Publicado el 08 de abril de 2018 en Círculo 360, de Vanguardia
Por César Elizondo Valdez
Muy
gastada esta la retórica aquella de lo que cuesta educar a un mexicano: 23
pesitos, ese era el peaje en la caseta del puente internacional para salir de
México e ingresar a los Estados Unidos. Si, ya sabes, cruzando la frontera
dicen que uno se convierte en buen ciudadano, no tira basura en la calle, no
ocupa topes en bulevares para respetar los limites de velocidad, come con la
boca cerrada y hasta le abre la puerta del coche y del mall a la señora.
Pero,
ni necesidad de ir tan lejos. Ahí tienes que esta semana, angustiado y aburrido
por la escasez de clientela en el código postal 25 mil, es decir el centro de Saltillo,
salí a deambular por las calles del primer cuadro de la ciudad. Y
luego-lueguito, así como el Río Bravo divide a los gringos de los mexicanos, o
a los yankees de los bárbaros, un pequeño negocio sirve de frontera entre el
Mercado Nuevo Saltillo -de confección oficial- y la Plaza de la Tecnología, de
capital privado.
En
conceptos similares en cuanto a meter cientos de diminutos locales dentro de
una gran nave, contar con áreas de comida y sanitarias, las diferencias no
podrían ser más abismales a las encontradas entre Tijuana y San Diego. El
visitante, apenas se acerca al acceso de uno y otro lugar, tiene la inequívoca
percepción de lo que verá allá adentro: perfectamente delimitados y respetados
los espacios en uno, caos y mercaderías en pasillos y techos en otro; escaleras
eléctricas en uno, una sola planta en otro; sanitarios bien cuidados en uno,
baños sin mantenimiento apropiado en otro; limpieza e iluminación de un lado,
semi oscuro y sucio el otro. Aunque eso sí, los deliciosos tacos de Aaron en el
Mercado Nuevo Saltillo, sin oferta gastronómica atractiva en la Plaza de la
Tecnología. Un localito de distancia no puede ser la diferencia para que una
misma población encuentre tan diferentes espacios.
Después,
seguí caminando. Por las banquetas que distintas administraciones restauraron,
con la vista clavada al piso como negando la parálisis económica que solo el
gobierno no ve y no sufre, me encontré con otro retazo de mexicanidad: las
manchas negras de los escupidos chicles que se han fundido con el cemento. Y,
¿a quién echarle la culpa? La normatividad dicta que el dueño de la propiedad
debe entregar la banqueta al municipio. ¿Debe la autoridad encargarse de esa
limpieza o será el locatario quien deba quitar a espátula y químicos las gomas
de mascar adheridas cuán fósiles al piso?
No lo sé, pero te puedo decir que, en centros comerciales privados como
Plaza Patio, Plaza Sendero, Nogalera, o Galerías Saltillo, todos los días ves a
personal de limpieza de hinojos, con espátula en la mano, desprendiendo del
piso aquello que los visitantes no aprendemos a depositar en la basura
¿Es
el Río Bravo o son las autoridades quienes hacen una diferencia? ¿Son las
concesiones de los gobiernos hacia sus centrales agremiadas y por tanto clientelares
las que nos siguen anclando al tercer mundo, o será el esfuerzo empresarial lo
que nos lleve a ser una nación desarrollada? ¿Es el gobierno o es la población?
cesarelizondov@gmail.com
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