Publicado el 30 de Marzo de 2014 en Revista 360 de Vanguardia
Aún con la falsa lluvia los lirios morían
junto al estanque, ¿Sabrían aquellos hombres, mujeres y niños que todo aquello
podría ser un espejismo? Solo a la distancia alguien sabrá si lo era, pero era
lo que les tocó vivir en su época.
Los niños se mojaban felices bajo el
majestuoso torrente de agua sin reparar en que aquello era una falsa lluvia. Mientras
tanto, algunos de los varones adultos merodeaban cerca de ahí, reconociendo el
terreno en esa práctica inscrita con fuego en el ADN masculino que ha
acompañado al humano desde que adquirió conciencia tras la escisión con otros
primates: La caza. Y aunque las presas escaseaban y quizás no tenían ellos el conocimiento
o concepto de lo que era el edén, se sentían en lo que otros dirían que es el cielo.
Más allá estaban algunas mujeres que salían
de lo que se podría considerar un hogar en busca de mejores o nuevas
oportunidades para su vida, y porque no, también cazaban; La liberación
femenina ya estaba dentro de su genética. Había otros grupos de hombres y
mujeres también guarecidos de la falsa lluvia bajo una especie de tejaban, daban
cuenta de lo que podían comer en aquel paradisiaco sitio: Gruesos y jugosos
trozos de carne roja con la sangre escurriendo, piezas de aves desplumadas sin
más condimento que lo que unas brasas puedan dar, y los menos, consumían
incluso pescado.
Por supuesto, nunca hay nada nuevo bajo el
sol y los niños jamás acudían al llamado para comer sabiendo que más tarde sus
estómagos lo reclamarían. Todos sentían que eso era disfrutar y vivir la vida,
nadie en su sano juicio podría cuestionarlos. Pero en algunos existía un vacío
muy difícil de explicar. ¿Todo aquello podría ser un espejismo?
Todos confluían en torno al pequeño
estanque donde extrañamente los lirios morían a su alrededor a pesar de la
humedad de aquella forma de presa y aún con la falsa lluvia que sin falta
aparecía en algún momento del día.
Las mujeres tenían la sensibilidad para
apreciar cierta belleza en aquel ambiente pero no escapaba a sus sentidos la
sensación de que aún donde hubiera alimento, agua e incluso un puñado de
árboles, la naturaleza se extinguía. Los hombres difícilmente se daban cuenta
del entorno en cuanto a estética, la configuración de su cerebro hacía prácticamente imposible apreciar cualquier cosa que no estuviera en los rasgos más
característicos de su género: La caza como ya lo dijimos antes y la seguridad
de los suyos.
Terminaron de comer un hombre y una mujer al
tiempo que volvía a caer la falsa lluvia. Tres niños acudieron al llamado de su
madre cuando de repente, el cielo se encapoto tornándose más gris que azul y en
cuestión de segundos la verdadera lluvia caía sobre los cuerpos de niños y
adultos despojados ya de falsas poses.
La falsa lluvia que expulsaba
cronométricamente la moderna fuente ya no era necesaria y los lirios que morían
junto al estanque no sobrevivirían ni con la lluvia del cielo porque no eran
nativos de esa zona. Mientras corrían hacia su auto, de pronto la madre se
quedó parada para disfrutar y sentir la lluvia junto a la pila de agua
artificial rodeada por las mesas del restaurante, su pareja hizo lo propio
alzando la cara al cielo permitiendo que las gotas cayeran sobre su rostro.
Ambos se dieron cuenta de que ahora si, efectivamente aquello podría parecerse
al paraíso.
Los miraban perplejos bajo el techo los
demás comensales y los varones que estaban de cacería se sonreían con las
mujeres que buscaban también algo más en su vida. Algunos de ellos se
conocieron en esa tarde de verdadera lluvia, otros seguirían su periplo persiguiendo
la razón de una vida.
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