necias y fieras pulgas, con olores
indecibles, y hasta con las garrapatas; el dinero, el mérito o la fama, no pelean
con la inmundicia.
Llego a mi cita sin saber a quién voy a encontrar. Sigo
a paso presuroso a quien me recogió en mi tiempo y en mi casa; atravieso muchos
cuartos, por paredes y pasillos, por oscuridad y luz, luego un vientecillo
helado, y después, brisa de mar. Un portón hasta el final. Adentro, de espaldas
a la entrada, un sillón anaranjado de respaldo alto, muy alto. Por encima del
respaldo, alcanzo a ver un ensortijado de serpientes, ya adivino lo peor: soy
fígaro de Medusa.
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