Publicado el 01
de octubre de 2017 en Círculo 360, de Vanguardia
Por César Elizondo Valdez
Decir que da pena ajena es decirlo mal. Pena propia es atestiguar todas
las cosas que le pasan a nuestros presidentes, alcaldes, gobernadores,
diputados y un sinfín de personajes que, aunque no nos gusten, no hayamos
votado por ellos, o no distingan el amor comprado del amor verdadero, siguen
siendo la representatividad de todos.
Pena ajena es
lo que haga, diga, omita o vomite el canciller de Ucrania, el entrenador de la
selección de Indonesia o el líder de los monjes del silencio adscritos a la
montaña oriental de la península del norte de una oscura religión aria con tres
seguidores. Las joyas que dan muestras de la más excelsa estupidez humana en
nuestros representantes escogidos o impuestos (lo mismo da para la política, la
religión o el deporte), son pena propia. Mientras seas mexicano, católico o
panadero, lo que salga de la boquita del gobernante, lo que haga un mal obispo o
un caliente sacerdote, y el penal que falle alguien que se gana la vida con los
pies, es para dar pena propia, porque ahí vamos todos en la bola.
¿A dónde
vas, columnista? Ya nos perdimos. Bueno, lo que sucede es que una vez agotada
la parte urgente y humana de los temblores e inundaciones que azotaron a
nuestra nación (la parte económica apenas viene con repercusiones a largo
plazo), nos quedamos con las notas secundarias como el caso Danielle y Denise –
me niego a llamarlo el caso Frida Sofía- o el caso Peña y las cajas del DIF, que
bien podríamos llamarlas cajas chinas.
Y aquí
vengo a torcer más las cosas: para entender porque somos cómo somos, habremos
de regresar a la campaña presidencial gringa de 1960 entre Richard Nixon y John
Kennedy. Achís, achís, ¿Tanto así? Pues si. Y es que todos los que hayan
estudiado un pasito más allá de las aulas y de los planes de estudio de
comunicación o ciencias políticas, saben que ahí nació el culto a la imagen que
tanto daño le hace al mundo entero el día de hoy. Economizando espacio y
letras, diré que Kennedy remontó en la intención del voto cuando apareció
joven, fuerte y confiado durante los primeros debates televisados de la
historia, esto ante un Nixon convaleciente por una lesión que lo mostró demacrado,
enfermo y descuidado ante 80 millones de espectadores atrapados por la magia de
la incipiente televisión. De ahí, la receta que se ha viralizado sin reparos ha
sido la de nariz respingada y dentadura color de luz al final del túnel, una
familia y un perro, el vientre plano y un par de maquillistas para tapar toda
mancha. Pero…
Pocos han
estudiado después el fondo de la campaña de Kennedy: no fue una propuesta
hueca. Tuvo un discurso inteligente en donde hizo partícipe de las decisiones
al electorado. Guerra fría, economía, religión y valores, fueron temas que
Kennedy no rehuyó y gracias a eso, más tarde, la imagen física y mediática dio
el golpe final por el que millones cantearon su voto hacia un candidato
inexperto, pero que siempre enfrentó las cosas.
De regreso:
No hace falta decir que, como partidos bananeros, aquí la tropicalización del
efecto Kennedy se dio solo en cuanto a imagen, nunca en cuanto al contenido de
las propuestas. Y así, del “arriba y adelante” de Echeverría podemos dibujar
una línea que pasa por la bravuconería de Fox hasta la deplorable imagen de
Peña Nieto suplicando para que se le sumen a una puesta en escena durante la
entrega de apoyos del DIF, en donde la imagen de un mandatario sin liderazgo
que pasa cajas vacías no sería mayor problema a no ser que, lo único que alguna
vez tuvo fue una elaborada, calculada y refinada percepción creada sobre las
bases del culto a la imagen, y no de los ideales. Igual que caja vacía ¡¡
¿Pena
ajena? Nunca. Es pena propia lo que nos pasa en este país.
cesarelizondov@gmail.com
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