publicado el 13 de julio de 2025 en Saltillo 360, de Vanguardia.
A muchos nos pasa: te encuentras por casualidad con
alguien que tienes entre tus contactos de tu red social favorita, y las miradas
se desvían para evitar el incómodo ritual de socializar en frío con alguien que
no es tan cercano como te pareció cuando se agregaron mutuamente. Más o menos
de eso habla el concepto acuñado por Robin Dunbar, antropólogo él, para
determinar el número de relaciones significativas que el cerebro humano es
capaz de procesar.
No se trata de una teoría surgida por el fenómeno de aplicaciones
sociales y buena-ondista de hoy, Dunbar publica el término al principio de los
años noventa, antes de que el desarrollo de la era digital estuviera al alcance
del gran público, aunque parece pensado como guía para transitar por la
realidad actual.
En un momento vuelvo a lo nuestro, antes quiero
señalar que el concepto es practicado, en conciencia o no, en cuestiones
organizacionales. De manera empírica más que científica, desde la época del
imperio romano hasta nuestros días, la milicia orbita alrededor del número
Dunbar para el tamaño de unidades y compañías, seguro en afanes que tienen que
ver con la capacidad de mando con respecto al tamaño del grupo más que con la
sociabilidad de los soldados, pero aún es válido. Lo mismo en la industria como
en la política, religión o educación, la cantidad de personas a supervisar,
movilizar, guiar o educar, es deseable que ronde ese número para el éxito de un
grupo. Insisto en algo: esto tiene que ver con la capacidad cerebral del ser
humano, ir más allá de eso, resulta en relaciones más complicadas que
convenientes o productivas.
Volviendo a lo que nos interesa que es nuestra vida
privada e hilándolo con el párrafo anterior, entendemos que un trabajador pueda
considerar dentro de su espectro Dunbar a su jefe y hasta al CEO de la empresa,
aunque estos no sean recíprocos en su sentir; fácil entender que también aplica
para el amor no correspondido. Igual, en el fanatismo o la afición, donde asoma
mucho el carisma, uno sigue y es influenciado por vida y obra de su ídolo
deportivo, artístico, religioso o político, mientras para ellos algo
significativo puede ser un conjunto como su fanaticada, clientes, feligreses o
electores, pero no un seguidor en particular. Entre aquellos que ni nos hacen
en el mundo pero nosotros sí consideramos, la familia, los amigos y las
relaciones cotidianas, una vez topado el número de Dunbar, habría que eliminar
a alguien del círculo para darle la atención debida a otro. Los gobernantes
entienden muy bien esto: una vez fuera del poder, son borrados de la mente del
séquito que los rodea.
A estas alturas de somnolencia te debes estar
preguntando cuál es el dichoso número que Dunbar propone como máximo de
relaciones significativas. No te lo diré, apegado al espíritu de esta columna
de invitarte a profundizar en otras fuentes si el tema te resultó interesante.
Pero también como siempre, la finalidad es subrayar lo conceptual de una idea
sobre la realidad o implementación de la misma.
Como en todo, surgen innumerables asegunes para
cuadrar esto: aquellos que se han ido pero ocupan un importante lugar en
nuestros pensamientos, ¿forman parte del número Dunbar? ¿Las mascotas? ¿los
amigos imaginarios o los héroes de ficción? No lo sé, cada uno habrá de
consultarlo en el diván o en la cantina, con la almohada o la maría.
Cierro citando al autor explicando quienes deben estar
en tu espectro: “personas a las que no te avergonzarías de unirte sin
invitación a tomar algo si te las encuentras en un bar”. El pero que desde aquí
le ponemos a Dunbar, es que con dos tequilas a cuestas, con un negocio en la
mano o por no sentirnos tan solos, nos da por agregar cualquier sapo a nuestra
vida.
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