Publicado el 27 de julio de 2025 en Saltillo 360, de Vanguardia
Lo descubrió al ver más allá de los barrotes y le
movió la existencia para siempre.
En su estado de conciencia no existía el tiempo, el ayer
o el mañana, si acaso, el ahora. Sin minutos, horas o segundos, sería abérrico
el concepto de días cuando a menores unidades no se les concede existencia. Se
rigió por cosas que los animales perciben mejor que los humanos como la luz y
oscuridad, el hambre, los sonidos, los olores y el contacto con lo que tuvo a
su alcance; en ocasiones creo que el instinto animal es sabio y desarrollado por
una disfunción evolutiva: no hablan.
Difícil entrar en la cabeza de otro individuo desde la
distancia temporal y espacial, imposible entenderle desde la ignorancia que le
acompañó en ese trance, misma que me domina cuando quiero descifrar lo sucedido
en la psique de alguien inmerso en tales circunstancias, solo puedo conjeturar.
Entonces, tratemos de interpretar lo que, en palabras que podamos acomodar a
nuestro entendimiento, experimentó aquel ser humano desde su incomprensión de
la realidad.
Desde la concepción que tú y yo tenemos del tiempo y
que para fines explicativos podríamos atribuirle entender, le pareció muy
lejano cuando sentía ser parte de un todo, donde no tendría sentido ni
explicación quedar exento. Pero luego, en algún momento tuvo una sensación de aislamiento,
de soledad. Al principio fue solo una impresión, más parecida a una sospecha
que a una verdad; luego vendría la dura revelación.
Antes de la revelación, la norma fue no cuestionar
mucho, y si me tomo una licencia como escritor, puedo afirmar que nada
cuestionaba aquel manipulado ser.
Llevaba meses viendo los barrotes al despertar y
aunque su cuerpo cada vez se sentía mejor, dentro de su mente todo era caos.
Ese día, lo imagino incorporándose penosamente, sujetando con ambas manos los
barrotes, el movimiento de sus temblorosas piernas podría recordar a Elvis;
acercó la cara hasta que su cabezota topó en los barrotes, enfocó la vista, y,
adosado a la pared que tenía frente a él, observó un espejo.
La mente se alocó un poco cuando miró en el espejo la
perfección de un cuerpo con vida, su cuerpo. Observó en una sola imagen lo que
antes vio en partes aisladas: sus manos, sus pies, su cara. Reflexionó en la
unidad de todo eso para armar un rompecabezas: había visto su cara reflejada en
otro espejo y cada día sus manos exploraban su cuerpo, no eran cosas que no
hubiera visto antes, pero…fue solo que antes las consideró dentro de un todo, y
ahora las entendía como las partes que conformaban algo único, algo separado de
lo demás, algo que obedecía a su voluntad, algo llamado Yo.
Comprendió que aquella voz tan familiar y cambiante de
tonos era externa a lo que ahora consideraba su cuerpo, su entidad, su
existencia. Y lloró. Y el llanto aumentó en decibeles y angustia al saberse
separado de esa voz, al chocar con la realidad de ser un ser individualizado y vulnerable,
al vislumbrar una existencia futura en búsqueda permanente de aquella sensación
de los primeros meses de vida, donde, antes de entender su singularidad frente
al espejo, todo fue unidad y dependencia, todo fue un sistema interconectado
donde no existía el Yo.
Escuchó unos pasos aproximarse y esa voz que conocía
desde la época anterior al primer trauma.
—¿Ya despertaste bebé?— preguntó la voz.
Entonces, elevó los brazos hacia ella, llorando por
una revelación que significaba tanto libertad como soledad, autonomía y libre
albedrío, responsabilidad por una vida, su vida; un Yo independiente del todo,
y respondió con su primera palabra:
—Ma.
Inspirado en el concepto del Estadio del Espejo, de
Jacques Lacan.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario