Publicado el 14 de enero de 2018
Por César Elizondo Valdez
¿Por qué este hombre comulga tanto cada día? Cuando lo imagino en
repetidas ocasiones recibiendo la comunión durante una jornada, consulto en la
web y confirmo de distintas fuentes la misma norma: puede una persona comulgar
dos veces, en diferentes oficios.
Pero, ¿doce
veces?
A primera
hora, puntual asiste a misa de siete en el Santuario, la única que atiende
completa; baja a las ocho a Nuestra Señora del Carmen y llega tarde a Catedral
para el oficio de las 8:30 am. A medio día comulga en San Esteban y antes de
las nueve de la noche recibe por última vez la comunión de nuevo en la Iglesia
del Carmen, ya con otro sacerdote. Se las ingenia para averiguar horarios en El
Calvario, Nuestra Señora de la Luz, San Francisco de Asís, San Juan Nepomuceno
y también, a las cinco de la tarde toma la hostia en la parroquia del Santísimo
Cristo del Ojo de Agua. Identifica a los párrocos y sus horarios para no
repetir al mismo, repite algunos templos, pero nunca al oficiante.
Vaga de un
lado para el otro durante el día por el centro de la ciudad. No trabaja, su
única preocupación es llegar a tiempo para la comunión. Parecido a un bono, en
casamientos y misas de quince años, por defunciones o cualquier tipo de acción
de gracias, aprovecha y asiste, y puntual se forma en fila luego de la antífona
de la comunión. No se le permite ingresar a los restaurantes que frecuenta la
gente acomodada, pero nadie le impide asistir a los mismos templos. Sábados y
domingos son para él como para todos los demás: un banquete de lugares y de
horarios.
Imagina su
aspecto y añade una aportación al lugar común del vago: Ropas viejas,
harapientas y hediondas; barba cana y larga, ensortijada en un engrudo de
grasa, polvo e indescifrables fluidos; ojos tristes, profundos, oscuros y
cansados, carentes de un brillo que no extrañan, y es que jamás lo tuvieron. Su
piel, que ayer fue brillante y grasa, hoy calcárea y quebradiza, la tiene pegada
al hueso.
Con todo, un
aire de dignidad parece cernirse en él, o al menos así lo siente.
¿Qué busca este hombre, una y otra vez en
misa? ¿Qué necesidad satisface con esa hostia, pedazo de pan, que escucha de
forma hueca once veces decir, es el cuerpo de Cristo? Al hombre que nada tiene,
¿Qué le puede ofrecer una Iglesia de la que él se sirve, pero en la cual no
cree? Porque, estarás de acuerdo conmigo, hay quienes pueden ser religiosos y
seguir un dogma, sin por ello creer en su Iglesia.
Por la noche
camina hacia el poniente, hasta el arroyo, más allá de las vías del tren. Ahí es donde tiene una guarida que consta de
un techo de lámina amarrado a unos altos arbustos, ahí donde la autoridad le
dice una y otra vez que no puede asentarse en definitiva por su propia
seguridad, pero donde el contubernio permite a cientos de familias vivir en modernos
desarrollos habitacionales cuyas bardas sirven para aislarles de los vagos del
arroyo, pero no del riesgo de vivir junto al caudal.
Antes de
dormir, agradece a su dios porque recibió a Cristo en la primera misa de la
mañana; con ello subsiste su alma. Enseguida, da gracias por haber sobrevivido
un día más con la dignidad de no pedir limosna para comer… y es que once hostias,
le son suficientes para apaciguar el hambre; con eso subsiste su cuerpo. Los
miércoles duerme ansioso, porque en algunos lugares, los jueves la hostia es
remojada en vino; con eso subsiste su espíritu.
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