Publicado el 24
de septiembre de 2017 en Círculo 360, de Vanguardia
Por César Elizondo Valdez
El
puño en alto dejó de ser un símbolo de resistencia civil, protesta política o
militancia para convertirse en ícono de la solidaridad del mexicano.
Aún
teníamos el puño cerrado, dispuestos a ajusticiar al cobarde asesino de Mara,
cuando los mexicanos fuimos una vez más sacudidos por esa madre naturaleza que en
ocasiones se rebela a su hijo, dios. Trágica cábala que a treinta y dos años
del terremoto del ´85 y como sarcástica broma sobre nuestro himno nacional,
volvió a hacer retumbar en su centro a la tierra.
Iglesias e
ideologías políticas, razas, edades y estratos sociales, preferencias sexuales,
grados académicos, género y cualquier otro motivo de escisión en distintos
temas, se fundieron durante la semana en torno a las necesidades de los sitios
afectados por el sismo que también, nos hizo saber queridos por el mundo
entero.
La mayor
parte de los mexicanos pasamos del horror atestiguado a través de la televisión
y redes sociales, a multiplicar el amor trasformado en pequeñas y grandes
acciones desde todos los rincones del país como los maravillosos textos de
apoyo moral escritos en los paquetes de agua, comida y otros productos de ayuda
material, o como los sentidos rezos que fueron acompañados por copiosas
donaciones, o como los vecinos de la gran ciudad de México que sacaron a la
calle las extensiones eléctricas y cargadores para teléfonos celulares, o como
quienes hicieron públicas sus claves de internet, o como los que inundaron las
banquetas con víveres para sostener las maratónicas jornadas de los
rescatistas, y los que pusieron a disposición de todos los baños y regaderas de
sus casas, o como los que compartieron información verdadera, o como los que
transportaron personas y materiales, o aquellos que organizaron los centros de
acopio. Y un largo pero caritativo etcétera que omito.
Las imágenes más reiteradas durante los
trabajos de rescate, donde el puño cerrado en alto de rescatistas y voluntarios
significó el silencio absoluto de los presentes para la correcta comunicación en
los interiores en pro de realizar las maniobras de búsqueda y localización de
gente, se convirtieron luego en la acción de las mismas manos que, ya con las
palmas abiertas removieron escombros, empuñaron herramientas e hicieron vallas
y mano-cadena para que también el silencio cediera a los aplausos y cantos
cuando algún niño, una mujer o un
anciano, emergió a la vida por segunda ocasión, pero esta vez no desde las
entrañas de su cálida madre, sino desde la oscuridad de los duros escombros.
Imposible ser apático a las muestras de
solidaridad del mundo y los mexicanos que ante la tragedia han sacado a flote
lo mejor del ser humano. Imposible no experimentar esa rara y doble sensación
de pérdida y gracia cuando la naturaleza golpea sin piedad a la vida, mientras
que la humanidad rescata con amor al individuo. ¿Es esto un nuevo comienzo?
La historia
y la razón me dicen que no, que nada cambiará. Que pasará poco tiempo para que
esta tragedia quede en el pasado y volvamos a cerrar el puño en una nación de
ciento cincuenta millones de mexicanos y ante un mundo de siete mil millones de
personas. Pero la esperanza y el corazón me dicen que si, que esta vez el puño
que implicó protesta y rabia durante mucho tiempo y que en días pasados sirvió
para pedir silencio en labores de rescate, ha sido abierto para siempre,
abierto para darle una mano franca y solidaria a quien la necesite, una mano
terrosa y ampollada por el trabajo comunitario y responsabilidad social, pero
limpia y sana en términos de integridad; una mano que guie a sus hijos hacia el
futuro que nuestro país merece. La misma mano que represente un cúmulo de
valores y principios para que, nunca, nunca, nunca, vuelva a lastimar a Mara.
cesarelizondov@gmail.com
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