Publicado el
13 de febrero de 2022
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Publicado el 12 de septiembre de 2021 en Saltillo 360, de Vanguardia
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Atendiéndome en salud he de decirlo: no, no soy ningún santurrón por ser habitual parroquiano en misa. Igual soy asiduo de lugares muy profanos y no me considero el diablo.
Ahí ando golpeándome el pecho como gorila, nomás porque un par de curas me dan por mi lado (sin albur, por favor) diciéndome que ahí esta diosito con su retoño, esperando a que me caiga el veinte para regresar al camino que extravié entre la secundaria y el antro, entre Zaratustra y Meursault, entre lo humano y mundano.
Pero en fin. Ahí me tienes el domingo pasado, sin NFL en la tele ni trabajo por hacer, matando tiempo y demonios, absorto escuchando misa. Cuando, de repente, algo no me cuadró en el misal.
Cita textual de una petición durante la plegaria universal: “Por los gobernantes y los políticos, los responsables de la administración pública, especialmente el Presidente de la República, para que fomenten la concordia, la paz, la justicia, la libertad, el bienestar y la unidad entre todos los ciudadanos”.
De forma peyorativa, la gente me llama ortodoxo, pero dime tu, lector, si no es de arrancarse los pelos ese parrafito que toda la iglesia católica recitó sin inmutarse siete días atrás.
Olvídate del pejelagarto, ganso o conejo que despacha en palacio nacional, ya no están en discusión sus capacidades. Por una vez, dejemos su cuestionada labor fuera del debate y leamos entre líneas, para lo cual, vale la pena tomar la lupa y enterarnos de lo que dicen las letras chiquitas al último del misal, entre otras cosas: Con aprobación eclesiástica; edita y distribuye: Obra Nacional de la Buena Prensa, A.C.; se terminó de imprimir ¡el 08 de julio de 2021¡ (los exclamativos son míos).
Aprobación eclesiástica. Con eso tenemos para mentar madres. ¿8 de julio? Eso fue un mes después de…las elecciones federales. A mentar más madres. Impreso el 8 de julio, misal del 5 de septiembre, me parece mucho tiempo entre impresión y publicación, en especial para una religión que cacarea de milagros en un lapso de tres días.
No sé tú, pero siempre entendí que la tropicalización de contenidos querría decir adecuar al público el qué y el cómo se dice. De manera que, estuvimos de acuerdo en que parecían huecas las peticiones del tipo certamen de belleza en el sentido de acabar con el hambre y que la paz reinase en cada rincón del planeta. Así pues, perfecto, si estamos bien madreados aquisito, mejor preferimos rogar por el entorno inmediato antes de arreglar el universo. Bien hasta ahí.
Entonces, muy bien y muy aplaudido que la Iglesia nos ponga a pedir por los problemas que nos aquejan a unos y otros mexicanos. Pero, que politicen un misal en donde existe la bendición eclesiástica para que se publique y fomente la señalización personalísima de un gobernante, eso, para mí, es muy, muy salido de la razón…o de la prenda que rima con eso. Amén.
cesarelizondov@gmail.com
Publicado el 05 de septiembre en Saltillo 360, de Vanguardia.
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cesarelizondov@gmail.com
Publicado el 01 de agosto de 2021 en Saltillo 360, de Vanguardia.
léelo también en la edición digital de Saltillo 360. /hoy-se-habla-de-pasaporte
Supongo que así es la vida: justo cuando los hijos alcanzaron edad para realizar por si mismos toda la tramitología exigida por el mundo, fue mi madre quien requirió mi asistencia para renovar su pasaporte.
No es que no
se valga por si misma, es que necesitó un buen chófer para llegar hasta la
oficina de Torreón. Aproveché el viajecito para sacar también el mío.
He de
decirlo: no cupo el cliché de la oficina burocrática donde nadie quiere
atenderte y todos lucen mal encarados; no señor, en este país hemos superado
esa cultura y cada vez es más común encontrar funcionarios serviciales y bien
capacitados. Bravo por eso.
Al final de
todo el proceso, mi nuevo pasaporte estuvo listo en la ventanilla dieciséis. Me
pidieron checar bien todos los datos y así lo hice. Nombres, fechas y demás
cosas estaban correctas en lo técnico y ortográfico, pero reparé en un detalle
que detonó en mi zona emocional: una lejana fecha de vencimiento, quince años
más adelante, supone que tendré en esa época la misma edad que tenía mi padre
cuando viajó al más allá.
—¡No mames¡—
me escuché decir-
—¿Qué dijo?—
contestó el funcionario de la ventanilla.
—Perdón, era
para mí. Todo esta correcto—
Perforó mi antiguo
pasaporte y me hizo entrega de ambos. Salí de ahí un poco más avejentado de
como llegué.
Casi
trescientos kilómetros y cuatro horas más tarde, intentaba trabajar frente a la
computadora. Pero mi mente orbitaba en otras dimensiones.
Tomé del
escritorio ambos pasaportes. Empecé a hojear el cancelado. No tiene tantos
sellos como lo hubiera querido, pero pasé unos minutos observando fechas y
aduanas. Me hizo gracia recordar algunos sellos que no implican la entrada a
países, sino a sitios turísticos; mi compadre dice que esos sellos de parques
nacionales o temáticos son un pendejo souvenir, yo pienso que son un afortunado
y nostálgico recuerdo.
Sonreí al
recordar el momento exacto de un cambio de año, a las doce de la noche,
esperando a mi hijo afuera de un sanitario móvil. Miles de personas a mi
alrededor corearon en regresión del diez al uno, para darse de besos y abrazos,
mientras yo permanecí solitario en medio de la vorágine de aquella multitud,
esperando a que terminara lo que él hacía. Volví a reclamarle a un abusón taxista
que jamás entendió lo que significa el tiempo perdido cuando andas de
vacaciones. Escuché las grandes plumas del cóndor en su resistencia al viento, e
hice gestos ante lo fuerte del pisco, vi cómo mis Raiders se acostumbraron a
perder en cualquier país y estadio, y conocí el gran cañón. Sin ser de espalda
mojada, mi viejo pasaporte también valió para intentar otro oficio.
Después, miré
el nuevo documento. Parece fecha maldita, como un plazo perentorio, como
calendario maya que termina así de pronto. ¿Será mi último pasaporte? ¿Volveré
a hacer este trámite? En la duración de vida, ¿Sobreviviré a mi padre o moriré
antes que él? Que pensamiento tan loco, ni Epicuro ni Platón tuvieron este
dilema.
Empecé a
hojearlo. La de cosas que uno encuentra: treinta y dos páginas dedicadas, una
para cada Estado de la república, de las cuales, veintinueve están en blanco.
Ha de existir un porqué, pero no entiendo esa lógica porque para visitar
Tlaxcala, Nayarit o lo que sea, no ocupas que te lo sellen. Pero la reflexión
no es esa.
El asunto es
que, al tener una certeza, la única que hay en la vida, no tiene caso pensar en
la fecha de la muerte. Por eso mejor me ocupo de seguirle taloneando, de seguir
haciendo planes y culturizarme un poco, para llenar ese libro, de veintinueve
hojas blancas.
cesarelizondov@gmial.com
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cesarelizondov@gmail.com
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Avanzas por la vida sin saber a dónde te llevará la
siguiente encrucijada. Y terminas por llegar a los lugares comunes, a donde algunos
acuden, a refugiarte en lo cierto… o en lo que otros dan por cierto.
Cansado del trajinar de las épocas actuales, llegó un
momento en el que hube de enconcharme para tratar de escuchar. No pude escuchar
muy bien, pero no fue por el ruido que podría acusar afuera, fue por el pobre
bagaje que habitaba en mi interior. ¿Qué se le dice al espejo al confrontar el
vacío?
Empecé a buscar respuestas en superfluos alternativos
a los ya probados. Enseguida me di cuenta de que un período de prueba es
suficiente para hartarse del streaming, que el trabajo rutinario no da el ancho
para hacer frente al absurdo, que la barra en la cantina tiene tanto de real
cómo fábula de Esopo, y del deporte ni hablar, ya no busca adrenalina el que a
diario la transpira.
Entonces me puse a leer. No pudo ser más revelador ese
ejercicio: pronto estaba de visita en fantásticos lugares, fui testigo del
carácter de increíbles personajes, pude ver la artesanía que cuida de los
detalles en las tramas más complejas, me sorprendieron con giros que no hubiera
imaginado, fui leyendo sin cansancio ante el ritmo cadencioso de la prosa bien
escrita, me quedé maravillado por magníficos finales. Lecciones para la vida,
aprendizaje sin aula, o la simpleza del gozo de un relato bien contado.
Sin que ellos lo sospecharan, me hice amigo de
escritores. En afán de conocerlos, apliqué alquimia barata consultando sus
perfiles. Terminé escuchando a Arreola, me gustó la irreverencia de un gringo
llamado Wallace, la magia de García Márquez, la erudición bien plasmada del
Borges jamás premiado. En sentido figurado, me enamoré de Nettel, de Luiselli y
otras damas.
Sin distinguir por estilos, épocas o demás, en cada
una de sus obras distintas voces fluyeron. Unos muertos y otros vivos, del
Cementerio de Reyes a la ciudad de New York, de temas algo pasados o corte
contemporáneo. A cada párrafo y línea, como la roca al cincel o al incesante
goteo, mi desconsuelo cedió.
Sentí que todos me hablaban como se le habla a un
amigo. Sentí que bajo sus letras mis carencias eran pocas, sentí que con sus novelas
podría escapar de la mía. Sentí que ellos me invitaban a sumergirme en sus
mundos. Sentí que eran mis amigos. Y de pronto, comprendí:
Los amigos no sólo hablan, también saben escuchar. Ni
en monólogos ni escritos encuentra uno la amistad, es calle de dos sentidos,
uno viene y otro va, uno dice y otro calla en ese diálogo alterno POR donde corre
la estima. No han de ser los soliloquios de un extraño en tu cabeza donde
surgen los afectos.
Por ello siempre el regreso con esa clase de amigos que
gozan de buen oído: los de la copa y la broma, los del abrazo y el canto, sin
antifaz en el rostro ni la postura pedante, los que con silencios te hablan,
los que escuchan y confrontan. Los que hablan poco y espeso, y lo que es más
importante, que callan para escuchar.
cesarelizondov@gmail.com
No
entiendo esos silogismos: si ves la caricatura del zorrillo enamorado, entonces
te convertirás en acosador sexual. ¿Es en serio?
Contemporáneos míos son quienes gobiernan
municipios, estados y países; igual los sacerdotes y capitanes de empresa,
líderes de opinión, docentes y comunicadores. Todos ellos crecieron viendo a
Pepe Le Pew, y, supongo por el silogismo, que aquellos que vienen censurando
hasta los catálogos de Disney, tendrán sus oscuras historias bien guardadas; de
otra manera no entiendo su postura de dioses pensando que, si ellos fueron
inmunes a las depravadas formas del zorrillo, no podrán serlo otras personas.
¿Tu
piensas que el modelo familiar de la actualidad tiene que ver con que Doña
Florinda era madre soltera? ¿piensas que el mal pagador lo es por culpa de Don
Ramón? ¿la obesidad nos viene de Ñoño? ¿la homofobia se debe a que antes no
había diversidad sexual en los contenidos? ¿el racismo lo inventó la
televisión?
Así
no funciona el ser humano: no veo a mis hermanas de restauranteras porque
jugaban a hacer de comer, ni mis vecinas se embarazaron de catorce años por
cambiarle el pañal a sus muñecas. No me convertí en Pelé por andar de vago tras
la pelota, ni aquel monaguillo fue cura por ayudarle a Usabiaga.
Ese
reduccionismo con el que la censura pretende acotar otro tantito nuestro libre
albedrío, es tan retorcido como pensar que, si un niño juega con el muñeco de acción
G.I. Joe, será porque físicamente le atraen los hombres, de lo contrario
jugaría con una Barbie. El argumento tiene lógica, pero es tan reduccionista
como aberrante.
Parece
mentira y exageración, pero si puedes imaginar un hilo conductor donde el uno
precede al dos, esta corrección política que hoy padecemos hasta en los nombres
de franquicias deportivas, terminará por destruir la muralla china, las
pirámides de Egipto y cualquier otro indicio de esclavitud, sometimiento y
explotación que el ser humano haya perpetrado en el pasado. Estarás de acuerdo
conmigo en que, hay que ser muy inocente para pensar que Chichén Itzá se
construyó con buena vibra, incentivos culturales o liderazgo político.
Y
del dos sigue el tres: a rasurar el Louvre y todos los museos del mundo. Que no
quede obra con tintes de cualquier forma de desviación o abuso en que la
humanidad haya incurrido. Le seguimos con los libros y con todo. Borramos todo
vestigio de lo que nos trajo hasta aquí como especie.
Al
final, nos pegamos un tiro en la cabeza porque no pudimos ser perfectos, porque
nos avergonzamos de haber evolucionado, porque no nos gusta nuestro pasado. Y
porque resulta más sencillo y más barato censurar, que educar.
cesarelizondov@gmail.com
Léelo en Saltillo 360, de Vanguardia.
Perdón por el anglicismo, pero no hay otro modo que le
dé sentido a la historia. El más valioso puede ser aquel que conecta el hit,
pero el traje de héroe lo porta quien anota la carrera del triunfo. Así que, con
la suficiencia propia de quien sabe lo que hace, salí del dogout con paso firme
para hablar con mi manager. Era de noche y el calor era mucho tras una larga sequía
en la ciudad, causa de estragos en el clima y en el árido suelo de mi tierra.
—Creo que yo debo correr en segunda. Soy el más rápido
del equipo y, además, soy el único disponible en la banca para entrar como
emergente.
—No sé— me contestó Gerardo — El Güero dio un buen
batazo para embasarse. Nos puso en posición de ganar el partido y me parece
injusto sacarlo en este momento.
—Injusto será perder si el Zurdo conecta otro hit y el
Güero no alcanza a llegar hasta home—argumenté.
—Ok. Vamos a ver qué dice— En seguida, pidió tiempo al
ampáyer para proponer el cambio.
Cerrábamos la última entrada perdiendo por una carrera.
Las bases estaban llenas, había dos outs en la pizarra y tocaba el turno a
nuestro mejor bateador. Un escenario ideal para dejar en el terreno al
contrario.
En tantos años especializado en compras, no recuerdo
una negociación tan complicada como esa con el Güero, sobre la almohadilla de
la segunda base. Él sentía que su velocidad era suficiente para llegar hasta el
home si el Zurdo conectaba de hit. Yo había convencido al manager de que sólo
yo era capaz de anotar con un sencillo. En una discusión bastante álgida si tomas
en cuenta la división botana en la que participamos, al final prevaleció mi
petición, y se realizó el cambio de corredor.
Ahí estaba yo sobre la segunda base como niñato
heredero, con la adrenalina disparada en mi organismo. Comprobando la textura
del piso, arrastrando los pies hacia atrás como hace el toro de lidia con sus
pezuñas; haciendo sentadillas entre uno y otro lanzamiento del pitcher, estirando
brazos y piernas, levantando el mentón y alargando el cuello hacia atrás y
hacia los lados, como si pescuezo y quijada influyeran en la velocidad; amagando
con mis arrancones a un cátcher despreocupado de mí, porque sabía que a ningún
lado podría llegar sin el tablazo oportuno de mi compañero. En una repetida
sucesión de las anteriores estampas se llenó la cuenta: tres bolas y dos
strikes.
En este juego, tener las cuentas y bases llenas es una
situación que obliga a salir corriendo: al siguiente lanzamiento, no se necesita
observar hacia dónde va la pelota, ni a cuanta altura, ni nada. O pasa la
cuarta bola y todos avanzamos caminando, o ponchan al bateador y se termina la
entrada, o da cualquier tipo de batazo y no hay más opción que arrancar a
máxima velocidad buscando llegar a la siguiente base…y más allá, diría Buzz. Pero
tampoco era que debiera llegar hasta home. Si el batazo no era lo bastante
profundo, con llegar hasta tercera estaríamos empatados y con el triunfo a la
mano. Pero…mi vida está llena de peros.
Lo he escrito antes sin rubor ni disimulo: soy entusiasta
villamelón para casi todo, pero tampoco soy desentendido. Entonces, al observar
el contacto del pitcher con la placa en su windup, me dispuse a correr. Vi la
pelota viajar hacia el bateador, y distinguí el instinto asesino entre sus ojos.
Despegué. Escuché ese inconfundible plockkk, seco, que te suena a poesía
cuando bateas y a fusil al defender. Alcancé a ver el batazo con buena altura,
era una línea por encima del primera base. Fue perfecto. Clásico de un zurdo.
Encarrerado, no sé por qué quise ver donde caía la
pelota en lugar de mirar hacia el frente, allá donde, con la mímica del brazo
dibujando grandes círculos, alguien me gritaba que me siguiera corriendo hasta
el home. En ese instante, sentí que mis piernas se enredaron. Las leyes de la
física son más implacables que las jurídicas: ahí me tienes volando por los
aires en una catapulta resultante de peso, velocidad, y estupidez. El heroico
clavado que debió ser en home ante un angustiado cátcher, terminó en estrepitoso
desastre a los pies del short stop, envuelto en una polvareda digna de baile
ranchero. Fui puesto out, forzado en tercera. Fin del juego.
Al bajar la polvareda, sin aquella suficiencia mis
ojos voltearon hacia el dogout, y me encontré con ese microcosmos presente en
cada grupo y equipo mexicano: ahí estaban el Güero y el Negro, el Zurdo y el Colorado,
el Chaparro y el Pirruris, el Profesor y el Doctor. Cada uno me miraba como si
hubiera perdido la urna con las cenizas de su madre. Nunca en la vida sentí más
deseos de llegar a home.
cesarelizondov@gmail.com
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