Sísifo en el Cerro de la Mota

Publicado el 21 de febrero de 2016 en Revista 360 Domingo, de Vanguardia

     Pensé exactamente lo mismo que tú cuando me invitaron a una excursión por el Cerro de la Mota Grande: Ahhh nombrecito de lugar, a ver si salgo vivo de semejante sitio. Luego me explicaron que mota significa más de lo que coloquialmente llamamos mariguana, que está relacionado a algo así como una colina o elevación sobre una meseta o monte.

     Nos vimos el día de la amistad en un lugar común para todos en Saltillo y nos dirigimos por la carretera a Monterrey a lo que conocemos como Casa Blanca, Los Fierro o Rinconada, por ahí de medio camino entre las zonas urbanas de las capitales más cercanas de México.

      Iniciamos nuestro recorrido con la confianza de quien se ha levantado un domingo sin una resaca en contra y con la madre naturaleza a favor. Siendo invierno, me fui bien equipado con un cálido sombrero de fieltro que me gusta utilizar cuando voy a algún rancho, huerto o casa de campo, la ajustada ropa interior térmica ideal para ir a cazar venados hasta con calcetas de lana, con la botas de suela de llanta para caminar en el monte, con mi atuendo exterior que hace años compré cuando la pesca era patrimonio de las familias antes de la estúpida realidad carretera que hoy seguimos sufriendo, vestimenta que advertí, me quedaba muy holgada en la zona de los bíceps y los muslos, aunque bastante ajustada en el vientre y la cintura. Y claro, una pequeña mochila de las llamadas “camello” que contienen un tipo de bolsa plástica y un popote o alimentador para ir hidratándose durante largos recorridos.

      Durante el primer tramo de la subida ya sabes que las cosas no son muy diferentes a cuando inicias cualquier viaje, aventura, proyecto o relación: te preguntas porque no habías intentado esto antes, empiezas a calendarizar cuando volver a hacerlo, le sonríes a todo el mundo y obtienes lo mismo de ellos; vaya, hasta generoso eres con tus cosas y sientes que todo es armonía.

     A media subida viene el primer revés del día: uno de los zapatos de Israel se desprende de la suela y es obvio que así no podrá llegar a la cima. A la mexicana, improvisamos un arreglo pasando el cordoncillo para ajustar la cintura de mis pantalones entre las suelas y distintos orificios del zapato para medio arreglar el asunto; pero más tarde le siguió el que hacía par y ya no teníamos otra cinta. Avanzábamos lentamente y fue en lo que llaman el primer descanso dónde Carlos M y su niño nos dijeron que ya no seguirían adelante debido a una lesión que podría agravarse. Poco más tarde empezamos a advertir esa naturaleza humana que sale a flote cuando a alguien le sale lo competitivo, o lo mamón: uno de los 300 excursionistas que hacen el recorrido anual nos dice en tono autoritario que no debemos de seguir por el estado de los zapatos de Israel, que así nunca llegaremos; ¿Nos faltaba algo para llegar?  Si, solo que un idiota nos dijera que no podríamos lograrlo.

    De cualquier forma, no echamos en saco roto su consejo y nos sentamos a ver pasar a la gente mientras con cara apesadumbrada preguntábamos si alguien tenía una cinta de sobra. Resultó que un buen samaritano traía consigo un rollo de cinta adhesiva industrial, de esa color gris que sella hasta humedad. Resuelto el problema de las suelas, le seguimos caminando.

     Me rezagué junto con Gerardo y más rezagado quedó Carlos A, nos faltaba un buen tramo hasta la cumbre cuando Ramón y su hija ya venían bajando y acordamos vernos después si abajo ya no nos veíamos ese día. Al llegar a la cima, ya había terminado la ceremonia oficial de la XXXV Confraternidad de la Amistad convocada por el Club de Excursiones José Navarro del Círculo Mercantil Mutualista de Monterrey.  ¡Treinta y cinco años haciendo este evento un domingo alrededor del día de la amistad¡ Quedé gratamente sorprendido cuando entendí cabalmente lo que estábamos haciendo la mañana de un domingo recorriendo casi 5 mil metros lineales en una pesada pendiente de interminables rutas en zig-zag: reforzando la amistad.

      Luego de un descanso salpicado por selfies y fotos del paisaje, lonches sudados y fotos grupales, iniciamos el descenso. Jamás pensé que con el simple cambió de una letra, el invierno se podía convertir en infierno: el sombrero de fieltro se convirtió en un horno sobre mi cabeza; las calcetas de lana hicieron sudar mis pies hasta las ampollas, la ropa térmica se pegaba a mi piel ahogándome. Y si bien los muslos y los chamorros ya no llevaban carga durante la bajada, el ir frenando la marcha para no resbalar en las piedras se volvió el peor de los martirios sobre las uñas de mis pies; ahhh, y no tenía ni gota de líquidos.

     Ya nadie hablaba de volver a subir cerros. Ya nadie sonreía y cada quien fue avanzando pesadamente a su paso. Y una vez más comprobé aquello de que a pesar de que ya todo está escrito en materia de filosofía y literatura, siempre descubrimos nuevas interpretaciones o variantes sobre lo ya creado: Me sentía como Sísifo en el mito que describió Camus, bajando penosamente una colina sin razón o alegría aparente en ello; pero, a diferencia de Sísifo, mi pesada y en apariencia inútil bajada tendría la razón de su infructuosa subida, mientras que en nuestra optimista subida, tendríamos los mismos pensamientos filosóficos que Sísifo finalmente encuentra en su bajada dónde “cada trozo mineral de una montaña forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre”. Y entonces, como escribió Camus: Hay que imaginarse a Sísifo, feliz.  



Aire

Publicado el 12 de febrero de 2016 en Revista 360, de Vanguardia

                                                                                                                                     Para mi Patricita
      -Te va a dar un aire en la cara y así te vas a quedar por siempre.- Me regañaba mi madre cuando con mis hermanos jugaba haciendo los ojos bizcos. Lo entendía como una expresión de amor disfrazada de preocupación; no sabía si eso de que con un aire se te quedaba la cara como la tenías era algo científicamente válido, o si era una leyenda urbana, o una de las tantas cosas que los padres repiten porque los abuelos lo decían.

      Luego me tocó el turno de ser padre y fui descubriendo el total significado de lo que es conocer la gran dicha de tener hijos. Y algún día nuestros hijos crecerán para entender que ser un “ñor” no solo significa presencia de arrugas y ausencia de pelo, menos desveladas pero más ojeras, una barriga muy grande para un apetito pequeño, más responsabilidades con menos frivolidades y menor actividad física pero mayor cansancio en las noches; ellos entenderán que ser adulto también conlleva otro tipo de satisfacciones y vivencias.

       Las desveladas dejan de ser el mágico y desenfrenado momento con los amigos o la pareja para empezar a ser una tiranía hacia la madurez de la paternidad cuando llevas y traes a tu joven hija a sus reuniones, eventos sociales y las fiestas de quince años de sus amigas. Parecería que fue ayer cuando sin teléfonos móviles ni otras formas de comunicación portátiles, a la salida de las fiestas de tu juventud, veías a los amigos de tus padres y a los padres de tus amigas semidormidos tras el volante esperando a que sus hijas salieran del salón de baile.

       Y un buen día llegó el Viernes Santo por la tarde, ya sabes: el día y el momento más airosos del año; y claro, en ese breve instante de vacaciones donde cesan por unos días las numerosas cuestiones académicas, deportivas, culturales y sociales que los tiempos actuales demandan en los jóvenes, se abre un diminuto paréntesis para relacionarnos mejor con nuestros hijos, y es entonces que intenté aprovechar el momento para arrancarle a la vida un poquito más de lo que fue hasta hace unos pocos meses.

      Pero lo primero que vino a mi recuerdo fue cuando hace quince años el doctor salió de la sala de quirófano y me dijo: -Es probable que en unos minutos salga de nuevo y te haga una pregunta que nadie quiere hacer y menos alguien quiere responder: Sólo una va a sobrevivir, ¿A quién salvaremos?-...Fueron los minutos más solitarios, largos y penosos de mi existencia; tuve el tiempo suficiente para hacer cualquier cantidad de pactos, compromisos y promesas con ese ser supremo que frecuentemente olvidamos, pero que en la adversidad siempre buscamos. Finalmente, el médico volvió empapado en sudor diciendo que ya no habría necesidad de responder aquella imposible pregunta, que habían hecho todo lo posible y que, aunque la bebé estaría un tiempo en terapia intensiva, ella y su madre saldrían bien de todo aquello. Agridulce, esa es la palabra que mejor describiría la sensación de jornadas desesperantes donde solo podía hablar, tocar y acariciar a mi hija a través de una burbuja esterilizada con las manos cubiertas por duros, fríos e insensibles guantes plastificados.

     Y de ese pensar me doy cuenta que de alguna forma, hoy mi hija sigue siendo aquella pequeñísima bebé de color azulado que apenas salvó la vida al nacer; y que sigue siendo la niñita de trenzas que con naturalidad consentía y hacía sentir grandioso a su padre; que aún es la chiquilla de sonrisa fácil y expresiva mirada que se gana la simpatía de los demás; que es la adolescente a quien le gusta aprender de su madre la esencia y virtudes de la mujer; y que quizás nunca entienda que en algunas ocasiones, las manifestaciones de amor que recibe de su padre vienen cubiertas por duras e insensibles normas que tienen una razón de ser como las de aquel hospital de su nacimiento. Que en su alma y su espíritu aún anida la pureza porque sus grandes e inocentes ojos no han aprendido a ocultar la felicidad de la alegría ni la angustia de la tristeza, el asombro por lo incomprensible, el miedo a lo desconocido, el ansia expectante por un futuro prometedor, la preocupación por todo lo que le rodea, y el amor incondicional.

      Y entonces si, en ese remanso de familiaridad volvimos a jugar un juego de cuando la danza era en su niñez algo propio de su feminidad y no como ahora algo propio de su edad para bailar con muchachos, de cuando ella usaba pantalones largos porque en el patio de la casa jugaba con la tierra, de cuando las plataformas de sus zapatos eran de goma y la pintura de su cara eran las secuelas de haber dibujado con pinceles, de cuando pensaba que su padre era el hombre más formidable del mundo; de cuando era mi tesoro y de nadie más.

    Ese juego de su niñez que retomamos el pasado viernes santo consistía en que yo le pedía que pusiera un tipo de cara, y con su gran expresividad ella lo hacía: -Pon una cara de niña triste-, y sus labios se salían y sus ojos se enarcaban; -Ahora pon una cara feliz-, y aparecía la sonrisa de preciosa dentadura; - ¿Qué tal si te pones furiosa? -, y sus cejas se bajaban y la nariz se arrugaba.

       En eso estábamos durante ese viernes de abril cuando se me ocurrió decirle: -Ahora pon la cara de la mujer más hermosa del mundo-. Y fue entonces que se dibujó en su rostro la inenarrable expresión de la belleza. Y en eso, el viento sopló más fuerte. Y como decía mi madre sin que yo supiera si era verdad o leyenda, el aire le pegó en la cara. Y es con esa bella cara, que se quedó para siempre.


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La fórmula de la Amistad

Publicado el 14 de febrero de 2016 en Revista Domingo 360, de Vanguardia.

      Habemos quienes frecuentemente nos metemos en honduras y perdemos credibilidad, simpatías y la buena voluntad de algunos por querer reducir todo a parámetros medibles. Nos casamos con el concepto aquel de que lo que no medimos, no podemos mejorar. Es una forma un tanto calculadora, deshumanizada y fría de calificar todo, y si bien aplica perfectamente para cuestiones administrativas, procesales y productivas, en el aspecto social es algo sumamente crudo y burdo para tomarlo seriamente en cuenta, pero, ¿Qué le vamos a hacer?, es nuestra naturaleza.

     Y en ocasiones, nos resulta chocante la forma en la que un valor tan preciado, atesorado y respetado por muchos como lo es la amistad, es devaluado a simples conveniencias, circunstancias, frivolidades o poses: toda la vida nos dijo el entrenador del fútbol que mantenía una amistad con Gerónimo  Barbadillo, pero cuando el peruano vino a Saltillo a jugar una cascarita, ni siquiera volteó a ver a nuestro admirado maestro. Aquel familiar presumía de gran cercanía con el respetado médico, y cuando hubo apremiante necesidad, el galeno se volvió más capitalista que Adam Smith; alguien nos platicó que era amigo del alcalde desde la primaria y este nunca lo recibió en su oficina mientras duró su mandato. Pero claro, estamos de acuerdo en que la amistad no habría de ser medida por las cosas materiales o las atenciones personales que uno recibe a cambio, sino por algo todavía más abstracto.

     Un caso claro, sonado y reciente de lo que muchos pensamos que deprecia el concepto de amistad (a bote pronto, llenos de prejuicios, aunque bien cimentados, y sin conocer la verdadera relación humana entre ambos), fue lo que leímos hace pocas semanas en diversos medios impresos del país cuando el editorialista más leído de México se dijo amigo del político más señalado de nuestro estado. Nadie puede juzgar que alguien se considere amigo de un tercero, pero la definición de amistad de cada quien sí que puede ser ampliamente discutida. Más allá de toda la tinta, saliva y bilis que ha sido derramada desde entonces, me sigo preguntando cuales son los valores sobre los que se finca una amistad.

     Y quizás, jamás acabaríamos de enumerar valores que sumados y por definición resultan en un valor mayor como lo es la amistad: respeto, lealtad, solidaridad, honestidad, afinidad, gratitud, generosidad, dignidad, tolerancia, y en un largo etcétera podemos pasar la vida buscando sinónimos, sustantivos abstractos y más y más palabras que retraten la buena convivencia e identificación entre personas para reunirlas en ese solo y corto vocablo que tanto abarca como lo es amigo. Y por eso busqué una fórmula para poder sintetizar lo que para mí es ser amigo.

       Al hablar de fórmulas, es inevitable imaginar una ecuación matemática con el signo de igual (=) entre dos cosas. ¿A que es igual la amistad? Rápidamente viene a nosotros la trillada frase que dice algo así como que la familia son los amigos que dios te propone mientras que los amigos son la familia que tu escoges. Metemos pues, la familia en la ecuación. ¿Podemos poner un signo de igualdad entre familia y amistad? Pienso que solamente podríamos hacer eso si ambas variables se reconocen entre sí. Y ahí está una caprichosa fórmula doble: no tienes familia si tus amigos no la conocen, y no tienes amigos si tu familia no los conoce.

     Piénsalo un poco, a mí me parece bastante claro: ¿Quiénes conocen a tu pareja? ¿Quién ha convivido con tus hijos? ¿Quién sabe el nombre de tus padres? ¿Quiénes de los que frecuentas conocen a tus hermanos? ¿A quién llevarías a conocer a tu esposa y a tus hijas? Si la familia es el ente más importante de nuestras vidas, cualquier relación que valga la pena tiene que estar estrechamente ligada a ella.

    ¿Cuadrado?, puede ser; pero cierto también lo es. Quizás por eso nunca dejamos de considerar amigos a aquellos que nos acompañaron en la niñez o a quienes acudían al mismo servicio religioso en familia, ni de los que frecuentamos en pareja o con quienes nos unen las actividades de nuestros hijos, incluso existe verdadera amistad con los hijos de los amigos de nuestros padres. Y quizás sea por eso mismo que no entendemos el porqué de buscar incesantemente la forma de que los caminos de nuestras relaciones humanas se crucen por donde pasan nuestras sendas familiares, quizás sea para que eso tan devaluado y que se define tan ambiguo y plural como la simple y vaga amistad, se logre convertir en eso tan codiciado, indivisible y único que es un amigo. Así, sin más adjetivos: Amigo


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Súper Bowl 50

Publicado el 07 de febrero de 2016 en Revista Domingo 360, de Vanguardia

                            Para mi amigo Alfredo Dávila Dominguez
     Espero no caer demasiado en los odiosos tecnicismos ni en la pedante suficiencia de dar por sentado lo que quizás no sea del dominio público. Pretendo darte una guía para que disfrutes este domingo del Súper Bowl con algunas observaciones que te harán más entretenido el espectáculo, independientemente de tus conocimientos del mismo. De lo que de plano no explique, cualquier persona o Google te contestaran de inmediato.

      ¿Qué ver de Peyton Manning, el de los Broncos de Denver? Ver si puede convertirse en el único Mariscal de Campo (Quarterback, QB) en ganar el Súper Bowl con distintos equipos. Verlo retirarse como campeón. Verlo salir al final de temporada de la banca para terminar ganando el título. Verlo empatar a su hermano con dos campeonatos. Ver como gana o recupera un par de millones de dólares estipulados en su contrato si resultaba campeón. Ver su enorme estatura profesional independientemente del resultado del partido y de su desempeño en el mismo: No importa si gana o pierde, no importa si lanza cuatro touchdowns o cinco veces le interceptan, lo verás en las entrevistas finales dando una cátedra de profesionalismo, humildad y madurez en sus declaraciones.

      ¿Qué ver de Cam Newton, el de las Panteras de Carolina? Ver el prototipo de QB del futuro. Ver que cuando salta, le hace honor a su apellido. Verlo regalar el balón a un niño de las tribunas después de una anotación, y ver la enorme sonrisa de ese niño. Ver la confianza en su cara cuando las cosas salen bien, ver en sus ojos el miedo de cuando las cosas marchan mal. Ver el hambre de triunfo.

      ¿Te acuerdas de Michael Oher? Si, aquel personaje de la película de Sandra Bullock. Hoy estará protegiendo el lado ciego de Newton y buscará coronarse por segunda vez en su carrera. Verás dos o tres castigos en su contra por salir adelantado o sujetar a un defensa, y es que los años no pasan en balde y enfrente tendrá a un súper-atleta que le exigirá demasiado, pero su compromiso por cuidar el lado vulnerable de su líder esta fuera de toda discusión.

      ¿Sangre latina? Podrás ver al entrenador de las Panteras e hijo de madre mexicana, Ron Rivera, ganar el campeonato como estratega, cosa que ya hizo como jugador con los Osos de Chicago del ´85.

      ¿Quién dicen los expertos que va a ganar? La mejor respuesta es la que con sarcasmo decía un legendario entrenador de los Bills de Buffalo: Ganará quien más puntos anote. Pero para eso debes poner atención en dos factores importantísimos que inciden hacia el final del partido y que son la biblia de los entrenadores exitosos: Hay que tener el balón más tiempo en nuestras manos que en las manos enemigas, con eso estará siempre el juego al alcance por grande o bueno que sea el adversario y siempre, pero siempre, terminará por dejar como mantequilla a la defensa contraria para deshacerlos en el último cuarto del tiempo reglamentario. Y el segundo factor son las pérdidas de balón, si tu defensiva consigue robarle el balón al otro equipo en más ocasiones de las que tu ofensiva lo entregue, tus posibilidades aumentan considerablemente.

     ¿Qué hacer en el medio tiempo? Olvídate del espectáculo, aprovecha y córrele al baño.

     El tabú Landry y el factor Manning: A Gary Kubiak no le interesan. El legendario entrenador de los Vaqueros de Dallas, Landry, intentó a principios de los años setenta un experimentó que fracasó: Alternar QB´s en el transcurso del juego para llevar una ofensiva menos predecible por las distintas características de sus jugadores Craig Morton y Roger Staubach. Como una institución de la estatura de Landry no fue exitoso en eso, alternar mariscales ha sido tema tabú desde entonces; pero no te sorprendas si Kubiak, coach de los Broncos, decide esta tarde darle algo de acción a su mariscal de reserva Brock Osweiler, aun desafiando el enorme peso histórico de un Peyton Manning que merece ganar, pero que quizás ya no lo puede hacer. A Kubiak y a su gerente general John Elway les pagan para obtener el Súper Bowl, no para ganar la simpatía de los seguidores de Manning.

      Pronostico: Con una regular actuación de Cam Newton las Panteras tienen suficientes argumentos para ganar, y el mejor desempeño de Peyton Manning no da para que los Broncos se coronen. Pero si Denver puede mover el balón por tierra sin que sus QB´s tengan que intentar demasiadas jugadas por aire y así controlar el reloj, tendrán una buena posibilidad de salir victoriosos. Aunque la NFL es una liga que ha venido cambiando reglas en beneficio de las ofensivas y perjuicio de las defensivas en aras de más espectacularidad y puntos, el viejo axioma (aplica para casi todos los deportes) de que son las defensas quienes definen los campeonatos, deberá cumplirse hoy para que todos los viejos aficionados veamos a Peyton Manning retirarse en la cumbre, aunque las nuevas generaciones prefieran el estilo de Cam Newton.

      Por supuesto, te recuerdo que esta columna se escribe por alguien movido más por la pasión, que por la razón.


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El pudiente no debe ir a la escuela pública

Publicado el 31 de enero de 2016 en Revista Domingo 360, de Vanguardia

      ¿Quién no lo ha escuchado? Al padre de familia acomodada decirle a su hijo que si sale mal en sus calificaciones lo enviará a una escuela pública.  Es como decirle que viene el coco, es una torpe amenaza. El ultimátum es siempre entendido por padres e hijos como el fantasma de un castigo de índole emocional más que académico. No entienden la injusticia social de enviar a un junior a ocupar el lugar de alguien con más ganas y necesidades.

     Por otro lado, hemos visto pasar aceite a nuestros políticos y líderes magisteriales cuando se les cuestiona sobre la escuela a la que acuden sus hijos. Los reporteros y entrevistadores les preguntan que si sostienen que el Estado es tan buen educador, porque tienen a sus hijos en escuelas privadas. Y los vemos de mil colores y sin una respuesta inteligente, coherente o pensada. Aun cuando enarbolan la bandera de la igualdad, la ausencia de un argumento en consecuencia te dice que tampoco entienden la injusticia social.

     Pienso que ambas cosas (las amenazas de un padre y la ausencia de respuestas de los políticos) denotan una pobre cultura en materia educativa. Pero esa miseria cultural no es de tipo oficial o general, sino más bien individual, particular de esos individuos.

     Luego tenemos que, como en toda sociedad, Estado, o cualquier tipo de organización humana, la pirámide dicta que la mierda de los de arriba salpica siempre a los de más abajo; y en el caso de la educación mexicana, tenemos que las decisiones, filosofías, introyectos, filiaciones, complejos, carencias y culpas de los que manejan este pobre país desde la política, la economía y la cultura, terminan por afectar las oportunidades de los que menos tienen de una forma que ni siquiera hemos pensado. El círculo vicioso donde el sistema educativo gratuito ha estado durante décadas secuestrado por un mal entendido y manejado sindicalismo siempre contando con la anuencia de los demás poderes fácticos del país como partidos políticos, medios de comunicación electrónicos, cámaras empresariales y a veces hasta asociaciones civiles, termina por dejar a todos los pudientes en un pedestal de ciega suficiencia que no les permite responder inteligentemente al porqué de tener a sus hijos en colegios privados cuando se es político, o a presionar a los hijos con estúpidas y jamás cumplidas amenazas de cambio de escuela cuando se vive en ese error llamado fuera del presupuesto.

   Pasa que, sin darnos cuenta, esos políticos sin respuesta y esos jefes de familia autosuficientes, tácitamente están siendo cómplices de los vicios en la educación de los mexicanos cuando montan a sus hijos en la tabla de la formación privada con el único y pobre argumento de que debe ser mejor que la gratuita porque hay que pagar más, sin mediar convicciones y razones de igualdad, humanitarismo, patriotismo o bien común.

     Y es que, en un México utópico, tanto para el político cuestionado como para el hombre acaudalado, la razón de no enviar a sus hijos a las escuelas públicas debería primero descansar en un sentido social más que de supuesta calidad educativa, en la teoría de un mismo nivel académico en lo público como en lo privado. La razón debería ser la de ceder un espacio gratuito a personas que carezcan de los medios para acceder a las instituciones privadas, de no ocupar un lugar que le corresponde a quienes, por las condiciones de su país, les han sido negadas mejores posibilidades económicas. Es lo que desde las perspectivas humanitarias, patrióticas y sociales sería los más correcto, aunque políticamente pudiera no ser así.

     La certeza del saber que sus hijos jamás tomarán la educación gratuita, ha llevado a un estado de complacencia a políticos y contrapesos del gobierno que prefieren hacerse de la vista gorda (cuando no cómplices) ante los abusos del sindicalismo mal encausado. Por lo anterior parecería que no hay forma de cambiar las cosas cuando se trata de exigirles también a los maestros.

    Pero quizás, si nuestros hijos hoy perciben que la educación gratuita no puede ser una opción para ellos por cuestiones de justicia social e igualdad de oportunidades, el día de mañana como mexicanos con mejor cultura social que nosotros, serán solidarios con aquellos que no tengan medios para pagar educación privada y en consecuencia tendrán solvencia moral para saber exigir al sistema educativo mejores condiciones no solo para los maestros, sino también para los alumnos. Algo que, en nuestra generación, no hemos sabido hacer.


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¿Y que esperábamos?


Publicado el 17 de enero de 2016 en 360 Domingo, de Vanguardia


     A mí no me lo cuenta nadie. Yo mismo lo escuché dentro de uno de mis círculos habituales directamente de la boca de uno de los niños que estaban en aquella ocasión.  -Yo sé lo que quiero ser de grande: Narco-.

     No hubo tiempo para el incómodo y largo silencio de todos, ni para el eterno y puntilloso sermón de la señora persignada, o para la complicidad de las nerviosas risas por nadie saber que hacer o que decir ante una sorprendente declaración infantil cargada de influencias adultas. Rápidamente el amigo buena-onda intentó una absurda salida que solo sirvió para que nadie cuestionara la raíz de lo que acabábamos de escuchar.

     Narco, dijo aquel niño. Mágico título que hace la ilusión de tener una Hacienda Nápoles como la que nos cuentan de Escobar, que nos acerca a las más hermosas e inalcanzables mujeres como pasa en el Señor de los Cielos, de ser vistos y tratados con las deferencias que solo compra el dinero y el poder; de poseer autos de lujo y viajar a los más exóticos lugares. Todo lo anterior debería venir siempre acompañado por un asterisco que te remita a dónde diga: si es que no te han matado para cuando cumplas veintitrés años.

     Y estarás de acuerdo conmigo en que no es algo ajeno al común del mexicano haber escuchado disparates por ese estilo. Entonces, ¿Qué nos puede sorprender el que una actriz en decadencia y un marginado de Hollywood hayan tenido intereses con el delincuente más buscado del mundo?

     Hace ya mucho tiempo que, en el ideario colectivo, la familia Corleone del Padrino se impuso a la familia Ingalls de La pequeña casa en la pradera, que Darth Vader encontró un recurso psicológico para justificar su maldad y ser modelo de conducta, que la virtud humana del Doctor Zhivago cediera a la petulante soberbia del Doctor House y que el Springfield de los Simpson desplazara a la vecindad del Chavo del ocho. Nuestra cultura fue daltónica y nunca supimos distinguir la diferencia entre un antagonista y un antihéroe. Y fue ahí que perdimos la brújula.

      Porque antihéroe es Don Quijote, mientras que antagonistas son quienes lo tildan de loco; antihéroes son las familias Montesco y Capuleto dónde el mutuo odio proviene de un cierto valor de competencia, antagónicos son los individuos que se oponen al amor entre Romeo y Julieta. Antihéroe dentro de una sociedad es un Don Ramón que en una familia disfuncional no paga la renta por estar eternamente desempleado, antagonista a la sociedad es Homero Simpson que dentro de una familia tradicional se deja dominar por el inmediatismo, la comodidad y el placer. Porque el vocablo lo incluye, en el antihéroe algo de bueno (héroe) reside ya que, aun pudiendo estar equivocado, es movido por sus creencias y siempre estará dispuesto a arriesgar y perder en la defensa de su escala de valores. El antagonista es diferente, es aquel villano cuyo valor anida en el simple hedonismo y el desprecio a lo que tenga que ver con los demás.

      ¿Y que son Kate y Sean el día de hoy en el entramado nacional? ¿Son anti héroes dentro de una sociedad ávida de personajes con ideales o son antagonistas a los intereses de un pueblo hundido por los vivales? Sin duda, habrán de ser lo segundo pese al sospechosismo que rodea todo el caso cuando la opinión pública lo califica de cortina de humo para cubrir cuestiones como el precio por el cielo del dólar y el precio por el suelo del petróleo, el fracaso gubernamental, la misma delincuencia y un hartazgo generacional que solo ha sido contenido por una fortuna económica que descansa más en la desgracia de ser vecinos de los gringos, que en la gracia de nuestros méritos productivos. Pero eso es otro costal.

      Jamás he escuchado a un niño o una niña decir que quieren ser como la internacional Madre Teresa, como el nacional Fernando Landeros o como nuestro local Padre Mario; y si, quizás sea un bostezo en cuanto a adrenalina y glamour pretender dejar legados humanitarios más que monetarios, pero al final es lo que todos deseamos para el futuro de nuestros hijos.

     No me las doy de moralista ya que sobraría quien me desdiga, pero si me pregunto a dónde iremos a parar. No es una cuestión menor, y si, pienso que existe correlación entre el dicho de un niño sobre lo que quiere ser cuando crezca y la forma en que los adultos encumbramos a esos personajes que hacen migas, amistad y negocios, con quienes inyectan el caos en nuestras ciudades.
cesarelizondov@gmail.com


   
   

Un Regidor de Saltillo


Publicado el 10 de Enero de 2016 en Círculo 360 Domingo, de Vanguardia



       Esto sucedió hace más o menos un mes. Fue en el mero día del informe de nuestro saltillense alcalde, pero sucedió lejos de las luces y flashazos del teatro de la ciudad así como muy alejado de la elocuencia y teatralidad de un informe de gobierno; sucedió allá dónde queda la sigilosa labor de los verdaderos hombres que se meten a la política por un noble idealismo social más que por la vana necesidad financiera o de autorrealización.


     Sabe el lector que no soy dado a nombrar personas en mis artículos por la convicción de un periodismo que objetivamente señale, aplauda o condene las acciones emanadas desde un puesto o posición pública y no que subjetivamente indique con índice de fuego los nombres y apellidos de quienes nos gobiernan, nos adoctrinan, nos manipulan, nos inspiran o nos rodean. Pero esta vez terminaré por decir santo y seña del regidor que me llevó a escribir esto.


       Entre los yerros y aciertos que pudieron tener mis padres durante mi crianza, estuvo la enseñanza de hacer las cosas de acuerdo a los lineamientos generales para todos sin brincar las trancas. En las taquillas del circo, del cine o de los toros, mi padre le decía mi edad verdadera a los boleteros sin importar que aparentase menor edad y pudiera entrar sin pagar. Se me decía que una de las finalidades de cualquier sistema democrático (de Estado, de empresa u organización) debía ser el respeto y el cuidado de los derechos de unos sin violentar las garantías, intereses y propiedades de los otros.


      Hacer las filas, entender los porqués de las reglas, respetar a quien está del otro lado de la ventanilla y sobretodo no ostentar compadrazgos, influencias o cualquier tipo de poder fue algo que sí cuando mi padre vivía yo observaba, ahora que mis hijos me vigilan desde el asiento trasero del automóvil lo hago con mayor razón. Y por supuesto que mi madre iba de acuerdo con eso. Por eso no me fue raro saber que, aún y cuando pudo pedir algunos favores y evitarse algunas cosas, decidió ir sola a pagar una infracción por estacionarse (sin saberlo dice ella) en un lugar prohibido.


        Como cualquier otro ciudadano fue mi madre a pagar su multa. Y supongo que como a ella la trataron es como tratan a todos los ciudadanos en la Dirección de Policía y Tránsito Municipal. En seis ventanillas tuvo que argumentar y recibir descorteses negativas para que finalmente le indicaran que tendría que pasar con un juez calificador a fin de ver como se podía solucionar aquel incorregible y delicado asunto: Al tener desconocimiento por no haber sido notificada de otras infracciones como las controvertidas y famosas foto-multas, algún que otro parquímetro y quizás algo más, la peligrosa abuelita solo iba preparada para pagar la multa que si le había sido notificada. Pero ahhhh, la burocracia del ayuntamiento dicta que, o pagas todo lo que debes o no recuperas tu placa.


       Luego de un pequeño viacrucis, de mala manera le indicaron como llegar hasta la oficina del juez calificador: A través de un oscuro y frío corredor rodeado de las celdas donde están los detenidos. Toda proporción guardada, pero no pude dejar de imaginar a Jodie Foster interpretando a la agente Clarice Starling en su caminar por el sótano de una penitenciaría para enfermos mentales en Baltimore, separada de los delincuentes solo por los barrotes de hierro para encontrarse al final del pasillo con el peligroso Doctor Hannibal Lecter, caracterizado por Anthony Hopkins. Pero,   de enfrentar el pavoroso pasillo es donde apareció un regidor de Saltillo, quien al percatarse de cómo era tratada y la ambigua información que le daban en ventanilla a una persona de la tercera edad, decidió que algo tenía que hacer.


     Y así fue que el regidor Roberto Villa, por la pura cara de miedo, desesperación e impotencia de mi madre decidió que uno de sus deberes como edil sería el de instruir a una anciana ciudadana para hacer más llevadero su trámite ante las autoridades. Amable y caballerosamente la acompañó por otro camino más amigable para ayudarle a gestionar algo con el juez calificador para que finalmente, sin menoscabo para las arcas municipales y con la dignidad que todos nos merecemos, mi madre pudiera pagar las multas a la que se hizo acreedora, no importa si el diputado se niega a pagar las suyas.


     Jamás he cruzado palabra con el tercer regidor Roberto Carlos Villa Delgado, emanado de la UDC, pero ni falta que hace: en él aplica aquello de que sus acciones gritan tan fuerte, que no permiten escuchar lo que sus palabras dicen. 

  cesarelizondov@gmail.com




   

La media truncada del IV informe


Publicado el 06 de Diciembre de 2015 en 360 Domingo, de Vanguardia



     Es fácil entender porqué: La opinión de los seguidores, amigos y beneficiarios directos va a ser algo más que excelente y el sentir de los detractores estará siempre cargado de más estomago que sesos. Lo que en mercadotecnia entendemos por media truncada es un término que nos sirve para estadística y consiste en eliminar los extremos de una encuesta o resultado con la finalidad de evitar que juicios nublados por la emoción afecten el sentido de la razón.


     Y es lo que algunos observadores nos dedicamos a hacer con los temas de interés público: tratamos de quitar toda la paja para encontrar el verdadero ánimo y estado de las cosas. Es obvio que la abuelita del ídolo juvenil del momento lo querrá equiparar con el Pedro Infante de su añorada juventud mientras los críticos más agrios dirán que cualquier borracho de cantina tiene mejor entonación, y es ahí donde entra la media truncada: quitamos igual de opiniones cargadas por ambos lados y nos quedamos con lo que la mayoría realmente representativa dice al respecto.


      Y en la semana que terminamos, los ociosos opinadores tuvimos en torno al IV informe de gobierno estatal mucho que truncar en las muestras de opinión pública para encontrar algo que nos diga cualquier cosa real del sentir ciudadano, del ciudadano de a pie. Porque ya lo sabes, el documento que la autoridad entrega a “nuestros” representantes en el Congreso local así como los mensajes subidos a plataformas de internet uno y trasmitido a todo el estado vía radio y televisión el otro, son simples formas dentro de lo que suponemos un estado republicano en dónde el legislativo habría de calificar verazmente el accionar del ejecutivo para que el pueblo no anduviera cortando y descifrando muestras de opinión.


     Fue así que desde el mismo lunes, nos dimos a la tarea de husmear en redes sociales, devorar columnas de análisis político, platicar en la calle, en el trabajo y en la cantina con los amigos, enemigos y perfectos desconocidos, escuchar los programas de radio y hasta releer a Montesquieu, Maquiavelo, Mafalda y a Sun Tzu en el afán de entender cabalmente lo que uno va descubriendo.


       Porque pasando de los aplausos del orgulloso, notorio y leal compadre del góber al previsible ataque y descalificación de algún compañero de plana en sus artículos, de los alegres encabezados y línea editorial del periódico a sueldo pasando a los oscuros chismes de más oscuros medios, de la defensa a ultranza de quienes siguen dentro del poder estatal ante el incongruente ataque de los que ayer fueron cómplices del sistema y hoy resultan paladines de la justicia y la veracidad, de las dirigidas publicaciones en redes sociales de quienes trolean lo que a su empleo, negocio o status quo convenga frente al airado reclamo de una mujer emparentada con el poder que ni siquiera leyó o escuchó la transcripción del informe para entender a lo que se refería el gobernador por monstruo, y de muchas cosas más; yendo de un extremo a otro del veredicto de quienes hacen notar su sentir, y procurando hacer una media truncada de opinión excluyendo esos extremos, fue que llegué a un rara e improbable conclusión: No existe media truncada.


       En medio, en dónde habría uno de encontrar un acercamiento a la verdad libre de apasionamientos, no existe sino indiferencia ante la cosa pública. Las posadas, los cumpleaños, los exámenes y los toros; desayunos con amigos, los negocios, la liguilla del fútbol. Peregrinaciones y mandas, el frio, la niebla y uno que otro video porno; los memes, el final de la novela, el teletón y un primer diente; carne asada y maratones, el trabajo y la familia, los proyectos y fracasos, la enfermedad y la muerte. Todo lo anterior es lo que sigue siendo más importante para el coahuilense ajeno al servicio público, y eso debe ser algo bueno.


      Y es en esa media truncada que no opina mucho de las cosas públicas dónde está la oportunidad de quienes lo quieran ver: esa aparente indiferencia, tarde o temprano convertirá ese hastío en un sentido de votos ajeno a los extremos de opinión. No siempre es cierto que quien calla otorga; en ocasiones, aquellos que permanecen callados lo están porque no ha llegado quien les de voz, no ha llegado esa persona que identifique el problema de muchos que son la muestra de todos para ponerse al frente de ellos y acepte el compromiso de llevarlos hasta donde nadie los ha querido llevar. La mesa puesta para los candidatos ciudadanos.






      

     

    

Código Postal 25 mil


Publicado el 29 de Noviembre de 2015 en 360 Domingo, de Vanguardia



        Ha quedado como monumento a la aberración de las decisiones tomadas desde el mullido sillón detrás de un escritorio: La bienvenida a nuestro  Histórico de Saltillo es una obra de estilo modernista que contraviene todas las disposiciones arquitectónicas y de diseño coloniales.


       Por supuesto, la respuesta que he encontrado siempre ha sido que técnicamente, lo que podríamos llamar el arco de entrada al código postal 25 mil que está sobre el paso a desnivel dónde termina el bulevar Carranza y comienza la calle de Allende, está fuera de los límites del Centro Histórico. Pues sí, técnicamente así es, pero las letras anuncian claramente que ahí comienza el centro de la ciudad.


      Es solo una pequeña muestra de cómo los comerciantes y habitantes del código postal más emblemático de Saltillo han sido ninguneados sistemáticamente por las autoridades municipales. Y estamos claros que nadie está en contra de las obras que se han venido haciendo en pro del embellecimiento de la ciudad, la queja mayor sigue siendo por la afectación logística que las obras mal planeadas tienen sobre los inquilinos y visitantes del centro histórico saltillense. Entre paréntesis habré de reconocer que la administración actual ha rehabilitado en esa zona más calles, espacios y metros cuadrados de lo que se había realizado en lo que va del siglo; igualmente, la moderna y chillante obra de bienvenida al centro fue realizada por algún gobierno anterior, aunque torpemente pintada de azul por algún genio actual de la política barata.


         La estocada que en años pasados le dieron al centro de la ciudad con las hoy abortadas rutas troncales de transporte público, ahora es acompañada por los inentendibles cambios en el flujo vehicular, por la desaparición o reubicación de paradas de autobuses, por el desconocimiento y nulo apoyo de comunicadores, políticos, empresarios locales y sociedad en general para la riqueza cultural, histórica y de oferta comercial que ahí existe.


     Para poner en contexto las cosas, en el centro de la ciudad hay más sitios dónde comer que en los principales bulevares de la ciudad…. Juntos ¡¡. Sólo en la calle de Aldama, existen más zapaterías y tiendas de ropa que en Plaza Sendero, La Nogalera, Plaza Real y Galerias…. Juntas ¡¡. ¿Quieres más? En las postales que uno puede encontrar de Saltillo, la proporción de edificios que se encuentran en el centro es de cuatro a uno con respecto a los que están en otras partes. ¿Quieres más? Al centro, a pesar de todo, llegan más rutas de transporte público que a cualquier otra parte de nuestra capital; también hay más sitios de taxi y más taxistas andan de paso aunque no tengan lugar asignado. ¿Quieres más? Pues en el centro histórico de Saltillo existen más cajones de estacionamiento y más estacionamientos privados y con seguridad para tu coche que en cualquier otro lugar del sureste de Coahuila. ¿Quieres más? Los principales bancos que operan en el país tienen sucursales y cientos de cajeros automáticos en el centro. ¿Quieres más? A la vuelta de cada cuadra encuentras un museo que algo tiene que contarte. ¿Quieres más? Ahí tenemos los principales, más antiguos y venerados templos, lo cual expongo como cuestión turística para que mi amigo ateo no se me venga a la yugular. ¿Quieres más? Ya no lo pienses, quítate las ideas preconcebidas y date la oportunidad de descubrir por ti mismo el código postal 25 mil, el corazón de nuestra ciudad.


      Los esfuerzos financieros de la autoridad municipal son aplaudibles en cuanto a rehabilitación y embellecimiento de arterias en el Centro Histórico de Saltillo, pero es una realidad que la logística ha fallado desde la perspectiva del visitante al código postal 25 mil. ¿Qué hacer para que las obras sean aprovechadas por los saltillenses? Sin duda, lo primero sería dejar de tomar decisiones por una burocracia sentada detrás de un escritorio y hacerlas en consenso con quienes cotidianamente están en el centro, siempre tras el afán de que las buenas ideas e intenciones no queden en aberrantes obras públicas alejadas de la población.


cesarelizondov@gmail.com

El triunfo del Amor

Publicado el 15 de Noviembre de 2015 en 360 Domingo, de Vanguardia

         Aquí voy una vez más a derramar miel sobre las páginas de 360 Domingo. Desde el título te podrás imaginar del empalague que viene a continuación, así que si eres como esos amigos míos que dicen les va a dar un coma diabético por leerme, o como alguno de mis colegas comunicadores que me llama el Coelho de los editorialistas por la escasa profundidad literaria, técnica e intelectual de mis aportaciones, te recomiendo dejar de leer ahora mismo. Te lo advertí.

     Semanas atrás nos llegó la invitación. Y aunque el noviazgo llevaba tiempo, no dejó de sorprenderme un poco que en estos tiempos de pragmatismo total, decidieran poner en riesgo lo que era una relación que marchaba sobre ruedas a pesar de tres cuestiones que para muchos podrían parecer insalvables. Resultó que la boda sería en un lujoso hotel de la ciudad de México, y quienes me conocen bien, saben que con eso se daban dos cosas que no puedo dejar pasar en esta vida: una es la visita a cualquier ciudad cosmopolita lejos de la pegajosa arena de mar o de las interminables filas de los parques temáticos, y la otra cosa es echarme unos tragos con cargo al padre de una novia, quinceañera, o candidata a reina.

        Molidos, llegamos con un día de anticipación al enlace y acudimos a una pequeña y familiar cena en casa de mis tíos políticos (no, no se pagó la fiesta con dinero público, quiero decir que son tíos de mi señora). Tras unos segundos, luego de que timbramos a la puerta apareció el novio que reconocí porque lo había visto antes en las redes sociales de la familia. Antes de que yo dijera nada, nos saludó con un perfecto, natural, y educado “Que bueno que llegaron, me da mucho gusto conocernos”. Y claro, esto no tendría nada de especial a no ser que él es estadounidense, y que el pulido español lo ha aprendido por respeto a su ahora esposa y todo lo que ella representa.

         Si tuviera que describir físicamente al papá del novio con una figura pública que todos pudiéramos reconocer, diría que es del tipo de Donald Trump, pero más alto; y su esposa sería una sencilla y bella dama de raza caucásica. Vaya, serían el estereotipo del norteamericano que vemos en las películas. El hermano del novio viajó con su mujer y dos de sus tres pequeñas hijas desde Filadelfia y se dijo feliz de conocer el verdadero México, pues me contó que solo había conocido Cancún en su temprana juventud, y en su mirar advertí que no era algo de lo que quisiera hablar. Supuse que no tiene muchos recuerdos de La Riviera Maya; tal vez por ser caballero, o quizá por otro tipo de amnesia.

       Entre viandas, tequilas, mezcales y buenos whiskys directos, pasó la velada de rompehielos y ahí supe que ellos eran una típica familia del noreste de los Estados Unidos, es decir, el tipo de personas que suelen tener los mismos prejuicios que nosotros cuando se trata de entender a quiénes son distintos a uno mismo por diferentes razones, además de raza y nacionalidad. 

       Al siguiente día, no sé qué arreglos hubo o si la ceremonia tiene validez, porque entiendo que no en cualquier sitio se puede celebrar una misa católica; pero en algún lugar del hotel se montó todo y fui testigo presencial de un evento dónde nació una familia de mujer católica, y varón judío. Antes habían tenido su boda judía allá en su lugar de residencia. El sacerdote católico, un legionario de Cristo más parecido a Jo-Jo-Jorge Falcón que a Jesús, supo encontrar en Moisés al personaje común de ambos y más cultos para dar un mensaje desde lo que sería la óptica del Dios que une a todas las religiones: un éxodo hacia el amor.

    
Mafer y Mike
  Ya durante la recepción, los novios bailaban. Y sus padres iban y venían físicamente andando de la pista a las mesas, e iban y venían mentalmente de la inmensa alegría por la nueva pareja pasando luego al terrible vacío en el estómago por los hijos que fundan nuevos linajes. Veía a los novios bailar y disfrutar tanto su unión que olvidé cuestiones como raza, nacionalidad, religión e incluso trabajos de ambos que podrían haber sido causales para jamás encontrarse o decidirse; y en cambió, pensaba mucho en los padres de ambos, a los que veía totalmente convencidos del camino que sus hijos habían elegido, los vi convencidos del respeto que los padres debemos a nuestros hijos en sus decisiones y al libre albedrío del que son inherentes por su calidad de seres humanos, ese libre albedrio que cualquier Dios, nación o padre de familia hace bien en reconocer y fomentar entre los suyos.

       Faltaba mucha música por bailar, muchas bebidas por disfrutar y mucha labia por hablar. Pero la más joven de mis hijas se encontraba en el limbo entre la fiesta y el sueño, entre la infancia y juventud, entre su familia y su libre albedrio. Así que intentando imitar a ese admirable par de parejas que a todos nos daban una lección del respeto y amor a los hijos, y aún en contra de mi “religión” mundana, fui de los primeros en abandonar la fiesta para irnos a dormir.

     Y por primera vez en mucho tiempo, dormí como si no debiera nada. Supongo que esa noche debe haber estado ahí acompañándome el Dios de los judíos, así como el de los católicos. Porque me queda claro que con los precios del hotel, no me acompañaba más el dios dinero.