Publicado el 27
de agosto de 2017 en Círculo 360, de Vanguardia
Por César Elizondo Valdez
No, no hablaremos hoy de los Trenes de Luigi Station y
de cómo le hacíamos para entrar: nos calzábamos botas de tacón cubano, cinto
piteado (bueno, pirata con hilo de algodón en lugar de fibra de maguey) y un
sombrero vaquero de copa alta. Esto durante una época en la que el criterio del
cadenero resolvía el problema de la mayoría de edad, antes de la credencial
para votar con fotografía.
Tampoco
tocaremos el tema de otros trenes que cumplen la función de esparcimiento como
el Chepe que atraviesa las Barrancas del Cobre, el que te lleva hasta Aguas
Calientes para subir a Machu Pichu, el Mono rail que sin pérdida de tiempo te
transporta de un casino a otro en Las Vegas antes de asimilar otras pérdidas,
el Glacier Express o el Transiberiano, ni los de Harry Potter o Disney en las
capitales turísticas de occidente.
Hoy te
platico de un tipo de trenes con distinta misión: aquellos que transportan
personas para ir y venir todos los días al trabajo y a sus cosas cotidianas.
Vaya, vaya, ya le quitamos lo dominguero al artículo y nos pasamos al lado
rudo. Pero es que viendo como están las cosas y el letargo de nuestros
gobiernos y supuestos contrapesos, está la cosa para pensarse y… o ponernos a
llorar…. o poner manos a la obra.
Con
broncas similares a las nuestras en cuanto a nefastos gobernantes, los vecinos
de Nuevo León ahí la llevan con su línea 3 del metro, y también los tapatíos
estrenarán nueva línea de metro antes de que Andrés Manuel sea Presidente. Con
todo y un sexenio federal de Hidalgo, avanza el tren ligero México-Toluca y, mucho
antes de que Acción Nacional regrese a los Pinos allá por el 2036, el gobierno mexicano
habrá de retomar el proyecto del tren de alta velocidad para unir a la capital
con Querétaro.
Al norte,
un compa del señor Trump anda diciendo que ya recibió luz verde para licitar el
Hyperloop, un tren de hiper-velocidad que uniría en un chasquido de dedos a
Nueva York con Washington, con paradas en Baltimore y Filadelfia. Y no
alcanzaría el periódico entero para enumerar los sistemas ferroviales del mundo
que ya existen y todos los que están en planes.
Pero ojo,
no hablo de las obras que en otras partes se dan y que por acá ni soñar
podemos. Me refiero al futuro del transporte diario: sistemas colectivos para
largas distancias y vehículos de dos llantas para pequeños trayectos. Y eso, ¿a
que viene al caso con nosotros?
A partir
de ya, el mundo empieza de manera lenta pero sostenida a consumir menos
automóviles y menos petróleo vía gasolina en proporción al consolidamiento de los
futuros sostenes de la economía global (salud y comunicaciones) y a la opción
vehicular que trenes y bicicletas representan.
Mientras
tanto, aquí en la región sureste de Coahuila seguimos sin dar un paso en alguna
dirección alterna a la industria automotriz como motor económico. Y durante las
pasadas campañas políticas locales, un solo candidato de la basta baraja para
puestos de poderes ejecutivos habló de algo referente a trenes ligeros, y lo
hizo desde la perspectiva del trasporte público, no del inminente descalabro de
la industria automotriz, que no por ser a largo plazo deja de ser predecible.
¿Fatalista? Quizás. ¿Qué es lo que habremos de hacer? Por lo pronto, me
pongo a buscar mis viejas botas rellenas de talco, el intento de cinto piteado y
mi arrugado sombrero carente de equis, no vaya ser que, en lugar de abordar los
trenes por gusto, tenga uno que largarse a los Estados Unidos para trabajar en
el campo por necesidad.
cesarelizondov@gmail.com
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