Publicado el 19 de Octubre de 2013 en El Diario de Coahuila y El Heraldo de Saltillo
Paralela a
la famosísima Ocean Drive en Miami Beach se encuentra Collins Avenue, calle que
alberga a las tiendas con las marcas más famosas de ropa, calzado y accesorios.
Fue ahí donde reconocí por primera vez a aquel pobre y manipulado tipo. Lo descubrí
mientras él creía que nadie lo observaba mirándose al espejo y reflejándose a
través de los cristales de los aparadores.
Vi cómo se colgaba una y otra prenda buscando en
todas ellas un satisfactor o aprobación que por alguna extraña razón le
faltaría a su existencia. Se veía a todas luces como un turista: Lentes
oscuros, bermudas debajo de las rodillas, una guayabera pasada de moda y la
cámara fotográfica colgando del cuello. Se notaba entusiasmado, observaba
boquiabierto todo lo que aquellas firmas de diseñadores tenían para ofrecerle;
a pesar de aparentar cierta madurez en su físico, la mirada al quitarse las
gafas era la de un niño ante el árbol navideño repleto de regalos.
Años
después tuve oportunidad de visitar diversas ciudades de Estados Unidos y de
nuestro país. Las agendas de trabajo siempre dejaron espacio para conocer las
zonas comerciales, los viajes de placer todavía más se prestan para lo mismo y
durante las vacaciones familiares es prácticamente obligado repetir el ritual.
Sin importar el lugar a dónde pude ir, indistintamente volvía a ver a aquel pobre tipo de hombre transformado en un ser al que tradicionalmente asociamos a la
mujer: El consumista.
Lo mismo lo vi en la 5ta avenida de Nueva York que en el
Paseo Andares de Guadalajara; en la costa oeste norteamericana en Rodeo Drive
de Beverly Hills y Market Street de San Francisco o en el centro de nuestro
país en Polanco por avenida Masarik. A orillas del lago Michigan en la
Magnificient Mile de Chicago o en el Caribe mexicano dentro del centro denominado
La Isla de Cancún; en los escaparates de los hoteles de Las Vegas así como por
toda la zona de San Pedro en el estado de Nuevo León.
Con mínimas diferencias, aquel pobre tipo de hombre era el mismo en el Mall de Gallería de Dallas que a quien también
frecuentemente me he topado en Galerías Saltillo, Plaza Sendero y La Nogalera.
Y más aún, los dependientes de las tiendas parecían el mismo en cada local del
mundo, la mercancía en todas partes era igual y las fotos de los modelos que
adornan las paredes eran simples copias repartidas en cada sucursal dispersa a
lo largo y ancho del planeta.
Y cada vez
que lo veía, no dejaba de importunarme un sentimiento de culpa por conocer
desde las mismas entrañas la forma en que se manipulan los mercados para el
consumo comercial. Mis años en la universidad estudiando mercadotecnia y más de
dos décadas dedicándome al comercio habían formado en mí una idea muy clara de
cómo es que las grandes corporaciones manejan la psicología humana para llevar
al consumidor a dónde ellos quieren en vez de ir ellos a dónde el consumidor
diga. Diversa bibliografía sobre casos empresariales (la más recomendable sobre
el tema: Deluxe, de Dana Thomas y editorial Tendencias) no había más que
acentuado mi convicción de la triste forma en que al consumidor se hace sentir
especial cuando compra una prenda que se produce por cientos de miles para un
tanto igual de personas que también buscan sentirse dueños de un artículo único
y original.
Y así llegue
durante mi última salida al hotel dónde me hospedaba. Preocupado, desanimado y
decepcionado de la forma en que el consumo de aquel tipo de hombre que tantas
veces había visto era dirigido a su antojo por individuos que sí conocían el
verdadero lujo, por personajes que jamás usarían los artículos que sus tiendas
ofrecían, por empresarios que vivían en una escala económica muy superior a lo
que el consumidor apenas pueda imaginar.
Ingresé al cuarto de baño. Harto de
ver tanto consumismo abrí el grifo del agua y la dejé correr hasta que salió bien
fría, entonces me lave la cara, y cuando levante la vista, ahí estaba en el
espejo, otra vez aquel pobre tipo de hombre que tantas veces había visto reflejado en
los espejos de las tiendas y en los cristales de los aparadores.
cesarelizondov@gmail.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario