Publicado el 29
de septiembre de 2019
- ¡Me robaron mi niñez ¡- clama la niña Greta en la
parte más sensible de su discurso. ¿Cómo no voltear a verla? ¿Cómo no ponerle
más atención? Seguro has escuchado de ella, es una jovencita sueca que ha
extendido sus quince minutos con el tema del calentamiento global o algo así.
Socrático como soy, no me voy a meter a analizar los problemas de los que ella
habla, me meto más bien al problema que ella representa.
Ahí tienes que, entre otras cosas, la niña Thunberg
trae pleito casado con el villano mundial, a saber, Donald Trump (dicen que, si
acá tenemos nuestro ganso, allá tienen a su pato). Y pues ya sabes: nada más
redituable que subirse al ring con la piñata universal para darle de madrazos.
Y felices todos dándole vuelo y aplaudiendo. Total, es
políticamente correcto tomar la postura ambientalista y apoyar a quien se
planta a vociferar ante la ONU y en donde le pongan un micrófono. Todo muy bien
y muy bonito en las formas, como para película cristiana o de Derbez, pero ¿y
el fondo?
El asunto es que la niña se roba la atención que debemos
darle a los expertos en el tema. Porque todo se sale de contexto cuando se
convierte en show mediático. Hace tiempo hablamos en esta columna de los
argumentos ad hominem, que son aquellas falacias en las que se desestima el
argumento no por su lógica, sino porque quien lo dice carece de autoridad para
defenderlo, y al decir autoridad me refiero a cuestiones morales, éticas, y por
supuesto, técnicas o académicas; si recuerdas, es la forma que se utiliza en
política para descalificar todo lo que haga o diga el contrario: si Hitler dice
que el agua es incolora, sus detractores dirán que eso es falso, porque lo dice
Hitler.
Pero existe una cara contraria, el argumento de
autoridad, o como decía el querido maestro Galindo: magister dixit. En efecto,
como la has pensado, en esta falacia se da por verdad cualquier cosa por el
simple hecho de quien lo expresa, podemos decir que es la prueba que necesitan
los fanáticos: para unos, si lo dice el Peje es verdad mientras para otros si
lo dice Calderón es plata pura; es el argumento de las religiones (porque así
está escrito), o más fácil, es el argumento del jefe de familia: porque lo digo
yo.
De ahí todo el problema de la niña Greta, pues desde
argumentos de descalificación al capital y a líderes del tipo Trump, se monta
en una falacia de argumento de autoridad moral que se ha confeccionado gracias
a nuestra voracidad por esta clase de historias, dejando, como lo cité párrafos
arriba, a los verdaderos expertos sin voz audible para los temas que enarbola.
Total, que la niña Greta nos culpa a quienes gozamos
del libre mercado por haber perdido su niñez; yo diría que culpe a sus padres y
a quienes la patrocinan, pues no entiendo como permiten que se encasille desde
tan joven en una imagen que pretende salvar el futuro del mundo, pero que a lo
más le alcanza, para veinte minutos de fama y una vida para justificar sus
dichos mientras le da de patadas al pesebre
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