Un día en el estadio


Publicado el 30 de abril de 2017 en Círculo 360, de Vanguardia



Por César Elizondo Valdez


Para Mari Fer y Axel, para Rosca, Ana Vic y Miranda

      Para mí, que Borges era un idiota. Iba el sábado pasado por la tarde hacia Monterrey con la pasión en el estadio de los Rayados y la oración en la congregación de los Juaninos.

   Con la oportunidad de apadrinar a Axel, me tocó la mejor parte del programa Un Día en el Estadio, iniciativa creada por una familia saltillense que busca llevar niños a disfrutar de un buen partido de fútbol al estadio BBVA, en Monterrey. Esta vez, también de la mano de la asociación Luchando por Ángeles Pequeños, nos acompañó María Fernanda, quien fue la primera mujer que el programa llevó a ver a su equipo favorito.

     Si has estado ahí sabrás de lo que hablo, si no, te lo platico: Nuestros asientos estaban justo a un lado del sitio donde se concentra la Adicción, ese grupo de aficionados Rayados que tienen su lugar reservado junto a una cabecera del estadio, esa fanaticada que pasa los noventa minutos del partido entonando cánticos, brincando y bailando al son de las apasionadas letras, tambores, cornetas y demás instrumentos que hacen de un sábado cualquiera, una experiencia de vida.

     Del fútbol visto ese día poco puedo decir, desde mi incompetencia en el tema me aventuro a pensar que deportivamente, el espectáculo habría quedado a deber. Pero ahí es precisamente dónde Borges demostró su idiotez. Y es que recordarás o podrás consultar, amigo lector, cuando el cuentista argentino dijo algo que con tiempo se convirtió en la más recordada cita de un pensador con respecto al fútbol: Una pobre circunstancia. “El fútbol es para estúpidos”, se le atribuye a Borges esa frase que no dijo, pero que dejó entrever.

     Pero es que Borges quiso entender al fútbol como quiso entender al universo y la vida, y eso si acaso, lo habría hecho solo cuando hubo de ver rondando a la muerte. Porque el fútbol como la vida, estarás de acuerdo conmigo, son para disfrutarlos siempre, nunca para analizarlos. Y es que uno no va a ponerse analizar porque chocar las manos y abrazarse con perfectos extraños cuando cae un gol del otro lado de la cancha, ni entiende uno como es que termina cantando a todo pulmón canciones con letras que harían parecer al marqués de Sade como un personaje de Disney, ni porqué mirar con respeto y consideración a quien viste la playera del equipo contrario y apesadumbrado camina hacia la salida, ni porque atesorar como souvenir los vasos plásticos que pronto cambiaran su vocación de la festiva cerveza en el estadio, al aburrido cereal frente al televisor.

      Al final del juego, ya no supe si en la mirada de Axel era más grande su dolor por la derrota de Tigres o su satisfacción por haber comulgado con más de cincuenta mil personas que nunca nos preguntamos porque estábamos ahí, sino que nos respondíamos que había valido la pena gastar la tarde-noche de un sábado por vernos reflejados en once jugadores por cada escuadra que hacen sobre una cancha lo que nosotros hacemos en nuestras oficinas, trabajos, casas y escuelas. De regreso a nuestro Saltillo, me supuse que la alegría de Marí Fer por el triunfo de sus Rayados podría aliviar un poco la pesada lucha que libra días tras día ante una adversidad que ella no escogió, pero que con fortaleza enfrentó. Y no podía sino reflexionar como es que aquellos que saben de lo que trata la vida, escogen hacer de su paso por este mundo un camino de verdades, un camino donde es claro que se recorre no buscando una explicación o un destino, sino encontrando satisfacción en lo que hacen.

    Se dice que Borges murió amargado al no encontrar las respuestas que buscaba y, vaya ironía para un escritor, no supo metaforizar en un espectáculo como lo es el fútbol. Si por una vez Borges hubiera cruzado su camino con el Geras, o hubiera visto las miradas de Axel o Mari Fer en ese estadio, seguro hubiera entendido de que se trata la vida.  
cesarelizondov@gmail.com


    

    

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