publicado el 01 de mayo de 2022 en Saltillo 360, de Vanguardia.
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La vista en el mercado no ha cambiado mucho desde su
infancia. Hoy es un hombre maduro que pretende ser de roca, la verdad es que es
de barro.
Es cierto, por sanidad, ya no encuentra el matadero donde
tantas veces presenció la degollación, desangre y destace de los cabritos de
leche a manos de cabriteros para colocar las piezas en una vasija, las entrañas
en un cazo, y la sangre para fritada la vaciaban en bolsas plásticas. Pero en
todo lo demás, el mercado sigue igual: con los puestos de comida, los vendedores
de queso, las crudas carnicerías, las tiendas de artesanías.
Igual a otros años, en la primera semana de enero visitó
el mercado con la intención de comprar un puerquito. De esos todavía hay. Tras
un breve regateo y comprobar que todos los locatarios le daban el mismo precio,
se decidió por un marranito que en algo se asemejó a una vaca: blanco con
manchas negras.
Sabía que tarde o temprano lo necesitaría. Empezó a
engordarlo con lo que le iba sobrando, también con algo de pretensiones. Es
sabido que para gozar de algo bueno mañana, uno debe sacrificarse un poco hoy.
Se sorprendió varias veces en medio de una comida, en
la amena sobremesa o en pleno brindis bohemio pensando en aquel cerdito. No
diría que pasó hambre, pero durante semanas, siempre procuró guardar un poco
para llevarle. No eran sobras propiamente, fue ajustarse el cinturón antes de caer
en gula para engordar al cochino.
Al llegar la primavera, su Princesa consentida le
recordó que en cosa de un mes, llegaría a la edad adulta. Con la pícara osadía
que poseen todos los hijos le preguntó a su papá si ya tenía su regalo.
—La verdad, aun no lo se. Pero pienso que me puedes
dar dinero.
El hombre se guardó aquello. ¿Por qué regalar dinero?
Se sucedieron los días, no encontró que regalar. No se
cumplen diariamente los dieciocho años de vida, además que a su Princesa, otras
cosas le debía. No es que fuera un mal papá, era un padre igual a todos, con
virtudes y defectos, pues los padres son así: blancos, con manchas negras,
parecidos a la vida. Le dio vueltas al asunto sin dar con una respuesta.
Siguió cavilando en eso, pensó en varios escenarios
por su falta de pericia: sacrificar al marrano para hacerle un buen convivio,
pasar la fecha por alto, en fin, que con amor basta, o darle el cerdo completo,
para que ella decidiera si disfrutar sus entrañas o seguir alimentándolo.
Lo que más consideró en la previa a ese cumpleaños,
fue darle muerte al puerquito para festejarla en casa, con familiares y amigos,
con vecinos y hasta el perro. Pero luego recordó que cuando hay celebraciones,
el que organiza dispone del menú, música y gente, se regodea de anfitrión, y si
es verdad que no es rey, por lo menos es gerente de una fiesta a su manera,
mientras, el cumpleañero apechuga con una frágil sonrisa, aunque el convite no
sea del todo a su gusto o el presente más deseado. Continuó engrosando al cerdo.
Total, que al hombre se le cerró el mundo para
encontrar un regalo que demostrase en tangible el amor por su Princesa. Pero,
dentro de tantas carencias con las que va por la vida, un reducto le quedó de algo
que sabe hacer. Entonces, ya supo que regalar.
Días antes del cumpleaños, le escribió un tipo de
cuento con estilo de papá: un relato fantasioso, un poco con la razón, otro mucho
con cariño. Ese día, ya entrado abril, luego de abrazos y besos, primero le dio
el escrito, después, un pingüino Marinela con una vela encendida, y al final, la
alcancía del marranito de barro; blanco, con manchas negras, igualito a su
papá.
cesarelizondov@gmail.com
HOY SE HABLA DE... EL MARRANITO - Saltillo360
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