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No se lo pensó mucho para, con harto dolor, anotar en
su registro personal lo correspondiente a sus dos queridos amigos. Tenía fresco
en su memoria la última vez que los vio con vida, ante una mesa de viandas y
vinos. No necesitó estar en la autopsia ni ver cómo acabaron los cuerpos para escribir
su dictamen en la libreta.
Él es un médico legista que hace un ejercicio alterno
a su trabajo profesional: lleva un diario dónde anota las que él considera,
causas reales de muerte.
Así, aunque en la necropsia de ley aparezcan cosas
como paro cardiaco, en su libreta privada anota síndromes como cáncer de
páncreas. Piensa que, en rigor, todas las muertes son porque el corazón deja de
latir, pero que igual sería decir que se muere por dejar de respirar. Es por ello
que entre sus notas, puedes leer causas como “atropellado” en lugar de consecuencias
como “estallamiento de vísceras”, o algo así como el coloquial “se cayó de un
andamio” en vez del forense “traumatismo cerebral”
Utiliza seudónimos genéricos en su diario: se repiten
una y otra vez nombres de pila como José, Juan o Ramón, para varones, y las
consabidas María, Lupita o Laura, cuando son mujeres. En los penosos casos de
niños se limita a escribir la palabra infante. Nunca viene un apellido. Suma o
resta un año a la edad de los difuntos; e igual lleva un desfase entre las
fechas para no dejar un rastro. Todo debido a una obsesión estadística por obtener
sus números, independientes a las cifras científicas u oficiales.
Con un lápiz en la mano, recordó los últimos momentos
con sus dos compañeros: conviviendo, con una luz de alegría por su sincera amistad,
y una sombra de preocupación por el nublado futuro, entre la calidez de un
hogar y el desapego de una sana distancia que no distingue lo físico de lo
fraternal. La plática, cómo en los últimos tiempos y alrededor del mundo, fue
de un lado a otro en torno al tópico predominante del año: la pandemia.
Igual a todas las charlas, la discusión aterrizó sobre
dos pistas: la de José, por un lado, recitando, repitiendo y listando noticias obtenidas
de cualquier número de publicaciones en redes sociales, con todo tipo de argumentación
científica o carente de sustento. Algunas con un soporte periodístico o
académico con fuentes e investigaciones citadas, las más, simples cadenas de
palabrería bien exhibida, rumores, chismes y creencias sin fundamento. Y por
otro lado la pista de Ramón; con la descalificación de todos los datos duros,
así como a gobiernos e instituciones. Con la denuncia de un complot orquestado desde
el capitalismo, la exposición teórica del caos social, y una enredada sinopsis
de novelas distópicas escritas por autores angloparlantes, de esas que hablan
de primero condicionar para luego someter para, entonces, manejar a una mansa
sociedad civil.
Total, que de esa noche bohemia de ocho meses atrás, de
conocer a sus amigos por tanto tiempo, del intercambio de mensajes escritos y
llamadas desde esa jornada primaveral hasta mediados de noviembre, sin
necesidad de estar presente durante sus días y horas finales de vida, ni en
funerales ni autopsias, el médico legista derivó su dictamen de causa de muerte
y así lo anotó en su diario:
José. 55 años. 2 de diciembre de 2020. Causa de
muerte: miedo
Ramón. 54 años. 4 de diciembre de 2020. Causa de muerte: soberbia.
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