Publicado el 10 de
diciembre de 2017 en Círculo 360, de Vanguardia
Por César Elizondo Valdez
Aunque
la frase o filosofía de Teresa de Calcuta en su percepción original habla del
amor en cualquiera de sus formas, ante esos sabios sinodales que son el tiempo
y la libre adopción en el ideario de la gente, “hasta que duela”, se ha
convertido en una bandera utilizada en cuestiones que tienen que ver con la
forma en que se ayuda a los demás, ya sea de manera material, o con el tiempo empleado
para labores altruistas.
Aún acotado
en un alcance total que iría más allá de las necesidades materiales, el pensamiento
de la Madre Teresa ha encontrado en esas carencias de los desprotegidos, la
trascendencia quizás mermada en la más importante cuestión de la necesidad del
ser humano de sentirse amado, por encima de las penurias económicas. Pero ese
es otro tema.
Y es que, en
esta época del año es cuando la mayor parte de nosotros, que por el simple
hecho de tener esta revista a la mano o la conexión a internet que nos permita
leer el periódico desde un dispositivo electrónico, que no sabemos distinguir dónde
termina la responsabilidad material hacia nuestra familia y empieza la deuda
con los demás residentes de un mundo que nos ha dado todas las oportunidades, nos
preguntamos ¿Cuál es el punto dónde me empieza a doler? ¿Hasta dónde he de
darme a un desconocido?
En una
cultura llena de formatos, algoritmos, y recetas listas para copiar al
instante, siempre buscamos los parámetros que nos indiquen de manera puntual y
precisa las cantidades y proporciones necesarias para realizar cualquier cosa.
¿Es esto posible cuando hablamos de “hasta que duela”? Pues alguien me dijo que
sí.
Dice mi amigo que todo inicia desde que cada
posible benefactor tiene distintos ingresos y diferentes posibilidades de donar
tiempo. Estamos claros que una persona que trabaje mucho, y que parte del
dinero recibido por su trabajo vaya a dar a causas nobles, habría de tener consideraciones
cuando de donar tiempo se trate. Y quizás también, aquella persona que se pasa
las mañanas trabajando horas en la caridad, estaría exenta de aportar en
metálico para apoyar a esa misma causa. Es justo, es viable, es conveniente,
pero…. ¿les duele?
¿Duele más
donar mil pesos o trabajar un día? ¿Le cuesta igual el diezmo al que gana mucho
que al que gana poco? Es un porcentaje, parecería justo ¿no? Pero, ¿no será
que, aquel que gana mucho puede dar más porcentaje de sus ingresos porque le
sobra más cuando ha cubierto sus necesidades? El diezmo, siendo porcentaje, es
una maldición para un salario mínimo; pero es apenas un cabello para quienes viajan
en primera clase. Y ahí es dónde mi amigo ha dado con una interesante fórmula para
que todos donemos hasta que duela.
Como no
podemos medirnos por ingresos ni por tiempo libre, ni tampoco todos gastamos
iguales cantidades y proporciones en lo que consideramos prioritario para
nuestras familias como el estudio, el techo, el vestido y la alimentación, mi
amigo propone que el dolor de dar se puede regir si igualamos el tiempo y
dinero gastado en esparcimiento, con lo que damos de tiempo y recursos a la
ayuda a los demás.
¿No sería
grandioso? Que la misma cantidad de días y dólares gastados en Las Vegas o en
los Saraperos los diéramos a la beneficencia. Que igualáramos la cuenta del
lujoso restaurant o de caguamas a la donación altruista, que los días y horas
que jugamos al fútbol o vemos Netflix los trabajásemos por alguna causa. -Estás
loco- le digo a mi amigo, -eso nunca lo verás-. -Eso decían de Teresa de
Calcuta- responde él. cesarelizondov@gmail.com
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