En la
picaresca, socarrona y pintoresca forma del ser mexicano, hoy escuchamos decir
que el esperado puente del primer lunes de Febrero se diseñó para disfrutar del
Súper Bowl sin preocuparse por ir a la escuela o trabajar al día siguiente. Decimos
también que el asueto del inminente Noviembre habrá sido maquiavélicamente maquinado
para aprovechar las súper-mega-ofertas del asentado Buen Fin. Por supuesto, hay
quienes ponen el grito en el cielo desgarrándose las vestiduras cuando escuchan
las simpáticas ocurrencias; y por lo general aquellos ofendidos son los que
menos respetan el contenido de nuestra Carta Magna y a quienes la revolución
les ha hecho justicia en el sentido que usted piensa, aunque a los preceptos de
Madero (el bueno) ellos mismos los hayan pisoteado, ignorado, olvidado y hasta
me…. Mejor seguimos con el tema.
Algo
similar en cuanto a agraviados sucede cuando tocamos el tema de las
festividades no cívicas de finales de Octubre y principios de Noviembre. Una de
ellas, importada de los mismos que nos endosaron como iconos culturales cosas
como la serie mundial de beisbol con todo y sus hot dogs con palomitas, los
parques temáticos también con sus hot dogs y palomitas, y las películas
hollywoodenses que por supuesto vemos mientras engullimos un hot dog con
palomitas; la otra festividad dos días después, producto del peculiar amasijo
en que se convierten nuestras tradiciones gracias a una mezcla elaborada desde
la conquista, aderezada por contemporáneas cuestiones de tipo nacionalista, gubernamental
y religiosa. Y por carecer nuestro autóctono acervo culinario de los hot dogs y
palomitas, nuestras usanzas estarían marinadas con tequila.
Pero si por un lado estaremos todos de
acuerdo en que habremos siempre de conmemorar efemérides patrióticas para no
caer en ese olvido que nos haría repetir trágicas historias según reza el conocido
refrán, quizás por la parte cultural también habríamos de considerar el ver
como cosa buena el celebrar la vida paralelamente a los arcaicos festejos que
en no pocas ocasiones nos ponen más cerca y asemejan a un tipo de muerte
distinta a la corporal para un caso, y bien podrían llevarnos a una nueva
revolución en los otros.
¿Puede subsistir una cosa con la otra?
Pues es obvio que sí. Vestirse de calabaza el último día del mes no impide
llevarle flores solemnemente a los difuntos al tercer día, de hecho hasta
tiempo existe en el inter para curar la peor de las crudas. Igualmente, salir
desbocados a cazar ofertas en noviembre o a gritarle al televisor el primer
domingo de febrero no son hechos que impidan la reflexión de lo que significó
el estallido de una revolución o plantar el estandarte de su victoria formal
siete años más tarde en la forma de nuestra Constitución.
Para el caso del norteamericano Halloween
contra el mexicanísimo Día de Muertos, cada año escuchamos desde las tribunas
nacionalistas y los púlpitos cristianos los ires y venires de quienes buscan y escarban
hasta encontrar algo oscuro que puedan relacionar con la tradición de los
vecinos del norte para proteger a nuestros niños de tan peligrosas costumbres
que califican hasta de satánicas. A esos fundamentalistas les parece mal que
los gringos le hagan sombra a nuestro dos de noviembre pero no se inmutan si
Santa Claus le roba el show al niño Jesús en diciembre.
En mi opinión (omito aquello de “humilde”
ya que por definición la opinión carece de humildad), las religiones,
movimientos y organizaciones de ascendencias cristianas que incluyen a la
inmensa mayoría de los mexicanos, habrían de flexibilizar un poco su dogma y
así alentar a que nuestros hijos celebren la vida y la oportunidad de ser niños
en un inocente, sano y divertido festejo libre de simbolismos macabros como
algunos se empeñan en señalar. Y es que esta vida se vive solo una vez, y de
acuerdo a la enseñanza o mensaje mayor del cristianismo, todos tendremos luego una
eternidad para vivir la muerte.
cesarelizondov@gmail.com
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